lunes, 23 de febrero de 2009

Iguales en Dios


En vuestra realidad, manejáis conceptos polarizados. El diseño de la realitividad exige puntos de referencia, elementos contradictorios entre sí, lo que os permite a vosotros situaros respecto a todo lo demás, elegir diferentes opciones y, lo que es más relevante, definiros a vosotros mismos. Vuestro paso por el mundo, por todos los mundos, es una experiencia enmarcada en un juego de contrarios, que os lleva a percibir el arriba y el abajo, lo blanco y lo negro, lo bueno y lo malo. Y el juego parece tan real que os lleva a creer que tales cosas existen, cuando sólo son conceptos con que vuestra mente cataloga los sucesos que experimentáis para que vosotros toméis partido y manifestéis, ante vosotros mismos y ante los demás, Quienes Sois.

Vuestra realidad no es más que un reflejo de quienes creéis que sois. Como individuos, os consideráis mayormente islas, como ya os he comentado, seres separados y afanados en sobrevivir, a cualquier precio, en un mundo difícil, donde apenas os queda tiempo para pensar en ser nada más que supervivientes. Como especie, os consideráis el cúlmen de la evolución, el mono más listo de la clase que se hace llamar homo sapiens, con derecho a depredar el planeta a su antojo, a llevar al resto de las especies al borde de la extinción y a esclavizar a la mayoría de sus congéneres bajo la fórmula de estados que os ofrecen una presunta seguridad y toman decisiones por vosotros, mientras os dedicáis a intentar no morir de hambre y a engordarles a ellos las carteras.

Lo que pensáis de vosotros mismos como individuos y como grupo es el resultado de la polaridad del espacio-tiempo del que os hablaba al principio, de esa necesidad mental de categorizar todo como una cosa o su contraria. De hecho, el lenguaje que utilizáis obedece a ese maniqueísmo inherente a vuestra formar de mirarlo todo, de juzgarlo como bueno o como malo. Así, en vuestra boca _y en vuestra mente_ todo se basa en la exclusión y se expresa con "sí" o "no", "más" o "menos", "verdadero" o "falso", "azúcar" o "sal", "yo" o "los otros"... Tales son las expresiones de vuestra voluntad y con ellas creáis el mundo a su imagen, un mundo de buenos y malos, de ricos y pobres, de héroes y villanos, de privilegiados y de parias, de honrados y delincuentes, de moros y cristianos, de judíos y palestinos, de amos y esclavos. Vuestro pensamiento parte del mito de que no existe la igualdad. Decís perseguirla, eso sí, pero, como ignoráis el poder de vuestra palabra, no os dais cuentas de que se os cumple: la perseguís, aunque no la alcanzáis. Así creáis _y vuestro lenguaje así lo recoge_ ciudadanos de primera y de segunda, contrarios y enfrentados, que libran las batallas de su supervivencia en primeros, segundos y terceros mundos.

Esos conceptos no son la Verdad, son proyecciones mentales que os facilitan definiros a vosotros mismos cada vez que tomáis una decisión que créeis buena frente a otra mala. Son conceptos útiles a tal efecto, el de autodefiniros y de autoexperimentaros. La Verdad es que los contrarios no son excluyentes, sino complementarios, necesarios como señales, como referencias orientativas en vuestro viaje por la vida. Lo que da sentido a vuestra historia no es la lucha de contrarios _sólo aparente_, sino la síntesis de los mismos. Lo que vuestra mente, porque así os lo han enseñado desde la noche de los tiempos_ cree que son extremos irreconcialiables vuestra alma sabe que son dos caras de lo mismo. El alma recuerda que Todo es Dios y que Todos Sois iguales en Dios.

El alma sabe que dos cosas opuestas son posibles al mismo tiempo.

El alma utiliza los contrarios como un juego para experimentar su grandeza.

El alma sabe que Ella es la síntesis de Todo.

Que Todo Soy Yo.

Y que, en Mí, la igualdad no es jamás meta, sino principio.

El que tenga oídos que oiga.


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