viernes, 28 de enero de 2011

Placeres solitarios


Cuando, como yo, has pasado de largo por el ecuador de tu existencia, es tan  grande el basurero del fracaso, tan alto el montón de errores cometidos, de piedras destrozadas a tropezones o a patadas, de sueños hechos añicos, que puedes  subirte a él y contemplarte con visión panorámica. Por fin sin velo. Y no hay forma humana de no ver con claridad ni de endulzar, con los ojos ciegos del ego, las pequeñas y grandes miserias que han jalonado tu camino.

Desde esta atalaya de la estupidez que me es propia puedo ver que, mayormente, yo he sido,  por elección, lobo solitario, peninsular a secas, sin pedigree y no estepario, jamás redimido por la belleza de una novela. Y compruebo, con transparencia meridiana, que he sido, por necesidad más que por vocación, un personajillo que ha dibujado su leyenda de ser oscuro con la maldición de los placeres solitarios.

Los placeres solitarios no son una opción. Son, a menudo _al menos en mi caso_, la única salida. Hacer el amor con uno mismo en la soledad desértica de una mano... Emborracharse de libros de otros para vivir, entre comillas, a través de sus historias... Soñar despierto a todas horas para matar el rato y que no te asesine el reloj... Y, cómo no, a falta de alguien a quien largarle el rollo entre polvo y polvo, escribir a lectores invisibles, ese engañoso consuelo, para mirar hacia otro lado y no tener que ver que tu vida está hecha de semen entristecido, de cuentos ajenos, de fábulas propias y de una sopa de letras indigerible.

Yo no tengo duda alguna al respecto: No escribo porque me sienta escritor, ni porque pretenda serlo... Escribir es la opción que elijo para tomarme el pelo a mí mismo y no sentirme solo.

Recuerdo, allá por el año 2005, que los tres primeros libros que escribrí surgieron de mis letrinas en apenas cuatro meses,  a lo bestia y como si me hubiera vuelto más loco de lo habitual. Aunque la verdad, sin florituras, era que estaba, y me sentía,  como hombre, más solo que de costumbre.  El único lobo sobre la luna. Después, llegó a mi vida la vida y, como es natural, dejé de escribir al momento. Dejé de ser viento para hacerme carne. Con excepción de una puñado de poemas,  que fueron mi prueba escrita de Vida, mi júbilo más exultante, mi testamento de que he vivido y la expresión más alta de mi alegría, escribí con piel, y no con aire, la historia  no virtual de esa parte hermosísima de mi vida.

Pero hace tres años, regresó mi ancestral sensación de soledad a por su fueros y de poco me sirvió enfurecerme y suplicar, llorar de rabia e impotencia, porque ella estaba ahí de nuevo, la única dispuesta a tocarme los cojones. Y, desesperado tuve que volver a los putos placeres solitarios... Por supuesto, volví a escribir... En aquella ocasión, mi cuarto libro para el cajón de los desengaños...

Y como la sensación de soledad era tan descomunal, no tuve bastante con el libro y surgió, de la misma desesperación de siempre, este blog.  Un blog que me da placer solitario, pero que no escribo por divertimento. Lo hago para no volverme definitivamente loco y acabar en un psiquiátrico. Este blog es la prueba escandalosa del fracaso, el reflejo fiel de que, como muy honestamente señala el autor de Diario de un un completo gilipollas en su magnífico post Gilipollas social, "cuanto mas inútiles somos en las relaciones mejor utilizaremos las redes sociales". Él señala, y dice la verdad,  lo que la mayoría calla: que escribe en la Red básicamente para que el asunto acaba en ligoteo y en  fornicio... Es decir, para huir de los placeres solitarios.

Para algunos, como yo, escribir es, en el fondo, una putada. Un arma de doble filo. El cuchillo de la soledad que te mata. El último tren que pasa por la estación del fracaso. El último madero al que se agarra el náufrago. El sabor de la escritura es como el coño que amas: dulce entre los labios, amargo cuando te falta. Agua con sal que te lleva a beber más y más sin saciar nunca tu sed. Una condena de por vida. Un puto placer solitario.


Escribir es mi forma de echar mierda por la borda, de lanzar mi tristeza por la ventana del mundo, de verter saliva hirviendo sobre los fantasmas que cada día toman al asalto el castillo de mis sueños. Escribir no me sirve de nada. Mucho menos para curarme de mí mismo. Ni para salvarme. Me causa _eso sí_ placer. Pero un placer solitario.

Y ni siquiera me consuela, aunque me place, saber que el hecho de escribir trajo un día a mi vida a alguien muy querido, a quien mis palabras llevaron luz para que recuperara su voz dormida y los ojos de su belleza oculta. Pero es la excepción que se llama milagro.

Yo no me asomo a este blog para mirar el mundo, que a ése ya le vi yo las pintas en directo hace tiempo, ni para dejarme ver, que me tengo ya muy visto. Yo no escribo por vanidad, ni por rencor, ni por curarme las heridas. Escribo, como he hecho siempre, para sentirme vivo y no sentirme solo.

Escribo _permitidme el placer de la paráfrasis_ para no morir...  Y tan alta Vida espero que muero, porque no muero.

Por eso, si algún día veis que dejo de hacerlo, que dejo huérfano a este blog,  no me deséeis la escritura, porque los placeres solitarios son el callejón sin salida y el suicidio de quien no recuerda el significado de la palabra juntos.

Y, si queréis, alegraos por mí. Porque habré empezado a Vivir o porque habré muerto.

Que viene a ser lo mismo.



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