lunes, 31 de enero de 2011

Breve historia del Universo


Anda el personal, desde que el mundo es mundo, dándole vueltas al cigüeñal y mareando la perdiz con el asunto, jamás resuelto, de si fue antes el huevo o la gallina. Tirándose de los huevos y sin ponerse jamás de acuerdo. Pues ya va siendo hora de resolver, de una vez por todas, el enigma...

Veamos que nos dicen los que creen que el huevo fue antes que la dichosa gallina:

Antes del principio fue el huevo. Un huevo que era hijo natural y único de sí mismo, suspendido en ninguna parte, pues no  existían ni Einstein ni el espacio ni tiempo, sólo él flipando en medio de la nada y sin haber visto una gallina en su vida. El huevo primigenio contenía en sí mismo todo lo que ahora vemos alrededor y que llamamos Universo. Nadie sabe cómo es posible algo tan extraordinario, porque el huevo en cuestión era del tamaño de la cabeza de un alfiler, pero en él cabía la inmensidad. Solamente se sabe que, debido al atracón de haberse engullido la realidad enterita, su diminuto estómago hizo "crock" y el huevo, el muy guloso, estalló un buen día  en mil pedazos y dio paso al primer día del Universo.

El huevo no era muy listo, que digamos, porque no tenía ni idea de lo que hacía, nada en la cabeza, ni, por supuesto, tenía ningún Plan. Pero sí tenía un Planck, científico brillante que nos explica que, tras la gran huevada, el reventón pantagruélico del huevo único, se formó una sopa de partículas de huevo que empezaron a expandirse en el espacio y en el tiempo, de manera que, con los huevos de corbata al verse fuera del cascarón protector, empezaron a buscarse las unas a las otras en base a criterios de afinidad: yema con yema y clara con clara.

Estas aglomeraciones de huevo fragmentado llegaron a formar corrales enteros de yemas estrelladas, en torno a las cuales empezaron a gravitar bolitas de clara con cáscara. En una de esas bolitas, que tuvo una suerte del carajo, llegaron  a darse, la friolera de 15.000 millones de años después, las condiciones óptimas para que un mono, descendiente del huevo, se volviese más listo  que el resto, tanto como para contestar que fue antes el huevo que la gallina.

Veamos, ahora, qué nos cuentan aquéllos que sostienen, contra viento y marea, que fue primero la gallina...

Al principio fue la Gran Gallina, la Madre de todas las gallinas posteriores que, esta sí, tenía conciencia de Sí Misma y un Plan en la cabeza: el de poner huevos por doquier para dejar de estar sola y vivir la vida a través de cada uno de sus polluelos.  

Y la Gran Gallina, para la que el tiempo no existía y que  era un huevo de inteligente, se sacó del debajo de la cresta las ideas que tenía del Universo y las materializó poniéndolas dentro de un primer huevo, divinamente diseñado con tecnología celestial, con capacidad para montar un gran pollo inicial, un estallido de Luz avícola, de energía ovícola del copón, para sembrar, andando el tiempo,  corrales por todas partes, de cuyos huevos saldrían las gallinas a escala de la primigenia que somos nosotros, los polluelos hechos a su imagen y semejanza.

Pues bien... ¿Y si resulta que ambas teorías llevan razón?...

A lo mejor, la verdad no está en alguna de ellas por separado, sino en la síntesis de las dos.  A lo mejor, no fue antes el huevo que la gallina, o viceversa, sino que la historia comenzó de la manera siguiente:

Antes del principio era una gallina, un gallo y un huevo... al mismo tiempo y en un mismo Ser Consciente... Y, un buen día, la gallina preguntó...

_Oye... ¿Y si montamos un corral?...

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domingo, 30 de enero de 2011

Breve historia del mundo


Estaban Adán y Eva en el Paraíso que les regaló Dios, tocándose los timbales y el higo, tan ricamente. Vivían a cuerpo de rey y en armonía con su entorno como buenos seres primitivos que eran.

Todo iba mal hasta que…

Llegó por allí un capitalista muy sagaz y empezó a hablarles de supervivencia.

Y llegó Íker Jiménez, haciéndose el misterioso, para darles una lección magistral sobre el miedo a lo desconocido.

Y, después, llegó un banquero y les convenció para poner sus frutos prohibidos al 8 por ciento TAE en una cuenta naranja.

Y llegó un economista para hablarles de la oferta y la demanda.

Y llegó un sindicalista, primo de un tal Marx, para prepararlos para la lucha obrera.

Y llegó una monja para convencer a Eva de que debía ser, en lugar de una hembra en celo, una sierva de Dios, dispuesta a entrar en un convento.

Y llegó también el Papa, que aseguraba venir de parte de Dios, para acojonarles vivos a ambos con la teoría de que el hombre es malo por naturaleza, un puto pecador de la pradera.

Y llegó asimismo un empresario para ponerles a parir por tener la tierra a su bola, dando cosecha tras cosecha solidaria para el estómago de todo el mundo, sin comercializar el excedente.

Y llegó el dueño de Zara para ofrecerles ropa “casual”  (eso sí, a  un precio justo...) para que se taparan las vergüenzas.

Y llegó el dueño de El Corte Inglés y les dijo que esa marranada del amor universal, de todos con todos, se había acabado, que, a partir de ese momento, el amor era cosa de un día, pasando antes por caja para pagar el regalo, el día de San Valentín.

Y llegó Hernán Cortés, armado con una biblia y una espada justiciera, para pasarlos a sangre y fuego…, es decir,  para civilizarlos.

Y llegó un nacionalista, asegurando que él hablaba catalán en la intimidad, para pedir la autodeterminación y convertir al árbol de la ciencia del bien y del mal en el país de sí mismo.

Y llegó Maquiavelo para justificar cualquier tipo de aberración en nombre del Estado.

Y llegaron los paranoicos de la seguridad al grito de “¡Aquí no se mueve ni Dios!...”

Y llegaron los políticos de todos los pelajes para pedirles el voto.

Y llegaron los fundamentalistas de todo tipo para volar el paraíso en nombre de cualquier guerra santa.

Y llegó un juez con una orden de desahucio, porque Adán y Eva no había pagado la hipoteca del Edén, inventando de paso la justicia.

Y llegó un comunista para reclamar el Paraíso para el pueblo, pero sin el pueblo. 

Y llegó uno que era muy listo y les enseñó a no pensar por sí mismos. Se presentó como maestro y a lo que hacía le llamó educación.

Y llegaron los de la ONU para montar allí su circo.

Y llegó Belén Esteban para dar su sabia opinión y enseñarle a Eva el noble arte de joderle la vida a un ex  y a matar en nombre de su hija.

