Traía en mente varios post, que se estaban ya escribiendo por dentro, sin contar para variar conmigo, todos ellos a su santa bola, y al final, una palabra de última hora se ha abierto paso, a codazos, entre todas las voces que resuenan en mi cabeza y se ha impuesto, por sus narices, a todas las demás. Esa palabra es la palabra "frontera".
A ella dedico este post, que es, no voy a negarlo, como dedicarlo a uno de los rasgos más marcados de mi personalidad de hombre, la de un ser que, desde bien pequeño, tiene más interés por saber qué diablos hay al otro lado del espejo que lo que se ve reflejado en él; la de un hombre que siente una curiosidad muy marcada e insaciable hacia los terrenos límite, hacia ese punto donde la oruga está dejando de serlo para comenzar a ser mariposa, dándose la paradoja de que no es ni una cosa ni otra y es ambas al mismo tiempo, hacia los lugares que no tienen nombre, porque no pertenecen a nadie ni rigen en ellos las leyes convencionales y, cuando se llega a ellos, nada de lo sabido anteriormente sirve ya, porque toda referencia ha quedado a atrás, y todo está de nuevo por saber.
Mi atracción hacia la frontera es el gusto por la paradoja, por el principio de incertidumbre, donde todo lo racional pierde su significado... El gusto por las experiencias donde, como luminosa excepción, se juntan los extremos, aparentemente irreconciliables en cualquier otro lugar, pero que en territorio fronterizo se convierten milagrosamente en uno.
En el fondo, el amor por la frontera es la consecuencia de la combinación de dos rasgos esenciales más que me definen:
1) El de un deseo atávico mío de sacar el látigo y desmontarles el negocio que las religiones y las morales al uso tienen montado en torno a lo que ellos aseguran que es el bien y el mal, el gran business del más allá, el contrabando de billetes para el paraíso, de parcelas celestiales, reservadas a quienes acatan sus mandatos y viven sus vidas como tragedias griegas, llenas de sacrificios y renuncias, a cada cual más antinatural, mientras envían al infierno de la marginación y el rechazo en este vida, y de las llamas eternas en la otra, a todos los que se apartan del redil marcado por los hijos de la Gran Betaña que se hacen pasar por los hijos predilectos de Dios... Como si Dios fuese un jodido psicópata que se complace en abrasar a parte de sus hijos a sangre fría mientras a otros los pone a tocar el arpa y a vivir a cuerpo de rey.
De ahí que yo sospeche, desde muy niño y por defecto, de todo lo que otros, apóstoles del maniqueísmo y mesías del castigo eterno, definen como lo bueno o lo correcto. A mi entender, se trata más bien de lo conveniente, de lo que les conviene a ellos. De ahí que yo vea en lo convencional, en las normas que rigen el mundo, que aborregan a las sociedades y que castran a los individuos, el gran estigma de este mundo, por la sencilla razón de que los modelos religiosos y morales habidos hasta la fecha se asientan, sí o sí, sobre el principio de confrontación, lo que conduce, inexorablemente, a que unos se postulen como jueces con derecho a mandar al resto (a los diferentes, a los que piensan o sienten distinto, a los raros, a los parias...) al puñetero paredón.
2) La búsqueda de un modelo, no moral, no religioso, y sí espiritual, que supere todo maniqueísmo anterior, el ojo por ojo y el diente por diente, para conciliar de una vez por todas los extremos, para superar todas las fronteras, para sustituir la justicia de los "buenos" y los "malos" por la misericordia y para que todos cobren conciencia de que todos somos iguales en las diferencias y que vamos en el mismo barco, un barco que se llama Dios.
La frontera para mí es eso, el final de un mundo que agoniza y el umbral de un mundo nuevo. Es la oportunidad de cuestionarlo todo y de poner fin a un forma de hacer las cosas (maniquea, belicosa, suicida) que nos está llevando al desastre. Es la apuesta por la renovación, por dejar de ser rebaño en manos de gobiernos, religiones, bancos y multinacionales y atreverse, cada uno desde el fondo de su alma, a dar el paso hacia una libertad no tutelada, hacia una libertad que cree un mundo diferente y nuevo, un mundo sin fronteras.
A mí me gusta la frontera, porque en ella dejo de ser hombre para empezar a ser Dios, de ser mi ego políticamente correcto para ser sólo yo mismo, de hacer lo correcto para hacer, de verdad, lo que me sale del nabo, de reproducir el pensamiento de otros sin cuestionarlo para comenzar a pensar por mí mismo.
La frontera se vuelve así el punto en el que dejo de parecer lo que no soy y empiezo a ser lo que a nada se parece. La frontera es el círculo perfecto, el momento sublime donde Dios se hace completo, donde lo sagrado y lo profano se funden, donde todo se destruye para renacer de nuevo.
Busco la frontera, porque en ella el principio y el final se dan la mano, porque en ella es posible la libertad con mayúsculas, al haberme liberado de la tentación de juzgar al otro, y porque en ella todo deja de estar prohibido y cualquiera cosa puede Ser.
Por eso mismo me gusta tanto la carretera. La carretera, tal y como yo la siento, conduce siempre hacia la frontera. Ésa es la causa por la cual a mi mujer a y a mí nos pone tanto el rollo de carretera y manta, los viajes en los que nos place perdernos yendo a cualquiera lugar y a ninguna parte para encontrarnos en la simple alegría de ir, de Ser el camino y de ser en el camino, ajenos a la previsibilidad de nuestros quehaceres cotidianos, de las rutinas que se hacen noria, ajenos a los personajes convencionales que hacemos pasar por nosotros mismos.
En nosotros, la frontera no separa, sino que une, al ignorar, deliberadamente, el significado de las palabras extranjero, mendigo, inválido, delincuente, puta y maricón. Cualquier palabra que suene a frontera.
Para nosotros, la frontera es territorio canalla y suena a un motor en la carretera de los sueños, huele al café de cualquier estación de servicio y sabe al semen anónimo y a la saliva compartida de un motel. Nuestra frontera es la libertad con mayúsculas, el ocaso de cualquier distancia y el amanecer de la Armonía, donde nadie sabe ya _ni maldita falta que le hace_ dónde acaba el uno y empieza el otro.
Donde Todos, al final de todos los caminos, nos hacemos y Somos Uno.
¿Alguien se apunta?...
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