Estoy hecho un manojo de TOCs. Entiéndase por TOC, las siglas con que la psiquiatría de dar pastillas para matar fantasmas denomina al trastorno obsesivo compulsivo, comúnmente ejemplificado en ese tipo raro con avaricia, al que podemos ver lavándose cada dos por tres las manos como si quisiera desepellejarse, ese perro verde que tiene pensamientos recurrentes relacionados con la posibilidad constante de contraer un enfermedad más que mortal, provocada por gérmenes asesinos, virus más que fatales o amebas destructoras procedentes del planeta temor. Y, preso de su obsesión por sobrevivir a toda costa en la aspesia y la limpieza supina, por hacer vida en un quirófano alimentándose de suero y persiguiendo enfermeras limpias y aseadas, señoras de las casas de los demás, dice constantemente gilipolleces y reproduce, como un robot, comportamientos tendentes a protegerle de la amenaza fantasma que atenta a cada momento contra su vida.
Yo no me siento especialmente identificado con el señor don limpio, pero sí con sus manías persecutorias, con su mente eternamente presa de delirios, que se repiten, como una condena, una y otra vez. Yo también _debo admitirlo_ tengo TOCs para parar un tren. O dos.
De unos años a esta parte, el que encabeza la lista de mi personal ranking, es el TOC, ya no de pensar en Dios _que de eso podría escribiros un Espasa divina_, sino de pensar y hablar como siendo Dios, que tiene mandanga la cosa, porque, a ojos de los que no están mentalmente chalados como yo, soy el más difícil todavía y el paso siguiente al típico loco que se cree Napoleón... Yo no me creo Dios. Yo, sencillamente, sé que soy _como tú que me lees, como todos, como todo, incluidos los chipirones_, sencillamente, Dios.
El segundo TOC favorito mío de la lista guarda relación con el pánico paranoide a ser normal, que tiene que todo que ver con llevar la contraria, ya que me sale un sarpullido que te cagas ante la menor posibilidad de pasar por alquien con la cabeza en su sitio, sin obsesiones ni fobias de ningún tipo, un aburrimiento, a mi patológico entender, absoluto y total. De ahí que piense con recurrencia en cosas que la normalidad abomina, que diga chorradas a más no poder y que me comporte, renegado de la ordinary people, como un bastardo y oveja negra de la oficialidad.
El tercero es el TOC del vividor y del canalla, al que, para completar un cuadro esquizofrénico de espanto, le gusta mezclar las churras con las merinas y darle vueltas, en mi extraño mortero vital, al Divino Amor que siento en mí cada día con mi Belcebú de noche, Dios y el Diablo en un mismo saco, la gran herejía, obsesionado como estoy en no juzgar nadie y en cagarme en la madre que parió de quienes se creen con derecho a ello.
El cuarto en discordia pasa por ser el TOC que me hace soñar con planetas, con otros mundos únicamente reales en mi interior, donde la libertad se hace reina; la tolerancia su lesbiana consorte; el respeto el pan nuestro de cada día, y la generosidad, la grandeza de amar, la llave que abre las puertas de la abundancia por fin compartida y el punto y final de los ladrones que están las cárceles y, los más peligrosos, todos aquéllos que no lo están.
Los siguientes TOCs, podría citaros miles, son todos variantes de los mismos personajes, el santo y el cabrón, formados por marabuntas de pensamientos que suelo centrar en mi jaca de bandera, a la que persigo compulsivamente como perro en celo, obsesionado con tocarle el culo y todo lo que se tercie, con comérmela _literalmente_ con tangas o si ellos, con amarla y llevarla al huerto _al de Gestemaní y a todos los demás_ de aquí a la eternidad.
Y cuando los TOCs me dan un mínimo respiro, ejerzo de padre de otro mundo, extraño con ganas y compulsivamente anormal, papel que se me hace TOC sin querer entre las manos, ya que, teniendo hijos por partida quíntuple, lo repito como un poseso, aún a mi pesar.
En suma, que soy lo que tú llamarías un tronao, cuya enajenación mental jamás es transitoria. Lo que se dice un Julio Iglesias de la vida, truhán a tiempo mental completo _y a veces incluso, señor_. El eslabón perdido entre los normales del carajo y los que se creen Napoléon. Un dios, venido a más, en un hombre, venido a extraterrestre.
O, simplemente, un divino irreverente... en estado alterado de TOC.
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