Y llegó un contertulio de oficio también para dar su imprescindible opinión.

Y llegó Paco Umbral para hablar de su libro.

Y llegó Sánchez Dragó presumiendo de pederastia y de que se había tirado a Eva cuando apenas se llamaba Evita.

Y llegaron Franco y Hitler a ponerles a todos firmes delante de una cámara de gas.

Y llegaron los periodistas para cubrir la noticia de manera “objetiva” y “veraz”.

Y llegó un demócrata para enseñarles que todos somos iguales, pero unos más iguales que otros.

Y llegó Boris Izaguirre para sacarlos del salvajismo e inventar el glamour.

Y llegó una feminista para poner las vaginas y las pollas en su sitio (cada una por su lado).

Y llegó Cuca García de Vinuesa para sacarlas de su sitio y ponerlas en el cajón de las vergüenzas.

Y llegó el alcalde de Marbella para recalificar el suelo del Paraíso y empezar la especulación.

Y llegó por allí un yanqui para hablarles del sueño americano, venderles el último grito en armas de destrucción masiva y, de paso, instalar en el Paraíso una base militar para defenderles de la amenaza fantasma.

Y llegó Eduard Punset, que ya existía el tío, y les enseño, según le había asegurado no sé qué eminencia científica, que Dios no existía ni por azar.

Y, como golpe de gracia, llegó un tal Darwin _ entre vítores de multinacionales, banqueros y gobiernos_  para largarles el rollo de que estaban hechos unos monos  y meterles el espíritu de competitividad en el cuerpo en base a  la supervivencia del más fuerte.

Dios, que era un hippie, se quedó entonces sin su divina comuna de paz y amor. 

Adán y Eva le dejaron tirado por haberles creado tan imperfectos, pecadores y primitivos.

¡Pero empezó la EVOLUCIÓN!...


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sábado, 29 de enero de 2011

¡Tonto, el último!


En la línea de salida tenemos...

  • A un tipo sano y fuerte, criado en buena familia.
  • A otro del montón, hijo de una familia media.
  • A otro, de familia humilde, que parece veinte años mayor, porque ha trabajado desde antes de nacer.
  • A un sin familia que trabaja como indigente.
  • A uno, con familia o sin ella, de los que llaman discapacitados.

Hay tres premios para los ganadores...

  • El Premio Político a Sueldo de Multinacional.
  • El Premio Banquero Gran Caimán.
  • El Premio Peces Gordos.
  • Con Premio de Consolación, una patada en el culo para el resto.

    La pista de la vida es la misma para todos. El sponsor les ha regalado a todos la misma equipación. La distancia a recorrer, también la misma...

    A este gran carrera de la vida, los que saben y entienden de estas cosas lo llaman...

    IGUALDAD DE OPORTUNIDADES.

    Con dos cojones y un palito.

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    viernes, 28 de enero de 2011

    Placeres solitarios


    Cuando, como yo, has pasado de largo por el ecuador de tu existencia, es tan  grande el basurero del fracaso, tan alto el montón de errores cometidos, de piedras destrozadas a tropezones o a patadas, de sueños hechos añicos, que puedes  subirte a él y contemplarte con visión panorámica. Por fin sin velo. Y no hay forma humana de no ver con claridad ni de endulzar, con los ojos ciegos del ego, las pequeñas y grandes miserias que han jalonado tu camino.

    Desde esta atalaya de la estupidez que me es propia puedo ver que, mayormente, yo he sido,  por elección, lobo solitario, peninsular a secas, sin pedigree y no estepario, jamás redimido por la belleza de una novela. Y compruebo, con transparencia meridiana, que he sido, por necesidad más que por vocación, un personajillo que ha dibujado su leyenda de ser oscuro con la maldición de los placeres solitarios.

    Los placeres solitarios no son una opción. Son, a menudo _al menos en mi caso_, la única salida. Hacer el amor con uno mismo en la soledad desértica de una mano... Emborracharse de libros de otros para vivir, entre comillas, a través de sus historias... Soñar despierto a todas horas para matar el rato y que no te asesine el reloj... Y, cómo no, a falta de alguien a quien largarle el rollo entre polvo y polvo, escribir a lectores invisibles, ese engañoso consuelo, para mirar hacia otro lado y no tener que ver que tu vida está hecha de semen entristecido, de cuentos ajenos, de fábulas propias y de una sopa de letras indigerible.

    Yo no tengo duda alguna al respecto: No escribo porque me sienta escritor, ni porque pretenda serlo... Escribir es la opción que elijo para tomarme el pelo a mí mismo y no sentirme solo.

    Recuerdo, allá por el año 2005, que los tres primeros libros que escribrí surgieron de mis letrinas en apenas cuatro meses,  a lo bestia y como si me hubiera vuelto más loco de lo habitual. Aunque la verdad, sin florituras, era que estaba, y me sentía,  como hombre, más solo que de costumbre.  El único lobo sobre la luna. Después, llegó a mi vida la vida y, como es natural, dejé de escribir al momento. Dejé de ser viento para hacerme carne. Con excepción de una puñado de poemas,  que fueron mi prueba escrita de Vida, mi júbilo más exultante, mi testamento de que he vivido y la expresión más alta de mi alegría, escribí con piel, y no con aire, la historia  no virtual de esa parte hermosísima de mi vida.

    Pero hace tres años, regresó mi ancestral sensación de soledad a por su fueros y de poco me sirvió enfurecerme y suplicar, llorar de rabia e impotencia, porque ella estaba ahí de nuevo, la única dispuesta a tocarme los cojones. Y, desesperado tuve que volver a los putos placeres solitarios... Por supuesto, volví a escribir... En aquella ocasión, mi cuarto libro para el cajón de los desengaños...

    Y como la sensación de soledad era tan descomunal, no tuve bastante con el libro y surgió, de la misma desesperación de siempre, este blog.  Un blog que me da placer solitario, pero que no escribo por divertimento. Lo hago para no volverme definitivamente loco y acabar en un psiquiátrico. Este blog es la prueba escandalosa del fracaso, el reflejo fiel de que, como muy honestamente señala el autor de Diario de un un completo gilipollas en su magnífico post Gilipollas social, "cuanto mas inútiles somos en las relaciones mejor utilizaremos las redes sociales". Él señala, y dice la verdad,  lo que la mayoría calla: que escribe en la Red básicamente para que el asunto acaba en ligoteo y en  fornicio... Es decir, para huir de los placeres solitarios.

