martes, 15 de marzo de 2011

Señora de Feroz




De todas las versiones posibles del cuento de Caperucita roja, yo me quedo con aquélla en el que la dulce protagonista pierde su virginal candor y deja de ser lolita en ciernes para convertirse en una loba de tres pares de narices. En Señora de Feroz. Y puestos a identificarme con  alguno de los personajes de la conocida fábula, lo hago, sin lugar a dudas, con el antihéroe y el canalla, el que sigue al pie de la letra sus institutos primitivos, es decir, con el lobo de hocico sanguinario y  fauces largas, peludo y vividor; con el carnívoro, más por placer que por genética, que sirve para asustar a las niñas, pero que no se las come salvo en las historias convencionales, porque lo que a él le gusta de verdad es meterse entre pecho y espalda  a una mujer hecha y curvilínea, a una loba con experiencia y de cuidado… Pechuga y zanco de primera… ¡Nada de carne tierna que se deshace entre los dientes  como gelatina, por favor!...

Al lobo feroz de mi cuento le alabo yo todo, porque es el malo de la película por el simple hecho de ser él mismo, salvaje y carnívoro, no domesticado por la moral de salón, por la patética comedia de los hombres. E incluso le perdono el mal gusto de zamparse a la abuela _que ya es tener hambre ciega, joder…_, porque es un mal trago necesario _para ella un sublime y morboso placer_ con tal de meterse en la cama de la casita del bosque y esperar a Caperucita Roja para pedirle que se desnude mientras le da vidilla al rabo, morderle ambos cuellos y meterla después,  en pelotas y sin disfraz infantil, que es lo suyo, en la cama del animal placer.

A quien no puedo ver ni en pintura, mucho menos identificarme en modo alguno con él, es al cazador de los cojones, ese hombre que para sentirse macho se compra una gran  polla de metal y se corre de gusto disparando su mal semen de perdigón a todo lo que se mueve, así sean niñas en edad de temer a los lobos, así sean abuelas que ya han visto a los suficientes cazadores como para no chuparse el dedo y saber que lo único que merece la pena de ellos es la bestia maldita, su indecorosa e incivilizada parte animal, el lobo feroz que han dejado muerto por el camino.

Al cazador de la historia de los hombres es un falso depredador al que  le gusta joder por joder.  Mata por gusto. Folla por poder. El lobo de mi cuento, no. El lobo feroz come por necesidad, aunque le plazca, mata a su pesar y folla sólo por placer. A mi  lobo no le gustan las niñas ni leerá jamás a Nabokov. Mi lobo es kafkiano y ama la metamorfosis que convierte a Caperucita en su Señora de Feroz. La loba que vive en las mujeres de los cazadores, las que nunca aparecen en la fábula, porque las dejan bien guardadas bajo llave en el armario del decoro mientras ellos se van a hacerse los machos y a pegar tiros por ahí. Es la loba que han dejado muerta, gracias a su castrante educación, en alguna parte de su niñez

Me refiero a la loba socialmente mal vista, a la que, cuando alguien se confunde y la llama Caperucita, contesta orgullosa,  que Señora de Feroz.

En su honor es este merecido  post.

Ella no necesita que nadie se las dé de hombre, ni que nadie se disfrace de su abuela, para llevársela a la cama fingiendo lo contrario y diciendo  gilipolleces. La Señora de Feroz no necesita un lobo metrosexual, lampiño y con escopeta, para enseñarle que todos los caminos del lobo conducen a Cuenca.

Ni le gusta que le cuenten cuentos de hombres para follarla mejor.

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