viernes, 12 de noviembre de 2010

El efecto mariposa

Hay estos días, en mi vida, un rumor de vuelo en el aire, un aleteo, apenas perceptible pero cierto, de alas en la distancia. Se trata de un sonido híbrido, como tantas otras cosas en mi existencia de hombre, formado, a partes iguales, por los ecos de un ciclón que se ha llevado por delante el castillo de naipes de mi reciente etapa laboral y por el presentimiento de algo definitivamente nuevo, primeros pasos de un rumbo por fin diferente, tímido esbozo de Mí Mismo, resucitado al tercer día de entre mis y egos muertos.

Hay estos días, en mi vida, la certeza de la magia, la vivencia del milagro, la conciencia de que Soy Dios aún cuando fracaso como hombre.

Cuando miro hacia atrás, contemplo el aleteo de una pequeña mariposa, hecha de sonidos y vuelo de palabras, una simple frase lanzanda al viento cuando, hace apenas un soplo de tiempo, la mujer que Amo me preguntaba cómo me sentía tras reincoporme al tajo después de las vacaciones. No tuve que pensar. No lo dude un segundo. La sensación germinó en mi laringe a velocidad de relámpago, como una brisa fresca y sin necesidad de pasar por la aduana rigurosa de la mente: "Yo ya no estoy aquí", le dije de cuerpo presente y sin despeinarme una antena, convencido hasta la médula de que le estaba diciendo la verdad y de que ella, que me tenía delante, estaba hablando sin saberlo con un recuerdo.

Obviamente, se hizo en mí mi voluntad en un abrir y cerrar de alas y mi universo laboral se vino abajo bajo la tormenta otoñal de aquellas cinco palabras... Un aleteo ínfimo en medio de la por aquel entonces mar en calma de mi personaje de oficina, medio comercial, mesías de medio pelo, que por sí solo fue capaz de conjurar la fuerza de los vientos, de enfurecer a Neptuno y de desatar la violencia de las olas que causaron el último, y muy estrepitoso, de mis innumerables naufragios.

Y si miro un poco más atrás en el espejismo que llamamos tiempo, recuerdo mis dedos volando sobre el teclado del ordenador de los sueños, donde recogí y di forma a una visión profética de mi amada, un pensamiento puro suyo, genuino y creador por lo que tenía de aunsencia de perjuicios, de fe ciega en lo que se ve antes de que suceda. En aquella visión de sus ojos más bellos la persona que nos dio a ambos trabajo en su proyecto empresarial era merecedora, por haber puesto toda el alma en el asador de su empeño de llevar salud a los demás (a eso se dedica), de recibir un galardón de lentejuelas: la oportunidad de recordar y de vivir en función de su ángel interior, verdadero premio oculto bajo la tapadera de un reconocimiento mundano con el que ella nunca se atrevió a soñar.

Mi mujer en lo humano, mi alma afín en lo divino, sí se atrevió, claro que sí, y también me atreví yo, que jugaba con divina ventaja y sabía que si miraba a nuestra candidata con ojos de Dios, a la hora de dibujar el perfil de sus andanzas dentro de la candidatura que la representó ante un jurado de hombres, no es que fuese a ganar ese premio, sino que lo había ganado ya en cuanto se oyó en el aire el aleteo de la primera tecla, la primera gota de lluvia de un huracán tropical que, meses después, hace ahora unos pocos días, justo cuando echaron este mensajero, ésa es la ironía, ha recibido el mensaje de mi pequeño milagro de palabras que se resume en la mariposa que conforman cuatro palabras del titulo de la candidatura: "La alquimia de amar".

Y por último, ayer mismo, al día siguiente de haber sobrevivido, a duras penas debo admitirlo, al ciclón de proporciones mayúsculas que la noche de mi mente provocaron sin querer cinco palabras en la boca de quien amo, justo cuando anbaba mentalmente haciendo las maletas para dejar de molestar a todo Dios e irme, con viento fresco, a darle a las alas de mi habitual chaladura a otra parte, sucedió de nuevo. La contemplé lamentando, como una muy hermosa versión femenina de Sansón, travestida en el ocaso de la mujer que ha sido, la pérdida de su extraordinaria melena, su cabeza y un trozo de corazón, bajo la guadaña inmisericorde del estrés que le provoca su habitual empeño, el de crear jardines de rosas en pedregales ajenos.

Escuchando su queja como hombre, la miré también a ella como Dios... y a Mí mismo me pongo por testigo de que no me vino a la boca mundana el nombre de ningún crecepelo milagroso. Me vino el vuelo de otra mariposa, un milagro auténtico que me regaló el escritor Richar Bach hace la mitra de años, cuando yo tenía apenas muñones de plumas y no alas. Y, como no eran mías, se las entregué a ella por Amor. En esta ocasión han sido más de cinco palabras, concretamente diecisiete, con lo que imagino que el huracán va a ser de los de Dios es Cristo:

Lo que la oruga interpreta
como el fin del mundo
es lo que su dueño denomina
MARIPOSA.



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