    Para algunos, como yo, escribir es, en el fondo, una putada. Un arma de doble filo. El cuchillo de la soledad que te mata. El último tren que pasa por la estación del fracaso. El último madero al que se agarra el náufrago. El sabor de la escritura es como el coño que amas: dulce entre los labios, amargo cuando te falta. Agua con sal que te lleva a beber más y más sin saciar nunca tu sed. Una condena de por vida. Un puto placer solitario.


    Escribir es mi forma de echar mierda por la borda, de lanzar mi tristeza por la ventana del mundo, de verter saliva hirviendo sobre los fantasmas que cada día toman al asalto el castillo de mis sueños. Escribir no me sirve de nada. Mucho menos para curarme de mí mismo. Ni para salvarme. Me causa _eso sí_ placer. Pero un placer solitario.

    Y ni siquiera me consuela, aunque me place, saber que el hecho de escribir trajo un día a mi vida a alguien muy querido, a quien mis palabras llevaron luz para que recuperara su voz dormida y los ojos de su belleza oculta. Pero es la excepción que se llama milagro.

    Yo no me asomo a este blog para mirar el mundo, que a ése ya le vi yo las pintas en directo hace tiempo, ni para dejarme ver, que me tengo ya muy visto. Yo no escribo por vanidad, ni por rencor, ni por curarme las heridas. Escribo, como he hecho siempre, para sentirme vivo y no sentirme solo.

    Escribo _permitidme el placer de la paráfrasis_ para no morir...  Y tan alta Vida espero que muero, porque no muero.

    Por eso, si algún día veis que dejo de hacerlo, que dejo huérfano a este blog,  no me deséeis la escritura, porque los placeres solitarios son el callejón sin salida y el suicidio de quien no recuerda el significado de la palabra juntos.

    Y, si queréis, alegraos por mí. Porque habré empezado a Vivir o porque habré muerto.

    Que viene a ser lo mismo.



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    miércoles, 26 de enero de 2011

    La gacela en Transilvania


    Estoy hecho un animal de mucho cuidado. Un extraño híbrido, a medio camino entre el hombre lobo y el puto vampiro al que llaman Drácula. Y no lo digo para hacerme el interesante o porque la naturaleza me haya dotado con un cantidad inconfesable de pelo en pecho para convertirme en la antítesis del homo lampiñus que tanto se lleva ahora, sino  porque hoy, de golpe y sin previo aviso, he cobrado repentina y demoledora conciencia de que mi comportamiento habitual me aleja irremediablemente de lo humano y me acerca, peligrosamente, a los documentales de La 2, en cuyos protagonistas de la variedad mamífera encuentro yo más afinidad que en la evolucionada raza de los hombres.

    Esta animalada que hoy confieso viene a cuento de que mi menguada mente racional a menudo me sorprende, en atisbos de lucidez humana que se dan en mí muy de cuando en cuando, olfateando el aire en busca del rastro de una comida que, si me place nasalmente,  soy capaz de ingerir sin probar bocado por el hocico  y a la que no me acerco  ni a mil kilómetros _así me disparen con balas de plata_ cuando no pasa el filtro gustativo de mi hambrienta pituitaria.

    Peor aún: Lo poco que queda en mí de hombre me sorprende a menudo vagabundeando por la casa como siguiendo un reclamo invisible, que me lleva irremediablemente al cesto de la ropa sucia o a cualquier lugar donde mi hembra haya dejado, al descuido, uno de sus tangas tras haber perdido, a Dios gracias, el humano camuflaje del suavizante.  En ese punto me detengo entonces, por puro instinto, como quien llega a la tierra prometida. Y aúllo triunfal y  orgulloso de mi agudo olfato,  capaz de no perder jamás el rastro de la memoria de lo mío a través del desierto de los olores artificiales y rutinarios.

    Y claro, con ese montón de pelo y ese hocico de precisión que yo tengo, a mi hembra la detecto por el aire, mucho antes de que aparezca en mi campo visual, al que yo llamo, como buen mamífero, mi territorio. Y cada vez que la miro pasar como una gacela por la sabana del pasillo _ahora me doy cuenta_  se me ponen todos los pelos de punta y la observo, con codicia mal disimulada, como si se tratara de una presa sobre la estoy dispuesto a saltar en cualquier momento para moderle el cuello como un vampiro más feroz que los de Transilvania, cosa que me  pone mamífero total, casi tanto como la caza mayor del pezón en cualquier época del año,  que ya es decir...

    Soy tan animal que la cosa  mía de los mordiscos a cualquier hora y dentelladas  a mansalva me hace  vagar por casa como un Bela Lugosi sediento de leucocitos y cobra tintes a menudo de canibalismo  muy chungo,   antropofagia salvaje  e inhumana de la que sólo me salva  _y salva a mi gacela de los Cárpatos_  no un  tardío gesto humanitario mío antes de despedazarla, de matarla de placer, sino la certeza racional de que si  me la como hoy toda entera, tal y como me sale de dentro, no quedaría de ella nada por comer en época de pajas flacas.

    La conciencia de hoy es constatación  de que donde ayer quise ser gentelman de salón hoy  me sale, ante cualquier estímulo,  la bestia que llevo dentro. Con el paso de los años yo involuciono. El tiempo se me hace cangrejo y regreso a mi paraíso perdido, despedazado por la civilización y la cultura. En lugar de ser más humano, más racional y bancario, todo yo cabeza y cuenta corriente, me precipito por la pendiente de la escala evolutiva y paso del  homo sapiens sapiens, que nunca fui, al salvaje canis lupus, de día, y quiróptero hematófogo, a partir de la medianoche.

    Licántropo y  chupasangres a partes iguales.

    Y cómo no... Mi condición animal se agudiza en noches de luna llena y me aparta del mundo evolucionado de los hombres. En tal estado, el de ser y hacer el bestia, confieso que he mordido y renuncio gustosamente a ser uno de ellos, dispuestos a asesinar por poder o por joder, pero incapaces de matar de placer a una gacela en ninguna Transilvania.

    Cierro los ojos al mundo y sueño entonces con  su cuello de hembra en fiesta y con ser un personaje de ficción. Jamás un hombre de carne y hueso. Y os juro por Nosferatu que no me tiemblan las fauces ni dudo un segundo en elegirlo:

    Canníbal Lecter en El silencio de los borregos.

    ¡¡¡Auuuuuuuuuu!!!...

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    Isis



    ...el amor no es sino decisión de amar, tomada una y otra vez, con  total conciencia, con absoluta libertad. No cabe en el amor ningún tipo de expectativa, porque eso es pretender ponerle riendas a lo que, por definición, no las admite. Cuando se espera algo de alguien y no se obtiene, la resulta es la frustración, el resentimiento y, a la postre, la distancia que se hace cada día más insalvable. Mejor, palabra de Lucas, amar sin esperar. Amar no es lo que se obtiene, es el disfrute y la alegría que produce dar. Nada más.

