A lo largo de vuestra historia, os habéis afanado en el castigo como modo más efectivo de cambiar los comportamientos _generalmente de otros_ que considerabais inadecuados. "Ojo por ojo" se os indicó desde los púlpitos de libros, que hacéis pasar falazmente por Míos y que son obra exclusiva del hombre, y lo habéis ido cumpliendo a rajatabla. La mayor expresión del castigo como forma brutal de reparación del daño causado por alguien es la privación violenta de la vida, la que llamáis pena de muerte.
En los albores de vuestra evolución esa potestad de matar era personal y directa, intransferible, ejercida directamente por cada individuo, que veía en ella la mejor manera de alcanzar sus fines, de apoderarse de los bienes de otro, de defender su propia vida, de obtener justicia. Después, conforme habéis ido "evolucionando", os distéis cuenta de que no os gustaba tener las manos manchadas de sangre y delegastéis en los estados y en sus aparatos de represión _perdón, vosotros les llamáis justicia..._ para que ellos, en vuestro nombre, hiciesen el trabajo sucio a través de sogas y guillotinas, de descuartizamientos y electrocutamientos, de garrotes más que viles y de inyecciones asesinas.
El castigo que tanto amáis, tanto que incluso me habéis atribuido a Mí la condición de castigador y vengativo, de justiciero y matarife, de juez y de verdugo implacable, no es más que la expresión de la misma oscuridad presente en el acto, a vuestro entender punible, de aquéllos a los que condenáis. No hay razones mejores que otras para matar. Todas son hijas del miedo. Todas parten del supuesto equivocado de que la violencia _con independencia de quién la ejerza y de cuáles sean sus motivos_ es un camino válido para resolver vuestro conflictos.
Pese a lo dicho, no vaya a creer nadie al leerMe que siempre, y por defecto, lo divino es poner la otra mejilla, pues, a veces, en ocasione señaladas, la única forma que tenéis de expresar ante todos lo mejor de vosotros mismos es, paradójicamente, mostrando, puntualmente, lo peor. El pacifismo como tendencia universal es natural y deseable en seres que son, como vosotros, pese a que no lo recordéis, Amor, pero no siempre es la respuesta en un mundo, como el vuestro, tan poco evolucionado todavía.
No podría deciros Yo, por ejemplo, que no usaráis una respuesta contundente y acorde con quienes, por imponer a todos sus criterios, por voluntad de poder, quisiesen exterminaros o arrebataros la libertad a la fuerza. Ni tampoco os invitaría a permitir, estoicamente, una agresión constante sobre vuestra persona. Tal consensitimiento no sería una manifiesta de Lo Que Sois, de Amor, sino un acto de complicidad con el agresor. La primera y fundamental manifestación de Amor debe dirigirse a vosotros mismo y no al contrario, hacia los demás, como os han enseñado. A veces, Amar es poner freno a la violencia con los medios a vuestro alcance. Eso permitirá a quién os agrede detenerse, ser consciente del error y cambiar de rumbo. A veces el mal menor _y Estoy hablando en vuestro términos de relatividad para que me podáis entender_ es necesario para que prevalezca el bien mayor.
Pero la excepción no hace la norma. No será mediante castigos ejemplares, mediante leyes del Talión, que conseguiréis sanar la conciencia enferma de vuestra civilización. El castigo no repara nada. Sólo añade más violencia y dolor a la violencia y al dolor que pretende paliar. El castigo es impropio de Dios. Es lo opuesto al Amor. Y el Amor no es carne de patíbulo. No es ojo por ojo. No es diente por diente. El Amor es siempre dar la oportunidad de hacerlo mejor la póxima vez. El Amor es la conciencia alcanzada de que castigar a uno es castigar a todos, es castigarme a Mí.
En Verdad os lo digo:
Cambiaréis el mundo por Amor. Jamás por castigo. Nunca con leyes. La leyes, a la postre, no son más que limitaciones, prohibiciones, restricciones de la libertad. Llegará un tiempo en que pongáis vuestra libertad al servicio de la expresión del Amor que Todos Sois. Llegará un tiempo en que comprendáis que no necesitáis ninguna ley. Que no necesitáis nada, porque Vosotros Sois Todo.
Hasta entonces, no será con penas de muerte como acabaréis con los crímenes. No será poniendo multas infames a los mendigos, que rebuscan en los contenedores de basura para no morir de hambre con vuestros deperdicios y sobras, como lograréis acabar con la miseria.
