Vaya por delante que vivo como una verdad que Todo Es y Todos Somos energía, ondas de partículas subatómicas que fluctúan y vibran a diferentes velocidades. Y cuando estas partículas se mueven a frecuencias muy bajas, producen la ilusión sensorial de un aquietamiento, de solidificación, de materia. Así entendido, el Universo es un firmamento de Luz y nosotros, el arcoiris, su descomposición en infinitos colores, energía individualizada y consciente. No existe, pues, un aquí o un allá reales, salvo en apariencia. Ni un yo y los demás, excepto como ilusión necesaria para el juego de la vida. Todo es un continuum. Uno es Todo y Todos Somos Uno.
Así mirado, no existe una separación real entre ninguno de nosotros, de manera que, por fuerza, las vibraciones energéticas de uno afectan, en mayor o menor medida, consciente e inconscientemente, a todos los demás. Nos relacionamos con todos sin darnos cuenta. Y lo hacemos a través de tres principios de creación, ya que crear no es más que mover y dar forma a la energía de la que estamos hechos: el pensamiento, la palabra y la acción.
Por ceñirnos al primer nivel, cuando pensamos en alguien _y viceversa_ estamos teniendo una influencia en él mucho mayor de la que somos capaces de imaginar. Cada pensamiento dirigido a otro sale de nosotros en forma de ondas, de información mental contenida en la energía que desplaza nuestra mente, y llega a ese alguien para mezclarse con su energía. Si nuestro pensamiento es amoroso con relación a él o ella, por ejemplo, podemos, no en presencia física pero sí energética, literalmente rodear, abrazar, amar a esa persona. Y, si por el contrario, nuestro pensamiento hacia él o ella es negativo, podemos literalmente herirle, hacer que se sienta inexplicablemente mal.
La manipulación consciente de la energía es la piedra filosofal con la que actúan las prácticas de brujería o de vudú. Cada pensamiento creado es energía que viaja, de modo instantáneo, en el espacio y el tiempo, para alcanzar la energía (el aura) de aquéllos a los que quieren causar daño. De otra parte, la manipulación no consciente de la energía es algo que hacemos todos sin reparar casi nunca en ello. Nuestro pensamientos son como conjuros de amor o como maleficios, magia blanca o negra, energía que ama o que odia, la manifestación, a nivel mental, de nuestro desconocido poder creador.
Lo que acabas de leer sucede constamente sin que seamos conscientes de ello. ¿Quién no se ha sentido repentinamente mal en un entorno donde su presencia no es (mentalmente) bien recibida?... ¿Por qué la atmósfera es deliciosa donde se nos ama e irresperable cuando no es así?... Como suele suceder, la respuesta suele estar delante de nuestras narices sin que la veamos. La propia sabiduría popular utiliza la expresión "mal de ojo", es decir, pensamientos negativos (ira, envidia, rencor...) que nos hacen mirar a alguien de forma destructiva y trasladarle, a la velocidad de la luz, energía capaz de provocarle malestar.
Si esto sucede con los pensamientos, no queráis saber lo que pueden hacer las palabras, que no son otra cosa que energía mental condesada a frecuencia menor, de modo que es audible. O, con los actos... Para echarse a temblar. Es una verdad, y no una metáfora, que las plabras hieren y que los actos pueden matar. Ahora bien, un mal pensamiento aislado, una palabra insolente o un único acto agresivo, comunes en los arranques de ira o cólera, no son argumento suficiente para causar un gran perjuicio. Cosa bien distinta son aquellos pensamientos, palabras o actos reiterados y permanentes en el tiempo.
Pero el origen de cada desencuentro es siempre sutil; se produce a nivel mental y de modo no consciente. No es fácilmente detectable. Nos acostumbramos, al olvidar que somos partículas de la misma sopa energética, partes indisociadas del mismo Ser, a pensar que el otro, que somos cada uno, es merecedor de nuestra forma equivocada de mirarlo.
Muchas veces sin querer, hacemos a los demás (y a nosotros mismos) a imagen y semejanza de nuestros pensamientos. Los demás son, a nuestros ojos, lo que pensamos sobre ellos. No es real, pero reaccionamos emocionalmente antes nuestro espejismo como si lo fuera. Al respecto os quiero contar que, una vez, conocí a una niña muy hermosa, a la que nadie miraba y, por tal motivo, se hizo invisible. Su historia y su tristeza es la de todos nosotros. Recordadlo.
Nos amamos o nos herimos a nosotros mismos. Y sólo quien conoce el secreto de la energía está en condiciones de no ser vulnerable al pensamiento de los demás. Los maestros espirituales de todos los tiempos lo han sabido y no han pensado jamás mal, incluso de quienes los estaban violando, torturando o asesinando. El maestro ama al prójimo como a sí mismo, porque sabe que todos son él. Y jamás da importancia y poder sobre él a los pensamientos, a las palabras o a los actos de los otros, aunque sean hirientes u ofensivos, razón por la cual no es permeable al mal de ojo. A ningún mal. Y mucho menos se permite a sí mismo pensamientos negativos sobre el otro, porque sabe de su poder creador o destructor.