    El que no comprenda eso, inconscientemente colocará cadenas sobre aquél o aquélla que dice amar. Le cargará con el fardo de sus expectativas al respecto de lo que piensa, erradamente, que debe ser el amor: un intercambio racionalmente equilibrado de no sé que cosas, la estabilidad y la garantía, la seguridad, cuando ninguna de estas cosas existe realmente, ya que todo, absolutamente todo, es movimiento, constante cambio, puro tránsito. Eso es la vida. Y el amor debe viajar por la vida sin necesidad de agarrarse a nada o a nadie, sin certeza y sin esperar otra cosa que gozar lo indecible con el simple hecho de amar.

    Ellos lo saben desde hace tiempo, pero no es lo mismo saber que experimentar, que vivir. Ése debe ser su empeño: demostrarse el uno al otro, al margen de garantías que no necesitan, que se puede amar sin ningún tipo de limitación, ni de obligación, ni de carga, ni de expectativa, ni chorradas por el estilo.

    Ése es el tipo de Amor que yo les deseo, a ellos y a todos, aunque no lo espere, porque yo, como Dios, no espero nada, no juzgo nada, no necesito nada. Tan solo pretendo que se haga la voluntad de todos ustedes y no la mía, porque su voluntad _y aquí volvemos al lugar de los extremos que se tocan, de las paradojas, que tanto placen a Dios_   es, decidan lo que decidan, la mía. Su libertad es mi disfrute. No me place verles sufrir, mas yo sé que el dolor es simple espejismo, la forma que ustedes eligen para alejarse de lo que Son y seguidamente experimentar el júbilo de encontrase de nuevo a sí mismos, resucitados de la amnesia, llenos de amor, vacíos de miedo, cuando se dan cuenta que realmente estaban haciendo el tonto. 

    La vida, al fin, es un juego, en el que todo les está permitido.

    Celébrenla.

    Gócenla.

    Súfranla, si quieren.

    Cámbienla, si no les gusta.

    Ustedes eligen.

    Siempre eligen.

    Cada uno de ustedes es único e irrepetible.

    Cada vida lo es.

    Cada segundo de todas ellas lo es.

     Dios se complace enormemente en esa diversidad. Disfruta como un niño, consciente de que en nada hay maldad, porque en Él no cabe, sencillamente, semejante posibilidad.

     Ahora bien, ustedes pueden, en lo personal o en lo colectivo, crear desde el miedo y el no recuerdo de lo que Son, una realidad aparentemente espantosa, injusta, insolidaria, cruel, maniquea, a los ojos de las mentes racionales que hoy gobiernan su mundo. No es real, pero ustedes lo viven como si lo fuera. Con que sólo se aventurasen a ver más allá, con que se atreviesen, con que lo quisiesen de verdad, cambiarían de un plumazo lo que ahora les parece la jungla, por un lugar lleno de belleza y de bondad.  

    Hagan lo que quieran, insisto. Da igual, porque la historia que todos ustedes están escribiendo, la mayoría dormidos todavía, tiene, hagan lo que hagan, un final feliz. Todo es Dios y vuelve a Dios. Por eso, quítense el miedo y elijan el papel que desean  representar en este sueño. Fíjense sino en Ana y en el amo, jugando a la santa y al canalla, a la princesa y al mendigo, a la responsable y al insensato, a la paloma y al halcón.

     Extremos, aparentemente irreconciliables…

    ¿Los son?

     Dios aguarda la próxima jugada de cada uno sin esperar ninguna en concreto. Deseando, eso sí, que lo que elijan les hagan sentirse felices.

    Por mi parte,  también les transmito, a ellos y a todos, un deseo.

    Un segundo no mandamiento para sus ojos…



            Ama. 
                El amor es el camino.
    El amor es la única respuesta.
                    El amor es todo lo que hay.


     (La vida según Lucas III. Diario póstumo. 2008. Fragmento.)
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    martes, 25 de enero de 2011

    El ratón

     

    El amo tiene un ratón. Sin Susanita y sin bigotes. Mustio y un poco desgarbado, no se puede negar, que feo es un rato largo, pobrecillo él. Un ratón chiquitín, carente de ojos y falto de patas. Inválido sobre un tapiz, sobre el que duerme y sueña con la mano del amo, que le da vida. Por las pintas, parece más bien mejillón, pero es de cabo a rabo ratón, el suyo, tan extraño y peculiar como él. Lo acaba de adoptar, ahora que el peligro del hambre de Lucía no anda cerca, ni la nuestra tampoco _¡albricias!_, para hacerle compañía a su ordenador. Y yo, fíjense ustedes, tengo, por fin, una correa nueva, radiante, azul, como el mar interior de quien me lleva, donde Dios ha tenido que echar la caña de su milagro para  pescar al amo mío de las profundidades de los hombres, como ya les he contado tantas veces, y sacárnoslo a la Luz, vestido de palabra, hecho pez. 

          El ratón, todo oscurito él, porque el amo no entiende las diferencias que separan, ¿qué les voy a contar de nuevo a estas alturas…?, me ha llegado con una correa azul bajo el brazo de un negro, ese color suyo que me hace sospechar que ha arribado a las costas de nuestra riqueza en Dios en patera, sorteando innumerables peligros y fatigas, venciendo el miedo, perdiendo el alma por el camino y soñando con un ordenador del primer mundo que lo conecte a la red de la abundancia. Él lo ha conseguido donde fracasó Lucía y tantos otros que, seguro, querrán unirse a las bodas de Caná, del amo y mías, cuando yo sea un perro famoso y él un amo piloto, menos pobre del carajo y algo más anormal… 

           Vendrán días, bien que lo sabemos ambos, en los que aquellos que no nos daban ni la hora se plantarán, porque no habrán entendido nada, al pie de nuestra vacía sepultura para ser testigos de nuestra resurrección y pedirnos, ya no perdón, pues no lo esperamos, ni somos quien para perdonar nada, un tanto por ciento de nuestro ratón, una fracción de cuenta corriente donde sólo podremos ya darles, en justicia,  las llaves de un pequeño cielo, azul como el alma del amo, verde  como la esperanza mía, apenas una esquina en el viento, donde volar y trascender por encima de sus pasadas bajezas.