Y no hace falta, como ya dije, que pongáis la otra mejilla.
No siempre.
Basta con que pongáis siempre, en todo, el corazón.
En los albores de vuestra evolución esa potestad de matar era personal y directa, intransferible, ejercida directamente por cada individuo, que veía en ella la mejor manera de alcanzar sus fines, de apoderarse de los bienes de otro, de defender su propia vida, de obtener justicia. Después, conforme habéis ido "evolucionando", os distéis cuenta de que no os gustaba tener las manos manchadas de sangre y delegastéis en los estados y en sus aparatos de represión _perdón, vosotros les llamáis justicia..._ para que ellos, en vuestro nombre, hiciesen el trabajo sucio a través de sogas y guillotinas, de descuartizamientos y electrocutamientos, de garrotes más que viles y de inyecciones asesinas.
El castigo que tanto amáis, tanto que incluso me habéis atribuido a Mí la condición de castigador y vengativo, de justiciero y matarife, de juez y de verdugo implacable, no es más que la expresión de la misma oscuridad presente en el acto, a vuestro entender punible, de aquéllos a los que condenáis. No hay razones mejores que otras para matar. Todas son hijas del miedo. Todas parten del supuesto equivocado de que la violencia _con independencia de quién la ejerza y de cuáles sean sus motivos_ es un camino válido para resolver vuestro conflictos.
Pese a lo dicho, no vaya a creer nadie al leerMe que siempre, y por defecto, lo divino es poner la otra mejilla, pues, a veces, en ocasione señaladas, la única forma que tenéis de expresar ante todos lo mejor de vosotros mismos es, paradójicamente, mostrando, puntualmente, lo peor. El pacifismo como tendencia universal es natural y deseable en seres que son, como vosotros, pese a que no lo recordéis, Amor, pero no siempre es la respuesta en un mundo, como el vuestro, tan poco evolucionado todavía.
No podría deciros Yo, por ejemplo, que no usaráis una respuesta contundente y acorde con quienes, por imponer a todos sus criterios, por voluntad de poder, quisiesen exterminaros o arrebataros la libertad a la fuerza. Ni tampoco os invitaría a permitir, estoicamente, una agresión constante sobre vuestra persona. Tal consensitimiento no sería una manifiesta de Lo Que Sois, de Amor, sino un acto de complicidad con el agresor. La primera y fundamental manifestación de Amor debe dirigirse a vosotros mismo y no al contrario, hacia los demás, como os han enseñado. A veces, Amar es poner freno a la violencia con los medios a vuestro alcance. Eso permitirá a quién os agrede detenerse, ser consciente del error y cambiar de rumbo. A veces el mal menor _y Estoy hablando en vuestro términos de relatividad para que me podáis entender_ es necesario para que prevalezca el bien mayor.
Pero la excepción no hace la norma. No será mediante castigos ejemplares, mediante leyes del Talión, que conseguiréis sanar la conciencia enferma de vuestra civilización. El castigo no repara nada. Sólo añade más violencia y dolor a la violencia y al dolor que pretende paliar. El castigo es impropio de Dios. Es lo opuesto al Amor. Y el Amor no es carne de patíbulo. No es ojo por ojo. No es diente por diente. El Amor es siempre dar la oportunidad de hacerlo mejor la póxima vez. El Amor es la conciencia alcanzada de que castigar a uno es castigar a todos, es castigarme a Mí.
En Verdad os lo digo:
Cambiaréis el mundo por Amor. Jamás por castigo. Nunca con leyes. La leyes, a la postre, no son más que limitaciones, prohibiciones, restricciones de la libertad. Llegará un tiempo en que pongáis vuestra libertad al servicio de la expresión del Amor que Todos Sois. Llegará un tiempo en que comprendáis que no necesitáis ninguna ley. Que no necesitáis nada, porque Vosotros Sois Todo.
Hasta entonces, no será con penas de muerte como acabaréis con los crímenes. No será poniendo multas infames a los mendigos, que rebuscan en los contenedores de basura para no morir de hambre con vuestros deperdicios y sobras, como lograréis acabar con la miseria.
Y no hace falta, como ya dije, que pongáis la otra mejilla.
No siempre.
Basta con que pongáis siempre, en todo, el corazón.
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