Fragmento de "La vida según Lucas (3).
Diario póstumo".
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ue el amo es un pajarraco de mucho cuidado, ya se sabía. Que ama la libertad como a sí mismo, también. Por eso a ninguno de ustedes le sorprenderá si les cuento que está ornitológicamente comprobado que tiene la cabeza a pájaros. La cosa le viene de antiguo, no se crean, que ya de muy chiquitín le decían los mayores que andaba mayormente en la luna, con la mente y el alma, a tomar por saco de donde se encontraba su cuerpo. De adolescente, la cosa no mejoró que de la luna bajó un poco nada más para situarse en las nubes. Siempre en plan aéreo, ya ven. Ni tampoco cambió el asunto cuando entró en la juventud, pues la universidad no le sirvió a él para sentar la cabeza en ningún lado, no señor, sino que lejos de hacerse un hombre, se metió a hacer el ganso, revoloteando en un cielo de ideas que debería, a su criterio (?), cambiar el mundo de todos ustedes para mejor. Y la cosa ya se puso imposible cuando le dio por leer a Richard Bach, momento en que, de la noche a la mañana, se nos convirtió en gavioto, mucho pelo y ninguna pluma, eso sí, pero todo él hecho de libertad.
Su historial avícola no tiene desperdicio, ya que también ha sido búho desde siempre, pues las noches no le gustan nada negras y las suele pasar mayormente en blanco, dedicado a cualquier cosa improductiva: leer cosas “elevadas” _eso cuando leía…_, escribir o algo parecido, masturbarse, tomar café por litros, drogarse con nicotina… a veces incluso amar. Y de día, tuvo incluso su época de grajo, todo oscurito él, como un ave de mal agüero, córvido total, pues durante años, y sin previo aviso, se vistió de luto riguroso desde el pico hasta las mismísimas patas. Nadie, ni él mismo, ha sabido nunca encontrarle un porqué medianamente inteligible a semejante oscuridad.
Para completar la pajarera, un día se le ocurrió incluso disfrazarse de pingüino para hacerle el juego al mundo y pasar por un altar de hombres, esa pantomima, donde juró en falso cosas que, si estuviese en sus cabales y no en la estratosfera como suele, no habría perjurado, porque amén de hacer daño a otros estaba hipotecando su santa libertad. Tuvo que cargar con el mochuelo de aquella pajarada suya, vaya que sí, y de poco le sirvió creerse el gallo de aquel corral matrimonial, porque en el fondo él siempre ha sido ave de paso, cabeza de chorlito y alma migratoria que hablaba como un loro, hasta que se topó de bruces con la paloma de Dios, yo mismo mismamente, y que iba sembrado el caos y el desconcierto allí por donde revoloteaba.
Y es que el amo, aún en este tiempo del Espíritu, se pone a menudo flamenco y monta pollos a la mínima, desesperado por saberse pájaro encerrado en cuerpo de hombre, harto de ver que la pluma de su mano no le lleva al vuelo. Y da zarpazos y picotea, y hiere a quienes ama, y se hiere a sí mismo a la postre, porque no acaba de hallar su nido y descansar los huevos, un lugar en el mundo desde donde ser pájaro cantor con voz de perro y recordarles a todos que también son pájaros. Y todo porque el amo mío no sabe cómo conciliar su puzzle: su alma de cielo, su mente de tierra, su corazón de fuego. Anda partido, el pobre, dando tumbos por el mundo, incapaz de centrarse de una vez por todas y de comprender que cada pensamiento, palabra y obra deben ser reflejo armónico de lo que siente. Cualquier fisura o cualquier desajuste _lo que ustedes llaman miedo_ conduce irremediablemente al naufragio.
Hasta la fecha, ha vivido cada una de sus partes, disociadas del conjunto, como algo aparte. Ha sido padre, ha sido hijo y, ahora, en el momento de ser espíritu, de ser lo que Yo Soy, va y le tiemblan las alas. Y todo porque a veces dice cosas que no siente, piensa cosas que no debe y hace muchas tonterías.
