martes, 25 de enero de 2011

El ratón

 

El amo tiene un ratón. Sin Susanita y sin bigotes. Mustio y un poco desgarbado, no se puede negar, que feo es un rato largo, pobrecillo él. Un ratón chiquitín, carente de ojos y falto de patas. Inválido sobre un tapiz, sobre el que duerme y sueña con la mano del amo, que le da vida. Por las pintas, parece más bien mejillón, pero es de cabo a rabo ratón, el suyo, tan extraño y peculiar como él. Lo acaba de adoptar, ahora que el peligro del hambre de Lucía no anda cerca, ni la nuestra tampoco _¡albricias!_, para hacerle compañía a su ordenador. Y yo, fíjense ustedes, tengo, por fin, una correa nueva, radiante, azul, como el mar interior de quien me lleva, donde Dios ha tenido que echar la caña de su milagro para  pescar al amo mío de las profundidades de los hombres, como ya les he contado tantas veces, y sacárnoslo a la Luz, vestido de palabra, hecho pez. 

      El ratón, todo oscurito él, porque el amo no entiende las diferencias que separan, ¿qué les voy a contar de nuevo a estas alturas…?, me ha llegado con una correa azul bajo el brazo de un negro, ese color suyo que me hace sospechar que ha arribado a las costas de nuestra riqueza en Dios en patera, sorteando innumerables peligros y fatigas, venciendo el miedo, perdiendo el alma por el camino y soñando con un ordenador del primer mundo que lo conecte a la red de la abundancia. Él lo ha conseguido donde fracasó Lucía y tantos otros que, seguro, querrán unirse a las bodas de Caná, del amo y mías, cuando yo sea un perro famoso y él un amo piloto, menos pobre del carajo y algo más anormal… 

       Vendrán días, bien que lo sabemos ambos, en los que aquellos que no nos daban ni la hora se plantarán, porque no habrán entendido nada, al pie de nuestra vacía sepultura para ser testigos de nuestra resurrección y pedirnos, ya no perdón, pues no lo esperamos, ni somos quien para perdonar nada, un tanto por ciento de nuestro ratón, una fracción de cuenta corriente donde sólo podremos ya darles, en justicia,  las llaves de un pequeño cielo, azul como el alma del amo, verde  como la esperanza mía, apenas una esquina en el viento, donde volar y trascender por encima de sus pasadas bajezas.

           Entretanto, como no tenemos fronteras ni ley de extranjería que les ladre, a la península de nuestro apartamento nos siguen llegando diario náufragos de todos los colores: gatos famélicos en las últimas, ratones que no se apellidan Pérez, moscas sin nombre que acuden al reclamo de la pobreza, mosquitos aviadores que les hacen la guerra a nuestros niños, alguna mariposa despistada y mamíferos de dos patas, los menos, que se nos cuelan, de tarde en tarde, por la aduana sin vallas del buzón. 

           
          A nuestro mundo le va el mestizaje, la pátina de la diversidad y la mezcla, qué cosa tan divertida, donde el pedrigree no cuenta, con lo que yo, que sí lo tengo, podría ser el amo del cotarro, pero no. El amo no es ni siquiera el amo que, a falta de sangre azul, ahora tiene un ratón hecho de sombras, se lo digo yo, sino el “mejor’’, que, pese a tener todos los motivos del mundo, ni coloca alambradas infamantes, ni llama a la Guardia Civil o al Ejército para repatriar a los náufragos y, por supuesto, no desprecia a ni Dios.

         Y nos llegan también, como anticipo de nuestra epifanía, algunos corazones alados, comunión de sus almas con las nuestras, a través de ese librillo primero que ha escrito servidor, megáfono ladrador de las estrellas, al dictado de mis perrunas flaquezas y del Amor sobrecogedor de Dios. Tal es el caso de nuestra amada agente editorial, es un decir, instalada, por bondadosa e inesperada, desde hace un tiempo, en un lugar de honor del altar de nuestras comunes querencias, las de este amo que ya no es sino ratón del “mejor” y mías, hermanados ambos, perro verde y pez azul, en la profusión de su querer arcano, el amor rojo de Ana, bellísimo como un jardín  de rosas y espléndido, como una aurora boreal. 

          Tan pródiga ha sido su mano desprendida que un solo gesto suyo, enviándonos una copia inédita y rutilante de mi humilde diario, ha bastado, aún sin haber visto la Luz, para tocar el corazón de otra dama, pues femenino es el destino de este mundo,  a la que le fue entregada como prenda de nuestro agradecimiento por haber confiado en el amo, cuando nadie, ni el apuntador, daba un duro por él. La dama en cuestión es madrina, por más señas de los peques, y la pobre se nos ha hartado de llorar al leer las líneas que con ternura y esperanza han escrito las torpes patas de este perrillo que les habla. 

       La grandeza de su corazón ha sido, sin duda, la que la ha hecho encontrar el sabor de  Dios en sus lágrimas, pues la madrina se nos ha hecho hada y ante la revelación de la mendicidad extrema del amo, antes que pez ratón, enjugó su llanto en  la bondad compartida con el padrino, medio latido suyo y  Corleone tan poco mafioso de los tenedores, extrayendo de ella un fajo de billetes, blancos como su alma conmovida,  que nos permitirán sobornar a la desgracia y evitarnos el mal trago de la patera. A ambos, padrino mago y hada madrina, en el entierro iniciado de nuestras deudas con el mundo, de nuestro pasado gris, les damos las gracias desde estas líneas, que apenas pueden recoger unas migajillas del amor que ambos nos demuestran mucho más allá, infinitamente, de cualquier merecimiento por nuestro parte.   

            Por el querer de todos ellos y por la gracia del “mejor’’, el amo ha podido comprarse un ratón africano, que es oscuro como lo fue él, un paria con fortuna que ha llegado, siguiendo el ejemplo de su amo, a las puertas del cielo del ordenador de Dios, ese otro negro que me escribe a mi los diarios, me hace el trabajo sucio mientras yo, libre de correas, me dedico, tan ricamente, a lo que más me gusta, a perseguir mariposas y moscas, a lanzarles mordiscos a los mosquitos en el inabarcable mar de esta patria nuestra, nuestro apartamento azul, y a darle con la pata en el cursor del amo, inválido sobre el tapiz del mundo y un mucho perro verde, renacido pez para ser él también ratón. 

(La vida según Lucas II. Diario ampliado. 2005. Fragmento.)

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