El maestro sigue el camino del corazón. Y el camino de corazón no piensa mal ni se equivoca nunca.
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Así mirado, no existe una separación real entre ninguno de nosotros, de manera que, por fuerza, las vibraciones energéticas de uno afectan, en mayor o menor medida, consciente e inconscientemente, a todos los demás. Nos relacionamos con todos sin darnos cuenta. Y lo hacemos a través de tres principios de creación, ya que crear no es más que mover y dar forma a la energía de la que estamos hechos: el pensamiento, la palabra y la acción.
Por ceñirnos al primer nivel, cuando pensamos en alguien _y viceversa_ estamos teniendo una influencia en él mucho mayor de la que somos capaces de imaginar. Cada pensamiento dirigido a otro sale de nosotros en forma de ondas, de información mental contenida en la energía que desplaza nuestra mente, y llega a ese alguien para mezclarse con su energía. Si nuestro pensamiento es amoroso con relación a él o ella, por ejemplo, podemos, no en presencia física pero sí energética, literalmente rodear, abrazar, amar a esa persona. Y, si por el contrario, nuestro pensamiento hacia él o ella es negativo, podemos literalmente herirle, hacer que se sienta inexplicablemente mal.
La manipulación consciente de la energía es la piedra filosofal con la que actúan las prácticas de brujería o de vudú. Cada pensamiento creado es energía que viaja, de modo instantáneo, en el espacio y el tiempo, para alcanzar la energía (el aura) de aquéllos a los que quieren causar daño. De otra parte, la manipulación no consciente de la energía es algo que hacemos todos sin reparar casi nunca en ello. Nuestro pensamientos son como conjuros de amor o como maleficios, magia blanca o negra, energía que ama o que odia, la manifestación, a nivel mental, de nuestro desconocido poder creador.
Lo que acabas de leer sucede constamente sin que seamos conscientes de ello. ¿Quién no se ha sentido repentinamente mal en un entorno donde su presencia no es (mentalmente) bien recibida?... ¿Por qué la atmósfera es deliciosa donde se nos ama e irresperable cuando no es así?... Como suele suceder, la respuesta suele estar delante de nuestras narices sin que la veamos. La propia sabiduría popular utiliza la expresión "mal de ojo", es decir, pensamientos negativos (ira, envidia, rencor...) que nos hacen mirar a alguien de forma destructiva y trasladarle, a la velocidad de la luz, energía capaz de provocarle malestar.
Si esto sucede con los pensamientos, no queráis saber lo que pueden hacer las palabras, que no son otra cosa que energía mental condesada a frecuencia menor, de modo que es audible. O, con los actos... Para echarse a temblar. Es una verdad, y no una metáfora, que las plabras hieren y que los actos pueden matar. Ahora bien, un mal pensamiento aislado, una palabra insolente o un único acto agresivo, comunes en los arranques de ira o cólera, no son argumento suficiente para causar un gran perjuicio. Cosa bien distinta son aquellos pensamientos, palabras o actos reiterados y permanentes en el tiempo.
Pero el origen de cada desencuentro es siempre sutil; se produce a nivel mental y de modo no consciente. No es fácilmente detectable. Nos acostumbramos, al olvidar que somos partículas de la misma sopa energética, partes indisociadas del mismo Ser, a pensar que el otro, que somos cada uno, es merecedor de nuestra forma equivocada de mirarlo.
Muchas veces sin querer, hacemos a los demás (y a nosotros mismos) a imagen y semejanza de nuestros pensamientos. Los demás son, a nuestros ojos, lo que pensamos sobre ellos. No es real, pero reaccionamos emocionalmente antes nuestro espejismo como si lo fuera. Al respecto os quiero contar que, una vez, conocí a una niña muy hermosa, a la que nadie miraba y, por tal motivo, se hizo invisible. Su historia y su tristeza es la de todos nosotros. Recordadlo.
Nos amamos o nos herimos a nosotros mismos. Y sólo quien conoce el secreto de la energía está en condiciones de no ser vulnerable al pensamiento de los demás. Los maestros espirituales de todos los tiempos lo han sabido y no han pensado jamás mal, incluso de quienes los estaban violando, torturando o asesinando. El maestro ama al prójimo como a sí mismo, porque sabe que todos son él. Y jamás da importancia y poder sobre él a los pensamientos, a las palabras o a los actos de los otros, aunque sean hirientes u ofensivos, razón por la cual no es permeable al mal de ojo. A ningún mal. Y mucho menos se permite a sí mismo pensamientos negativos sobre el otro, porque sabe de su poder creador o destructor.
El maestro sigue el camino del corazón. Y el camino de corazón no piensa mal ni se equivoca nunca.
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