¿Les suena de algo?
Al amo, como a tantos otros, le falta sentirse UNO dentro de él. Le falta aplicarse el cuento que tan bien conoce, en la más pura teoría, en el más bello de sus recuerdos, nuestros comunes recuerdos, de que todos los pájaros que hay en él son Él.
Lo suyo habría sido que con semejante trayectoria vital, acabase siendo paracaidista o piloto de aviación, de boeing o de avioneta, qué sé yo, rol aéreo que le venía como anillo al ala, pero eso, sin duda alguna, es mucho pedirle al amo mío, que, además de tenerle pánico a las alturas _otra de sus paradojas…_, no ha nacido para nada que tenga que ver con esforzarse o sacrificarse por obtener algo… Aparten, please, de él ese cáliz… Y mucho me temo que el carné de piloto, como todas las cosas efímeras de este mundo suyo, no lo regalan precisamente en la tienda de la esquina, sino que te lo cambian por media alma y tres cuartos de pellejo, si lo sabré yo.
Así que después de más de una década de hacer el indio, que también tiene plumas pero no vuela, y de tener incluso polluelos, esa bendición que le descongeló el corazón, el amo renegó de ser buitre carroñero, comiendo siempre los despojos que a cambio de ser simple mamífero le concedía el mundo, y se atrevió, por fin, al vuelo más hermoso de su vida, en realidad su primer vuelo.
Fue, como muchos de ustedes ya saben, hace ahora seis años, un poco antes de llegar yo, un poco más antes de venir Ana, cuando de la noche a la mañana se arrancó las plumas de hacer el ganso y se puso las de halcón peregrino, el más veloz de todos los pájaros. Se lanzó entonces, a trescientos kilómetros por hora o más, en picado y a tumba abierta, la que dejaba atrás, en manos del buen Dios que aún no sabía que era.
Y fue desde ese momento todo él, cielo. Y se olvidó del mundo. Y el mundo se olvidó de él…
Quiso volar para siempre, dejar atrás todas las cadenas, todas las dependencias que le mantenían atado a la tierra y fracasó _eso cree él_ en su intento puro de ser libre. Porque aún hoy, el halcón se siente sin alas, apenas cigüeño, por lo fiel, del mirlo blanco de Ana; cotorro de sus hijos, a quienes da la paliza a todas horas con aquello de que vuelen, y palomo cojo de sí mismo, gorrioncillo común que quiso volar tan lejos que se quedó en un lugar de nadie, dándole al pico y poco más, a medio camino entre el cielo y la tierra, a medio camino a ninguna parte.
El amo mío tuvo un día alas de Ícaro, fundidas en los altos hornos de la economía mundana, a golpe de pensiones alimenticias, de deudas viejas, de recibos de ahora mismo, de alquileres imposibles, de pañales que parecen de oro, de tabacos que le matan. El amo ha estrellado su vuelo contra su propia incompetencia a la hora de procurarse el sustento. No ha tenido fe en su condición de pájaro, no ha sabido comprender que el alimento está ahí, en todas partes, y que no hay que ir a buscarlo a no se sabe dónde, siempre más lejos, nunca al alcance. Tiene la cabeza a pájaros, insisto, y no acaba de asimilar que la riqueza que ha ido a buscar al quinto infierno está en realidad dentro de él, dentro de cada uno de ustedes.
Su riqueza soy yo, Lucas, su perro-luz. Él solamente tiene que creer antes de ver, tener fe no en que mi voz llegará algún día a ustedes, sino comprender, desde lo más recóndito de su alma, que ha llegado ya. Pero mientras siga temiendo que cualquier contacto con el mundo puede contaminarle de nuevo la ceguera para siempre, mientras siga preso en la jaula de sus miedos, este perro que les habla será nada más que una quimera, una extraña fantasía, una invención, una pájara que le dio al amo, su forma de irse por las ramas, de salir volando por la ventana cuando se ha dado cuenta que tiene las alas rotas, la menta patas arriba, el corazón en desbandada, el cuerpo y la cartera desplumados, sus hijos en fuga, Ana en retirada, su alma atormentada.