               Entretanto, como no tenemos fronteras ni ley de extranjería que les ladre, a la península de nuestro apartamento nos siguen llegando diario náufragos de todos los colores: gatos famélicos en las últimas, ratones que no se apellidan Pérez, moscas sin nombre que acuden al reclamo de la pobreza, mosquitos aviadores que les hacen la guerra a nuestros niños, alguna mariposa despistada y mamíferos de dos patas, los menos, que se nos cuelan, de tarde en tarde, por la aduana sin vallas del buzón. 

               
              A nuestro mundo le va el mestizaje, la pátina de la diversidad y la mezcla, qué cosa tan divertida, donde el pedrigree no cuenta, con lo que yo, que sí lo tengo, podría ser el amo del cotarro, pero no. El amo no es ni siquiera el amo que, a falta de sangre azul, ahora tiene un ratón hecho de sombras, se lo digo yo, sino el “mejor’’, que, pese a tener todos los motivos del mundo, ni coloca alambradas infamantes, ni llama a la Guardia Civil o al Ejército para repatriar a los náufragos y, por supuesto, no desprecia a ni Dios.

             Y nos llegan también, como anticipo de nuestra epifanía, algunos corazones alados, comunión de sus almas con las nuestras, a través de ese librillo primero que ha escrito servidor, megáfono ladrador de las estrellas, al dictado de mis perrunas flaquezas y del Amor sobrecogedor de Dios. Tal es el caso de nuestra amada agente editorial, es un decir, instalada, por bondadosa e inesperada, desde hace un tiempo, en un lugar de honor del altar de nuestras comunes querencias, las de este amo que ya no es sino ratón del “mejor” y mías, hermanados ambos, perro verde y pez azul, en la profusión de su querer arcano, el amor rojo de Ana, bellísimo como un jardín  de rosas y espléndido, como una aurora boreal. 

              Tan pródiga ha sido su mano desprendida que un solo gesto suyo, enviándonos una copia inédita y rutilante de mi humilde diario, ha bastado, aún sin haber visto la Luz, para tocar el corazón de otra dama, pues femenino es el destino de este mundo,  a la que le fue entregada como prenda de nuestro agradecimiento por haber confiado en el amo, cuando nadie, ni el apuntador, daba un duro por él. La dama en cuestión es madrina, por más señas de los peques, y la pobre se nos ha hartado de llorar al leer las líneas que con ternura y esperanza han escrito las torpes patas de este perrillo que les habla. 

           La grandeza de su corazón ha sido, sin duda, la que la ha hecho encontrar el sabor de  Dios en sus lágrimas, pues la madrina se nos ha hecho hada y ante la revelación de la mendicidad extrema del amo, antes que pez ratón, enjugó su llanto en  la bondad compartida con el padrino, medio latido suyo y  Corleone tan poco mafioso de los tenedores, extrayendo de ella un fajo de billetes, blancos como su alma conmovida,  que nos permitirán sobornar a la desgracia y evitarnos el mal trago de la patera. A ambos, padrino mago y hada madrina, en el entierro iniciado de nuestras deudas con el mundo, de nuestro pasado gris, les damos las gracias desde estas líneas, que apenas pueden recoger unas migajillas del amor que ambos nos demuestran mucho más allá, infinitamente, de cualquier merecimiento por nuestro parte.   

                Por el querer de todos ellos y por la gracia del “mejor’’, el amo ha podido comprarse un ratón africano, que es oscuro como lo fue él, un paria con fortuna que ha llegado, siguiendo el ejemplo de su amo, a las puertas del cielo del ordenador de Dios, ese otro negro que me escribe a mi los diarios, me hace el trabajo sucio mientras yo, libre de correas, me dedico, tan ricamente, a lo que más me gusta, a perseguir mariposas y moscas, a lanzarles mordiscos a los mosquitos en el inabarcable mar de esta patria nuestra, nuestro apartamento azul, y a darle con la pata en el cursor del amo, inválido sobre el tapiz del mundo y un mucho perro verde, renacido pez para ser él también ratón. 

    (La vida según Lucas II. Diario ampliado. 2005. Fragmento.)

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    lunes, 24 de enero de 2011

    La sosez del cigüeno



    Confieso que soy un  cigüeno soso y monógamo irredento, vocacional, definitivamente perdido para la causa de poner los cuernos, un producto trasnochado de un romanticismo que se ha perdido. A mí, como persona y como hombre, la infidelidad sencillamente no me pone. Me deja frío. No le veo la gracia. Creo que es porque, en mí, cualquier cosa que se haga con ocultación, de forma oscura y deliberadamente alevosa, avergonzándose de la verdad, es perjudicial para mi salud emocional. Y no digamos para la de los demás. A mí, la fidelidad ésa me la suda. Lo que me pone bien cachondo  es la complicidad.

    En siendo así, no os extrañará saber que nunca me he sentido identificado con el común de los hombres, esos cazadores cavernarios, empeñados en desparramar su semen en cuantos más coños mejor, apuntalando el frágil ídolo de barro de su hombría con cada muesca añadida a la empuñadura de su polla. Ni os extrañará que, desde lo sexual, me importe un puñetero pimiento la mujer del prójimo, que no aspire a follármela, no por ningún perjuicio moral, sino porque aquello que es de otro le resta, a la olla interior en que se cuece mi deseo, el ingrediente más esencial: lo personal. Todo lo que a mí, que soy muy primitivo en según qué cosas, me conmueve está cercano, aquí y ahora, se puede ver y se puede oler, está al alcance de la mano… Todo  es personal.
     
    A mí las mujeres en general, me la traen floja _nunca mejor dicho_, las mujeres famosas que viven en el planeta imaginación, ya ni te cuento, y las mujeres que no son reales ni de carne y hueso… ¡qué os voy a contar!... Yo, en esta vida, no he venido a meter el nabo o las narices en cualquier agujero que se preste como el común de los machos, allá cada cual con sus apetencias, ni a elegir a una mujer al azar como proyecto de coito permanente para después dejarla tirada en la cocina y enchufársela a todas las demás. Eso sí: ¡A mí mujer que no se acerque ni Dios!...

    Vista desde mí, ésa me parece una experiencia no enjuiciable en absoluto, pero personalmente sin sentido. No. Yo, a esta vida he venido en busca de una mujer que fuera, al mismo tiempo, todas las demás, todo el abanico posible entre el amplio paréntesis que dibujan, en cada extremo, los personajes arquetípicos de la puta y de la santa. Como veis, me gusta la variedad como a cualquiera… Sólo que, como soy vago vocacional y no me interesa eso de tener que luchar por las cosas, incluidas las hembras , ni nada que tenga que ver, aún en épocas de polvos flacos, con partirme los piños con el vecino por un mendrugo de coño, me he pedido la experiencia, desde muy pequeño, de encontrarme a alguien tan especial, tan afín a mí, que tuviese el gusto de querer experimentar a todas las mujeres en sí misma.

