Sé que es primavera, porque al barrio a tomar por saco en el que vivo han llegado las anduriñas _nombre con el que llamamos a las golondrinas en mi tierra_ y también, las prostitutas. Las primeras andan merodeando por el patio vecinal, que se asemeja una jartá al penal de Carabanchel, con ventanas llenas de barrotes, me imagino que para que los ladrones desistan de su empeño de llevarse el ascensor, en busca de una salida de malos humos humanos en el que hacer su nido. Las segundas revolotean por la rotonda, que tenemos a unos metros del edificio donde nos hacinamos como conejos, en busca de un triste pájaro que llevarse a la boca o a la bisectriz, en calidad de dudoso y gélido aperitivo, para después poder comer caliente con los míseros 20 euros de un francés de pacotilla, con los 30 que cuesta un puñetero completo de la edad de hielo.
Y sé, sin lugar a dudas, que ha llegado ya la primavera, porque las ventanas del patio de vecinos se abrirán paso en el epílogo del invierno para convertirlo en una caja de resonancia, llena de los sonidos previsibles de los hombres, la misma canción de primavera repetida hasta el hastío, donde todos oíremos el pío-pío de las hermosas anduriñas y, una vez más, nos guste o no, lo cerdos que son los hijos en edad púber de la vecina de abajo, que ni se lavan, ni recogen su ropa ni hacen ná de ná, tan sólo enchufarse al ordenador día y noche, como aunténticos zombis, y lo próximos que están, esos cabrones digitales y con acné, de llevarse a la sufrida de su madre coraje a la tumba.
La certeza de la primavera me llega también desde los bancos, hasta ayer mismo huérfanos, del paseo que está delante de la rotonda, milagrosamente reconvertida en un circo romano del tercer milenio, a los que, magia potagia, les florecerán de repente un montón de culos de gente de bien y de su casa, el ciento diez por ciento hombres, a los que les entrarán unas ganas locas de sentarse, a cualquier hora del día y de la noche, delante de la ruidosa e infernal rotonda, no para ver la vida pasar, que eso ya lo hacen en sus casas, sino para con disimulo quedarse bizcos, observando por el rabillo del ojo el ir y venir de las prostitutas, esas pájaras de cuidado, que visten corto y pían en rumano, porque las dacias _no como las mirlos blancos de las españolas_ son más putas que las gallinas, ya se sabe, mientras invitan a los españolitos a sacar de su jaula el pájaro al que nadie le hace puto caso en su santa casa.
Finalmente, sé que es primavera porque todos echaremos a volar por la ventana la miseria de nuestras pequeñas vidas cotidianas, nuestras familiares tristezas, nuestras comunitarias frustraciones, y porque mientras daremos por buena la mierda con que las anduriñas llenaran el patio, las señoras de los mirones inconfesos de la rotonda pondrán el grito en el cielo por el indecoroso espectáculo que dan las cerdas de las putas rumanas, las anduriñas con condón y minifalda, a las que muchos pagarán una mierda por tragarse la mala leche que se les pone por vivir en Carabanchel, por tener encerrado su pájaro en el nido, triste y eternamente vacío, al que llaman casa.
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