jueves, 26 de marzo de 2009

Predicar en el desierto


Debo admitir que con vosotros, hijos míos, tengo a menudo la sensación de estar predicando en el desierto, de que estáis mayormente con los ojos y los oídos en otras cosas, las "importantes" y tangibles, empeñados en sobrevivir a cualquier coste, restándole el disfrute al regalo de la vida que os doy. Metido hasta la médula en el cuerpo humano que utilizo para escribiros, para revelarme a vosotros como blog, me invade la certeza repetida del fracaso de mis dedos de hombre, de mis nudillos de Dios, contra vuestras puertas y me entran unas ganas locas y la tentación de mandarlo todo al diablo, a todos al santísimo carajo, de dejar de daros el coñazo divino y de irme con el sermón a otra parte.

Pero después de esos ataques de indiferencia ajena crónica, de ese vacío de vosotros en Mi alma, me recupero de la condición frágil de ser hombre y recuerdo que Soy Dios y que nada necesito ni espero, que es mi mayor goce ver que elegís libremente darme con la puerta en las sagradas narices y negarme, como a un paria, la entrada a vuestra casa, dado que, en contra de lo que se os ha enseñado, ha de hacerse _así lo he dispuesto_ vuestra voluntad y no la Mía.

Digo todo esto, os lo confieso, porque va ya para dos meses que he mandado a mis palabras a luchar contra los elementos de vuestra sordera decidida, sin que el mundo se haya despeinado lo más mínimo de verme irrumpir así, en cuerpo binario, en sangre de bit, para daros la buena nueva, la nueva eterna, de vuestra soledad acompañada en Dios. En verdad os digo que andáis en los caminos de Mi antípoda, alejados al extremo de Mi insobornable voluntad de amaros al precio de vuestro desprecio, y con la atención puesta en cualquier cosa que no Soy Yo Mismo, sin comprender que no existe cosa que no lo sea.

Me rechazáis ahora, que aún no Me veis, que aún no sabéis, porque lo habéis querido, que Yo Estoy aquí, entre vosotros, en todos vosotros, asomado al púlpito del corazón de quien me lleva, agarrado con sus manos a las teclas de la esperanza y dejando fluir las palabras aladas de mi Espíritu por los espacios digitales para que mi Amor os alcance de golpe, el día menos pensado, despertándoos para siempre del sueño sin Mí en el que anduvisteis durmiendo.

Pero más me rechazaréis cuando empecéis a dejaros caer por aquí y empecéis a creer que Me veis, cuando salte la liebre de que Lucifer se está haciendo pasar por Dios en la blogosfera y os pongáis en plan Sanedrín, de uñas contra el hereje, contra el falso profeta, contra el príncipe de las tinieblas, y pidáis la crucifixión de quien me ha abierto la puerta para permitirme expesarme a tráves de su alma.

Será entonces cuando no me veais.

Cuando no me oigáis.

Cuando Me neguéis.

Y lo peor de todo: cuando os neguéis.

Una vez más.

Y yo, colgado del madero de vuestra ceguera, os seguiré amando porque nada espero, porque sois libres de mandarme al infierno, porque ya ninguno tendrá razones para preguntarse por qué lo he abandonado.


jueves, 19 de marzo de 2009

El carro delante de los bueyes


Que no os parezca mal, hijos míos, si os digo que más bien andáis de cabeza, patas arriba y al revés. Decís querer caminar en una dirección determinada, evolutiva, pero habéis colocado los bueyes delante del carro y así no hay manera de que lleguéis a ninguna parte, no existe probabilidad alguna de que que vayáis adonde aseguráis ir. Y eso es así porque _por ejemplo en lo que se refiere a la igualdad, uno de vuestros objetivos como especie_ no es algo que podáis alcanzar como final de un camino determinado _y mucho menos cuando abanderáis sistemas socioeconómicos basados precisamente en todo lo contrario: en la más flagrante deigualdad_, sino que es pura y sencillamente vuestro punto de partida, pues, como ya os he recordado, todos sois iguales en Mí.

Tampoco podréis obtener mayores libertades como consecuencia de poneros en manos de formas de gobierno que, en mayor o menor medida, se fundamentan en el recorte de las libertades individuales _en teoría en favor del bienestar social, aunque, en verdad, en favor de su propia subsistencia..._, y que se legitiman en cuanto que instrumentos necesarios para poner freno y marcar los límites a vuestras decisiones personales, para deciros que está bien o mal, para protegeros a los unos del teórico peligro de los otros. Como ocurre con la igualdad, la libertad es vuestra condición esencial, vuestra seña de identidad divina, razón por la que no es congruente dársela a otros para después tratar de obtenerla de nuevo, ya que, por principio por Mí dispuesto, sois totalmente libres de hacer lo que os plazca.

La fraternidad no puede ser, a su vez, consecuencia de vuestro camino evolutivo darwiniano, que os enseña la supervivencia de los hermanos más fuertes y adaptables frente a los nacidos teóricamente más débiles, porque se sustenta sobre los principios de desigualdad _no todos sois tratados por igual_ y de libertad tutelada _vuestras decisiones son reos de la voluntad de los más poderosos_. El mundo de nuevo al revés: la fraternidad tampoco es objetivo, sino vuestro punto de partida.