    Supongo que porque todo roto tiene su descosido, y porque debo de estar menos loco de lo que creo y aparento, un buen día  me topé de bruces con Dafne, quintaesencia para mí de la feminidad y mujer de todas mis mujeres, mi parte y mi todo, mi cómplice ideal, la reina del tablero y el peón más humilde, el no va más, con pequeñas excepciones inevitables, de mi afinidad. Ella vino a hacer real un sueño largamente perseguido, a despertarme del frío de mí mismo, a poner fin a muchas horas de soledad en su espera, mucha leche lanzada al viento de la ausencia, mucho polvo perdido y mucha paja desangelada.

    Gracias a ella, yo, eterno canalla que jamás pude hacer mío el modelo de dejar en casa a la santa, atada al altar de la indiferencia y la rutina,  para irme después de putas como compensación, pude por fin tener a la santa y a la puta en mi cama, todas en una, y pude sacarlas a pasear a ambas sin dejarme a nadie por el camino. Dafne es personal, es cosa mía, la puedo ver, la puedo oler, la puedo tocar… Dafne es eterno descubrimiento y jamás hartazgo, es todas las piezas del ajedrez salvo la del rey, que toda reina necesita el suyo para no aburrirse haciendo siempre de su capa un sallo y para ponerle la pimienta necesaria al juego de la vida.

    (Memorias de la entrepierna.  2010. Fragmento.)

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    domingo, 23 de enero de 2011

    Magdalena




    Por ti, Ana, abundando en las "recurrencias":
    Mi forma ancestral y singular de sentirte, de sentir
    lo Femenino, en eterno presente, eterna paradoja
    entre la meretriz y la santa.


    T
    odos les dirán que es por dinero, pero yo les diré que Magdalena es capaz de darlo todo por amor: su cuerpo, su mente, su alma… Y sin embargo, todos la llaman puta. La desprecian por lo que Es. La lapidan. La asesinan en nombre de la justicia de los hombres, que algunos blasfemos llaman de Dios.  Magdalena alquila su cuerpo por dinero en barras de mala muerte, en chalés de peor vida, y ahora también lo hace en cualquier esquina de Internet. Maldita es entre todas las mujeres y maldito es el fruto de su vientre, que no se llama Jesús, porque no tiene nombre ni apellido, el hijo de puta que le crece dentro, cuando Magdalena se ha jugado la vida al póker con el SIDA cuando algún cliente ha decidido tirar la casa y su vida  por la ventana para hacérselo con ella a pelo y sin condón, ese suicidio.

             Magdalena es un poco como el amo mío, todo ella paradoja y contradicción. La come como nadie pero pasa hambre. Se lo hace a todos,  pero nadie la quiere. Está siempre dispuesta, pero ninguno la valora. Se harta de dar, pero no recibe nada. Magdalena, en el fondo, es una rara, una inadaptada, un ser de otro mundo que no encuentre en éste su lugar. Busca, según todos, el dinero fácil, el camino de rosas y por eso vende sus besos al mejor postor para que la llamen puta solo a ella, pues los demás, que también venden sus cuerpos y sus mentes _cuando no directamente sus almas_ en otro tipo de trabajos, al parecer más dignos, reciben el nombre de respetables. 

             Magdalena es la prohibida, la apócrifa, la olvidada, jamás la santa, que la santa es virgen por obra del espíritu santo y mujer de un solo hombre, un santo varón que es lo suyo, que lo generoso es darle todo siempre al mismo, aunque sea a desgana, aunque sea con asco, qué más da, porque es el amor, según dicen, abnegación y sacrificio, nunca cosa de darse el gusto como hacen las putas, ¡la puta que las parió!...  Para Magdalena no habrá jamás un altar, a lo sumo una montaña de piedras para tirárselas encima, porque el camino que ella ha escogido no place a Dios, ni a los  hombres, ni a nadie, ni a ella misma. Magdalena nunca podrá ser una virgen como Dios manda, porque la pureza se encuentra en el hímen y no en el clítoris y, por supuesto, jamás en el corazón, ¡vaya por Dios!...

    A magdalena no la ama ni Cristo… bueno, Cristo, sí porque es un bendito y es el hijo de Dios, que los demás _los que no la aman, digo_ deben ser hijos del demonio o vaya usted a saber de quién, que si no, no se entiende, pues debe de haber en las afueras de Dios alguien que no es Dios y que va teniendo hijos por ahí, como si tal cosa, tal y como hace el amo mío, que ya lleva cinco de una sentada. Se ve que Dios ocupa un cierto espacio en el paraíso y cuando se acaba Dios empieza otra cosa muy distinta, una mona inteligente y un mono del montón, que se nos han juntado un buen día de chiripa y han empezado a parir hombres a tutiplén. Así, por casualidad y por azar, que el azar es el dios de los científicos, que no se puede demostrar, ni meter siquiera en una puñetera probeta para analizarlo, pero que interviene _y de qué modo, el tío_ en todo los procesos del universo y de la vida, otra casualidad, de modo que lo mismo es causa clave en la formación de un agujero negro que del paso de la materia inerte a la vida, San Milagro Azar.

    (La vida según Lucas III. Fragmento. 2008.) 


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    Planeta Ojos (2)


    _...¡Pirado Sumo... llamando a Planeta Ojos!... ¿Me reciben?...

    _Te recibimos, Pirado Sumo, ¿a qué viene tanta urgencia?... ¿Hay novedades acerca del estudio sobre la evolución de la especie humana en la Tierra?...

    _¡Vaya si las hay!... ¡Tengo testimonio gráfico que lo atestigua!...

    _¿De qué se trata, Pirado Sumo?...

    _ ...¡De que, por fin, tras mucho rastrear hemos encontrado vida inteligente sobre el planeta Tierra, señor!...  Le envío imagen del fantástico hallazgo vía mental.... ¡Cambio y corto!...



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    viernes, 21 de enero de 2011

    Cartas de amor



    Día quinto. Cartas de amor.

