lunes, 28 de marzo de 2011

El ángel del perdón



Ya dejé aquí escrito, en alguna otra ocasión, que soy un fanático de la compasión, de la misericordia, del perdón. Nada en mi vida le ha sentado a mi alma mejor que la liberación de la carga de rencor, de ganas de devolver los golpes, que supone el acto íntimo de perdonanza. Perdonar es reconocer que el que te agrede y hiere eres tú, y que no hay ofensa en el mundo lo bastante grande que no merezca la gracia de la reconciliación.

Y de nuevo hoy me asomo a este blog para decírtelo a ti, por escrito y antes testigos, ya que he dejado de confiar en mi cháchara incesante, en mi mal ejemplo de lo que digo respecto a casi todo, y no he sabido encontrar, cara a cara, cuerpo a cuerpo, los huevos, la valentía y la ocasión de entregarte la llave que abre las mazmorras de todos tus pesares, de tus personales tristezas.

Otra vez me visto de palabras, mi amor, para recordarte que si encuentras en ti el camino del perdón, serás por fin libre de la profunda oscuridad que en el corazón deja la afrenta que uno no sabe perdonar. Cuando no hay perdón se detiene la evolución personal, se rompen como un cristal las alas del ángel  de amor que llevamos dentro y nos quedamos atrapados en la ilusión elegida del dolor causado, no por otros, tal y como creemos, sino por nosotros mismos al no saber perdonar.

Pero no es el perdón a otros el que yo te deseo, no al menos antes de ese perdón que te cuesta tanto, a ti, tan crítica contigo misma por amar tanto la perfección, tan bella y tan dura,  el perdón más importante, el perdón a ti debido. Es mi mayor regalo para ti, yo que nada tengo para darte, este deseo suplicante y fervoroso de que te perdones por todo lo que, consciente o inconscientemente, crees erradamente que has hecho mal, porque tú, mi amor, no haces nada mal: tan sólo vives como en cada momento sabes hacerlo.

Y para que mis palabras no se las lleve nuevamente el viento de mi idiotez supina, de mis tropiezos cerriles contra la piedra de mis fracasos, digo, ante ti, mi amor,  y ante el Universo entero, que me perdono todo el daño que haya causado a cualquiera que no sea yo, que es lo mismo que el incuantificable daño que en esta vida me he causado a mí mismo.

Y te pido también perdón a ti, mi amor, por el silencio, por la distancia, por el desencuentro, por la falta de perdón, por la  falta de luz. Y, para concluir, añado que el día en que estas palabras puedan ser leídas con los ojos de tu alma, sabrás perdonarte, perdonarme y perdonar. Sabrás, como yo,  que el fantasma de la ausencia de perdón es la pesadilla del amor.

Ese día podremos amarnos total y plenamente, al fin, libres de la carga del rencor, del dolor que nos derrite  tan a menudo las alas. Y seremos Uno como ya fuimos, antes de ahora y antes del tiempo.

Seremos la historia más bella jamás contada, que nos regala el ángel que hoy te deseo.

El ángel tan bello como tú,  Amor. El ángel del perdón.


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