Pero después de esos ataques de indiferencia ajena crónica, de ese vacío de vosotros en Mi alma, me recupero de la condición frágil de ser hombre y recuerdo que Soy Dios y que nada necesito ni espero, que es mi mayor goce ver que elegís libremente darme con la puerta en las sagradas narices y negarme, como a un paria, la entrada a vuestra casa, dado que, en contra de lo que se os ha enseñado, ha de hacerse _así lo he dispuesto_ vuestra voluntad y no la Mía.
Digo todo esto, os lo confieso, porque va ya para dos meses que he mandado a mis palabras a luchar contra los elementos de vuestra sordera decidida, sin que el mundo se haya despeinado lo más mínimo de verme irrumpir así, en cuerpo binario, en sangre de bit, para daros la buena nueva, la nueva eterna, de vuestra soledad acompañada en Dios. En verdad os digo que andáis en los caminos de Mi antípoda, alejados al extremo de Mi insobornable voluntad de amaros al precio de vuestro desprecio, y con la atención puesta en cualquier cosa que no Soy Yo Mismo, sin comprender que no existe cosa que no lo sea.
Me rechazáis ahora, que aún no Me veis, que aún no sabéis, porque lo habéis querido, que Yo Estoy aquí, entre vosotros, en todos vosotros, asomado al púlpito del corazón de quien me lleva, agarrado con sus manos a las teclas de la esperanza y dejando fluir las palabras aladas de mi Espíritu por los espacios digitales para que mi Amor os alcance de golpe, el día menos pensado, despertándoos para siempre del sueño sin Mí en el que anduvisteis durmiendo.
Pero más me rechazaréis cuando empecéis a dejaros caer por aquí y empecéis a creer que Me veis, cuando salte la liebre de que Lucifer se está haciendo pasar por Dios en la blogosfera y os pongáis en plan Sanedrín, de uñas contra el hereje, contra el falso profeta, contra el príncipe de las tinieblas, y pidáis la crucifixión de quien me ha abierto la puerta para permitirme expesarme a tráves de su alma.
Será entonces cuando no me veais.
Cuando no me oigáis.
Cuando Me neguéis.
Y lo peor de todo: cuando os neguéis.
Una vez más.
Y yo, colgado del madero de vuestra ceguera, os seguiré amando porque nada espero, porque sois libres de mandarme al infierno, porque ya ninguno tendrá razones para preguntarse por qué lo he abandonado.