    Como buitres ávidos de despojos, los bancos se nos impacientan, se nos suben a la chepa a la menor ocasión y andan dando vueltas en círculo en torno al amo a la espera de verle cadáver. Para expoliarle los bolsillos y devorarle la cartera, en un intento de cobrarse deudas a cualquier costa. ¡Al precio de su vida si fuera necesario! Pero la vida del amo no vale nada, en eso se equivocan, que ni vendiéndola en el rastro daría nadie un euro por ella. ¿Quién va a querer comprar una lista, tendente a infinito, de números rojos? Los bancos son un poco carroñeros, me parece a mí, un algo tontos del culo, y no lo digo por faltar, porque ¿de qué sirve empeñarse en exprimir un limón del que ya sólo queda la cáscara? Pero ellos, erre que erre, se obstinan  en lo quimérico y siguen enviándonos misivas, como una que nos llegó hoy, a la chita callando pero con ganas hurgar en la herida, en la que tratan de amenazar de muerte a un fiambre. ¡Valiente memez!

            Sin embargo, lo hacen a lo fino, no se vayan a creer, con mucha clase y elegancia, estilo prostitutas de alto standing, dicho sea con todo el respeto hacia ese colectivo, tan digno a mis ojos como cualquier otro, las cuales van como balas a por la billetera, pero no se les nota, ése es el secreto, y el cliente se queda más feliz que una perdiz y encima convencido, el muy ingenuo, de que en el fondo es un don Juan inconfeso y ha ligado. Me da en el hocico que los bancos escriben cartas de amor que ocultan su intención de darte simplemente por saco. Poesía facilona que encubre deseos ocultos de hincarte el palo de una escoba por el recto. Hablan de amor pero sólo buscan sexo duro, joder por joder, hacer realidad fantasías prohibidas y sucias desde el punto de vista de su sórdida imaginación.  Mal pensados que son.

            Hoy al amo, como digo, le han mandado una carta con vaselina y todo, qué amables, en la que le llamaban “estimado cliente’’ y le invitaban, con mucho tacto, a bajarse ya los pantalones y soltar de su jaula una pasta debida so pena de recibir a base de bien. En la misiva, correcta y profiláctica donde las haya, le recordaban, como si él fuera imbécil supino y no tuviera ni idea, que debe una cantidad retrasada en su plazo de pago. Y le rogaban, mira tú si tienen clase, que resolviese la situación a la mayor brevedad, ya que, en caso contrario, y cito textualmente, “nos veremos obligados a emprender otro tipo de gestiones encaminadas a evitar la demora por más tiempo’’. A mí me hubiera llevado su tiempo resolver el criptograma, pero el amo, con expresión de hastío existencial, puso rápidamente las cartas boca arriba.

            _Otros que piden mi cabeza, Lucas _dijo con resignado aplomo_. Todos se han puesto de acuerdo e imagino que, de aquí a poco, exigirán mi ejecución pública en toda regla. Para dar ejemplo, digo.

            Yo al oírlo me quedé p’allá. Así que el cuerpo del amo, que se iba quedando en los huesos a ojos vista, tenía pese a todo algún valor, el del escarnio y aviso macabro para morosos, y se lo disputaban _una mano para mí y esta oreja para ti_ las fieras vestidas de traje y corbata que nos rodeaban con su invisible, pero amenazante presencia. ¡Vivimos en medio de un cortejo de espectros y yo sin enterarme!... Los buitres, a falta de pasta, quieren sangre. Y si no queda sangre, por embargo o confiscación, vendrán a por los huesos del amo, como si fueran talismanes de birlibirloque, reliquias de algún santo, de las que se pudieran obtener sustanciosas limosnas a causa de su supuesta intercesión ante el Altísimo, que lo suyo es que, al final, acabe pagando alguien. Pues, bien mirado, si se me muere de pena algún día de estos, Dios no lo quiera, no voy a ser más papista que el papa ni hacerme el estrecho, que antes de que otros se aprovechen del cuerpo presente del amo, ¡me aprovecho yo!

            Yo creo que lo mejor será disecarlo directamente, hacer de él una momia, con vendas de baratillo y sarcófago de cartón piedra para no elevar los costes, a la que puedan acudir cohortes de fieles a presentarle sus respetos y suplicarle favores. Eso sí, a cambio de ofrendas generosas en forma de billetes; también aceptaré cheques y pago con tarjeta, porque al parecer algún dios que no es el mío, es un poco banquero y cobra comisiones de mantenimiento e intereses de demora por cada gracia hipotecada  que concede. Claro que se me van a quedar fuera del santuario los pobres, los parias todos de la Tierra que no tienen, seguro, para pagar favores celestes, pero lo mismo me dará, que lo importante es que en el cielo seamos pocos y escogidos, una tropa fetén, chachi piruli y tope guay que se pueda hartar de tocar la lira después de haber tocado en la tierra las pelotas a todo quisque viviente y a alguno más.

            Cuanto más me leo, queridos lectores, más me convenzo de que yendo de pobre por la vida estoy haciendo el animal. Voy a tener que hacerme un hombre y montar el gran banco del más allá, un paraíso fiscal para los que tienen la cartera más gorda, que el tamaño _de las finanzas, se entiende_ sí importa, digan lo que digan por ahí. Para ambientar a los clientes, y vean que realmente la cosa es seria y divina, pondré las comisiones de apertura por las nubes, los intereses hipotecarios a niveles estratosféricos y el TAE, que nunca he sabido lo qué diablos es _y creo que, como yo, todo hijo de vecino_, en plan oferta celestial. Y si alguno se me demora en los pagos, invocaré el espíritu del amo, incorrupto en su momificada corporalidad y le pediré que les envíe cartas a los morosos, cartas de amor con besos de Judas para que se acojonen y sepan que, si no pagan lo debido, no va a librarles del castigo eterno ni la Santísima Trinidad.

            El amo no estaría muy de acuerdo con mi iniciativa, no se me escapa, pero, qué quieren, ya que va a dejarme solo y compungido en medio de esta bandada de buitres, al menos que me permita comerciar con sus despojos, que a él de nada le han de servir cuando se encuentre, por fin descansado de tanta misiva hijoputesca al lado del “mejor’’, ese banquero de la competencia que todo lo da sin intereses ni avales. Será su forma de paga vitalicia, mi pensión de viudedad, que el amo, mucho me temo, ha de ser, como ya ha sucedido con otros en el pasado, árbol que da sus mejores frutos después de que, por moroso del mundo y rico en Dios, los bancos no hayan dejado de él ni los huesos.

    Amén.

    (La vida según Lucas II. Diario ampliado. Fragmento.) 

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    jueves, 20 de enero de 2011

    Planeta Ojos



    Tratamos _sin éxito alguno, todo hay que decirlo_  de parecer humanos, terráqueos a más no poder, pero la verdad es que no estamos aquí más que  en apariencia,  invisibles como fantasmas, huidizos como  sombras, inciertos como una ilusión.