Mientras siga creyendo que no es libre al mil por cien y que, con las mismas, puede crear ahora mismo la realidad que le plazca, la vida que le da la santísima gana, se comportará como la mayoría de ustedes, lamentándose de las circunstancias, sin ver que las han convocado, conscientemente o no, inventando excusas para no Ser, fingiendo ser lo que otros les han dicho que deben. Harán entonces muchas cosas, pero no conseguirán nada que les llene de gozo, porque no hay nada _se lo digo en serio_ que conseguir. Nada por lo que luchar. Nada por lo que sufrir.
No hay ninguna situación en la que ustedes no sean plena y totalmente libres. Da igual lo que puedan imaginar. Siempre podrán elegir. Incluso, pongo por caso, cuando alguien les esté apuntando con una pistola en la sien. Aún entonces podrán decidir cómo morir o como vivir, según se mire, con una sonrisa en los labios sabiendo que la vida sigue, que la muerte es sólo tránsito, su gran metamorfosis de oruga en mariposa, o con la tristeza anegando su ojos, sufriendo por lo que dejan atrás. Les digo, queridos lectores, y tengan en cuenta que yo no gano nada con decirles burradas, que el sufrimiento no es una consecuencia natural de vivir, sino una elección más. Si descubren que son almas en un viaje libre y eterno, comprenderán que, en verdad, no hay nada por lo que sufrir.
Al contrario, hay todo por lo que vivir, pero eso no lo experimentarán con plenitud, con total conciencia, hasta romper la ilusión de esa carrera loca por la supervivencia en la que andan todos metidos. En ese momento mágico, divino, entenderán de golpe que todo es un sueño, que han ido a buscar fuera lo que estaba realmente dentro, que la vida es, simplemente, expresar la alegría y el amor que les crece en el alma desde antes del tiempo. Ésa es la verdad. Yo ya estoy muerto _es un decir…_. No tengo por qué mentirles.
Cuando eso les suceda, porque así lo habrán elegido, ya no sentirán obligaciones ni cadenas de ningún tipo ni se excusarán en aquello de que las circunstancias les llevan a hacer lo que no quieren, a ser lo que no son, a negarse a sí mismos, el único pecado _aunque en realidad el pecado es una de sus muchas invenciones…_ que puede cometer, ya no sobre otros, que cada ser es absolutamente libre de hacer lo que le plazca, sino sobre su alma blanca. Ya no dirán aquello, tan socorrido, tan falso, de “¿qué puede hacer uno solo?”, ya que la respuesta es Todo, pues Todo es cada uno de ustedes y cada uno de ustedes es Todo.
En ese momento glorioso de sus vidas, se sentirán leves. Se sentirán pájaros. Pero ya no cuervos, palomos cojos, papagayos o golondrinas, como el amo mío, el pajarraco _o, precisamente, todos ellos al mismo tiempo_, sino lo que son más allá de las cegadoras apariencias que ustedes mismos han creado: aves del paraíso, la de las plumas más bellas, pájaros que deciden olvidarse de quienes son y fingen morir para después resucitar como el Fénix y experimentar, VIVIR, el éxtasis de saberse el ave más hermosa que, a su imagen y semejanza, ha creado Dios.
Permítanme, en este punto, que sea su memoria viva y les recuerde algo esencial:
Cambien la forma de mirar.
No hay patitos feos. Todos son cisnes.
Por eso mi tercer deseo, para el amo y para todos ustedes, solamente puede ser éste:
Vuela.
Eres libre…
de Ser
lo que te plazca.
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