viernes, 21 de enero de 2011

Cartas de amor



Día quinto. Cartas de amor.

Como buitres ávidos de despojos, los bancos se nos impacientan, se nos suben a la chepa a la menor ocasión y andan dando vueltas en círculo en torno al amo a la espera de verle cadáver. Para expoliarle los bolsillos y devorarle la cartera, en un intento de cobrarse deudas a cualquier costa. ¡Al precio de su vida si fuera necesario! Pero la vida del amo no vale nada, en eso se equivocan, que ni vendiéndola en el rastro daría nadie un euro por ella. ¿Quién va a querer comprar una lista, tendente a infinito, de números rojos? Los bancos son un poco carroñeros, me parece a mí, un algo tontos del culo, y no lo digo por faltar, porque ¿de qué sirve empeñarse en exprimir un limón del que ya sólo queda la cáscara? Pero ellos, erre que erre, se obstinan  en lo quimérico y siguen enviándonos misivas, como una que nos llegó hoy, a la chita callando pero con ganas hurgar en la herida, en la que tratan de amenazar de muerte a un fiambre. ¡Valiente memez!

        Sin embargo, lo hacen a lo fino, no se vayan a creer, con mucha clase y elegancia, estilo prostitutas de alto standing, dicho sea con todo el respeto hacia ese colectivo, tan digno a mis ojos como cualquier otro, las cuales van como balas a por la billetera, pero no se les nota, ése es el secreto, y el cliente se queda más feliz que una perdiz y encima convencido, el muy ingenuo, de que en el fondo es un don Juan inconfeso y ha ligado. Me da en el hocico que los bancos escriben cartas de amor que ocultan su intención de darte simplemente por saco. Poesía facilona que encubre deseos ocultos de hincarte el palo de una escoba por el recto. Hablan de amor pero sólo buscan sexo duro, joder por joder, hacer realidad fantasías prohibidas y sucias desde el punto de vista de su sórdida imaginación.  Mal pensados que son.

        Hoy al amo, como digo, le han mandado una carta con vaselina y todo, qué amables, en la que le llamaban “estimado cliente’’ y le invitaban, con mucho tacto, a bajarse ya los pantalones y soltar de su jaula una pasta debida so pena de recibir a base de bien. En la misiva, correcta y profiláctica donde las haya, le recordaban, como si él fuera imbécil supino y no tuviera ni idea, que debe una cantidad retrasada en su plazo de pago. Y le rogaban, mira tú si tienen clase, que resolviese la situación a la mayor brevedad, ya que, en caso contrario, y cito textualmente, “nos veremos obligados a emprender otro tipo de gestiones encaminadas a evitar la demora por más tiempo’’. A mí me hubiera llevado su tiempo resolver el criptograma, pero el amo, con expresión de hastío existencial, puso rápidamente las cartas boca arriba.

        _Otros que piden mi cabeza, Lucas _dijo con resignado aplomo_. Todos se han puesto de acuerdo e imagino que, de aquí a poco, exigirán mi ejecución pública en toda regla. Para dar ejemplo, digo.

        Yo al oírlo me quedé p’allá. Así que el cuerpo del amo, que se iba quedando en los huesos a ojos vista, tenía pese a todo algún valor, el del escarnio y aviso macabro para morosos, y se lo disputaban _una mano para mí y esta oreja para ti_ las fieras vestidas de traje y corbata que nos rodeaban con su invisible, pero amenazante presencia. ¡Vivimos en medio de un cortejo de espectros y yo sin enterarme!... Los buitres, a falta de pasta, quieren sangre. Y si no queda sangre, por embargo o confiscación, vendrán a por los huesos del amo, como si fueran talismanes de birlibirloque, reliquias de algún santo, de las que se pudieran obtener sustanciosas limosnas a causa de su supuesta intercesión ante el Altísimo, que lo suyo es que, al final, acabe pagando alguien. Pues, bien mirado, si se me muere de pena algún día de estos, Dios no lo quiera, no voy a ser más papista que el papa ni hacerme el estrecho, que antes de que otros se aprovechen del cuerpo presente del amo, ¡me aprovecho yo!

        Yo creo que lo mejor será disecarlo directamente, hacer de él una momia, con vendas de baratillo y sarcófago de cartón piedra para no elevar los costes, a la que puedan acudir cohortes de fieles a presentarle sus respetos y suplicarle favores. Eso sí, a cambio de ofrendas generosas en forma de billetes; también aceptaré cheques y pago con tarjeta, porque al parecer algún dios que no es el mío, es un poco banquero y cobra comisiones de mantenimiento e intereses de demora por cada gracia hipotecada  que concede. Claro que se me van a quedar fuera del santuario los pobres, los parias todos de la Tierra que no tienen, seguro, para pagar favores celestes, pero lo mismo me dará, que lo importante es que en el cielo seamos pocos y escogidos, una tropa fetén, chachi piruli y tope guay que se pueda hartar de tocar la lira después de haber tocado en la tierra las pelotas a todo quisque viviente y a alguno más.

        Cuanto más me leo, queridos lectores, más me convenzo de que yendo de pobre por la vida estoy haciendo el animal. Voy a tener que hacerme un hombre y montar el gran banco del más allá, un paraíso fiscal para los que tienen la cartera más gorda, que el tamaño _de las finanzas, se entiende_ sí importa, digan lo que digan por ahí. Para ambientar a los clientes, y vean que realmente la cosa es seria y divina, pondré las comisiones de apertura por las nubes, los intereses hipotecarios a niveles estratosféricos y el TAE, que nunca he sabido lo qué diablos es _y creo que, como yo, todo hijo de vecino_, en plan oferta celestial. Y si alguno se me demora en los pagos, invocaré el espíritu del amo, incorrupto en su momificada corporalidad y le pediré que les envíe cartas a los morosos, cartas de amor con besos de Judas para que se acojonen y sepan que, si no pagan lo debido, no va a librarles del castigo eterno ni la Santísima Trinidad.

        El amo no estaría muy de acuerdo con mi iniciativa, no se me escapa, pero, qué quieren, ya que va a dejarme solo y compungido en medio de esta bandada de buitres, al menos que me permita comerciar con sus despojos, que a él de nada le han de servir cuando se encuentre, por fin descansado de tanta misiva hijoputesca al lado del “mejor’’, ese banquero de la competencia que todo lo da sin intereses ni avales. Será su forma de paga vitalicia, mi pensión de viudedad, que el amo, mucho me temo, ha de ser, como ya ha sucedido con otros en el pasado, árbol que da sus mejores frutos después de que, por moroso del mundo y rico en Dios, los bancos no hayan dejado de él ni los huesos.

Amén.

(La vida según Lucas II. Diario ampliado. Fragmento.) 

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