    Si por casualidad nos miras sin querer, no nos verás más que como ausencia, hechos de viento y cristal. Estamos de algún modo aquí, entre vosotros, sí, pero vivimos, sin embargo, en un lugar distinto, tan cerca tan lejos, que llamamos el Planeta Ojos. Desde ahí estamos elaborando un estudio acerca del comportamiento habitual de la especie llamada humana.

    Éstas son, por ahora, las primeras conclusiones de dicho estudio:

    • La humana es una curiosa especie que en lugar de ver que está destruyendo  su hábitat prefiere mirar para otro lado.

    • Cada miembro de la especie mira a los otros, iguales a él, y se empeña en llamarles diferentes.

    •  La especie humana ve que hay recursos para todos, pero justifica ciegamente que son propiedad de unos pocos.    

    •  La especie humana elige ver lucha y tragedia donde sólo hay la extraordinaria posibilidad de amar.

    • La especie humana es incapaz de ver que no son más de 6.000 millones, sino un único y mismo Ser.

    •  La especie humana ve dos en un burro donde hay dos burros debajo de uno que se hace el burro.

    • La especie humana ve mal en la oscuridad y por eso llama ciegos a los que ven a pesar de ella.

    • La especie humana cree que el ver está en los ojos y no en la forma de mirar (pensar). 

    •  Del mismo modo, no comprende que no es necesario mirar para ver.

    • La mayoría de los individuos de la especie deja a unos pocos que miren por ellos y que les digan cómo deben mirar a todos los demás. A esa aberración la llaman política.

    • La mayoría está convencida de que hay buenas y malas formas de mirar, sin ver que son sólo diferentes formas de mirar. A esa aberración la llaman moral y justicia.

    • Casi ninguno ve a Dios cuando se mira en el espejo. Prefieren pensar que está en un lugar que llaman cielo o que directamente no existe.

    • Los que creen que hay Dios dejan que unos pocos se adueñen de Él. A esa aberración la llaman religión.

    • La especie humana ve salvaje en lo evolucionado y civilización en lo primitivo.

    • Los adultos de la especie humana creen que educar a sus hijos es enseñarles a mirar como ellos ven, en lugar de enseñarles a mirar pos sí mismos.

    • La especie humana no ve que en Todo, Absolutamente en Todo, hay Perfección.

    •  Muchos miembros de la especie humana creen que están solos en el Universo. Sin comentarios.

      Aquí os las dejamos por si nuestros ojos os sirven  para concluir algo...

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      miércoles, 19 de enero de 2011

      In-di-ge-ri-ble


      Hoy es uno de esos días en que me levanto, como un zombi, dejándome entres las sábanas los últimos restos de un ego, mitad mudo, mitad charlatán de feria, que me ha estado jodiendo la vida loda la vida. 

      Una mañana, igual que tantas pero diferente a todas, desde la cual contemplo al tipo raro que soy, esqueleto de palabras y vísceras de viento, con la certeza de que algún día llegará de nuevo el silencio, del que fui reo duranto tantos años, en los que no supe qué decir a nadie, mucho menos a mí mismo, ni mú, y se llevará de un plumazo las voces que hoy todavía  resuenan como grillos en mi cabeza, las fábulas que anidan en mi alma,  para dejarme por fin sin voz a los pies de mis sueños rotos.

      Esta mañana gris cobré certeza _más que nunca_ de que no soy, mal que me pese, plato del general gusto, palabra bienvenida en las orejas del mundo. Esta mañana me sentí Milán del Bosh, al que ni está ni se le espera, no por ser yo un ser especialmente indeseable, sino por ser, dicho en plata, sencillamente una presencia de dudosa presencia y de discurso habitualmente  in-di-ge-ri-ble para los demás.

      Y todo porque después de haber pasado largos años encerrado en la torre de marfil de mi pasada mudez, me dio un buen día un ataque de verborrea galopante, complicado con paranoyas mesiánicas que no me han llevado al manicomio de milagro, hasta completar un cuadro médico de espanto, de imposible tratamiento y resumible en el diagnóstico, tantas veces repetido, de encantador de serpientes en fase terminal.

      No sé muy bien qué coño he estado haciendo los últimos años, pero  he ido perdiendo el norte poco a poco,  la estela de mi luz, porque es cada vez es más patente que lo que tengo interés en compartir sirve normalmente para abundar en mi legendaria fama de pirado, verdad de fondo que esconde a duras penas el apelativo que cariñosamente he recibido de "iluminado" o de "teórico",  y para hacerme el traje a medida de mi singular chaladura, confeccionada con el hilo de mis temas recurrentes, mis fantasmas favoritos, las privadas obsesiones con las que suelo marear al desprevenido personal.

      Después de mudo, me gustó tanto hablar que acabé por convertirlo en oficio, en sacrificio para los pocos que habitualmente me rodean, y, desde entonces, no me callo ni debajo del agua. Tanto gusto le cogí al hablar que voy por ahí echándole el rollo a todo cuanto pillo por delante, rebuznando lo que nadie quiere oír y cargadas las alforjas hasta los topes de epítetos que son la cortina de humo con la que trato de vender, a diestro y siniestro,  y totalmente en vano, la palabra Dios.

      Claro que yo me complico solito la vida, porque no teniendo bastante con ser un plasta ambulante, un predicador sin púlpito, un incontinente verbal, me da por sentirme el puto abanderado de las paradojas y mezclo, en mi discurso  sin final, las antípodas irreconciliables, el tocino con la velocidad, el culo con las témporas y lo más sagrado _que ya es ser osado, por no decir directamente imbécil_ con la más sórdida oscuridad.

      De ahí que mis hijos, que en la casa de mi corazón son mayoría absoluta, no sean ya capaces de verme como simple papá, de esos normales que dicen cosas entendibles y digeribles, y les ha dado  últimamente por llamarme como un disco de Miguel Bosé, mismamente Pa-pi-to. Así, con todas las sílabas. 

      De ahí que mi mujer del predicador, esa santa, se estrelle, indiferente y distante, contra "mis temas" donde quise  poner _un fracaso repetido_ lugares comunes. 

      Y de ahí que en mi último trabajo, fuese menos conocido por mi verdadero nombre que por el de "apóstol", es decir, uno de esos tipos chalados, estilo de los que en las películas del Tío Sam vemos subidos sobre una caja y vomitando el miting apocalíptico, sin chicha ni limoná, en la indiferente Nueva York.

      A este paso  voy a tener que comprarme un  oboe e irme, como Gabriel, con la música a otra parte, donde no se me conozcan las ínfulas de predicador. A una misión imposible. A hacer el indio a la selva y a encantar a los incrédulos  indígenas con un palo en la boca para no resultar in-di-ge-ri-ble.