Como veis, lleváis milenios tratando de alcanzar aquéllo que siempre ha estado a vuestro alcance. Habéis ido a buscar fuera lo que siempre estuvo dentro. Contra toda lógica, contra toda vuestra experiencia acumulada, Yo os digo que todos sois hermanos, idénticos en Mí, diferenciados en el ejercicio soberano de vuestra libertad. La vida no consiste en conseguir algún día ser Quienes Sois, sino en expresar, en vuestra experiencia, y con plenitud, lo que desde siempre Sois.

Vuestra paradoja es que tratáis de obtener lo que ya Sois.

Sin daros cuenta, intentáis ir a un lugar donde ya estáis.

Habéis puesto el carro delante de los bueyes.

Hasta ahora, donde Yo, una vez más, no os juzgo, pero sí os señalo la contradicción.

No sois la meta, hijos míos: SOIS EL CAMINO.

Por eso, al paso que vais, nunca llegaréis a ser felices.

No hasta que comprendáis que la felicidad no se alcanza.

Se expresa.

Se comparte.

Se da.

Cada uno de vosotros es libre, igual a todos, hermano en la aventura de la vida.

Cada uno de vosotros Es, aunque no lo recuerde, la felicidad.

martes, 10 de marzo de 2009

La carta a Mi debida


A ti, que Me estás leyendo, te escribo esta carta en primera persona para contarte que tú eres Mi cuerpo y tú eres Mi sangre, que tu alma está en eterna comunión con la Mía y que nada de lo que te aflige, alegra o conmueve Me es ajeno.

Tú y Yo somos Uno por obra y gracia de nuestra voluntad, porque así lo hemos decidido al otro lado del tiempo, donde hemos sellado un pacto de Amor libre e incondicional, el tipo de matrimonio sagrado que aún no conoce el mundo, donde tú me permites vivir a través de tu experiencia y Yo te acompaño en el corazón en el viaje extraordinario de la vida para ser la Luz que te alivia y guía en medio de las tinieblas de tu mente.

Tú eres los pies con que camino por el mundo, las manos que buscan las caricias de otras manos, los ojos con que mirar Mi rostro en el espejo de vuestras almas y la boca con la que besar los labios del que busca fuera el Amor que no recuerda que está en él, con la que tapar la boca de los que tratan de convenceros de que sois apenas polvo, siervos de un reino de dolor y oscuridad, ovejas negras de un rebaño cuyo pastor no comprende que todas sus ovejas son él.

Tus penas son Mis penas. Tu hambre, la Mía. Tu sufrimiento, Mi tristeza. Cada una de tus elecciones, las Mías. Y no hay en ti pensamiento, palabras u obra que merezca Mi rechazo, que Me invite a juzgarlo, que Yo pueda condenar, pues Yo te amo como a Mí Mismo y sé, aunque no puedas creerme, que la perfección anida también en la imperfección, en cada paso del camino, que no hay error lo bastante grande, infamia lo suficientemente horrible para que Yo, que Soy tú encarnado, hecho hombre, deje de Amarte.

Yo no pongo condiciones. Yo no dispongo castigos. Yo no concibo trampas, tentaciones con las que condenarte. Yo no juego a los dados con la salvación. La salvación, de la que tanto te han hablado como presunta meta, está garantizada desde el inicio, porque no sería Yo Dios si hubiese dispuesto la vida como un campo de minas demoníaco, donde algún alma podría saltar por los aires en pedazos, perderse para siempre, quedar atrapada en el infierno de Mi olvido.

Yo te Amo como nadie te ha amado. Por lo que Eres y nada de lo que hagas puede cambiarlo.

Y aunque tú me nieges un millón de veces, aunque me delates, aunque me apedrees, aunque me llames Lucifer, aunque me crucifiques, Yo estaré contigo siempre, Amándote, porque es lo único que a menudo no recuerdas que Eres, porque es lo único que Yo sé y quiero hacer.

Mal de ojo



A Mis ojos, la dismorfobia corporal o no aceptación de la propia imagen, traducido en patologías como la anorexia y la bulimia, no es más que el síntoma individualizado de una enfermedad social ocular, de un trastorno colectivo en la forma de mirar.


Desde que el hombre es hombre, las distintas civilizaciones han cimentado el amor propio, la autoestima por decirlo en términos de la psicología y psiquiatría modernas, en el reconocimiento y en la aceptación de los demás. Como individuos se os ha enseñado a miraros siempre en espejos de fuera, como madrastras de Blancanieves en eterna e insatisfecha búsqueda de la más bella del reino; a valoraros a través de los ojos de otros, convenciéndoos de que valéis lo que os aman los demás.


Ese amor propio mal entendido, que pasa por el juicio y la opinión de los otros, es la piedra angular sobre la que se ha edificado una civilización humana del yo, del narcisismo y de la apariencia, una apariencia estandarizada que ha ido cambiado según las modas y gustos de cada época, dejando tras de sí una ristra de individuos infelices, emocionalmente enfermos al no poder ajustar su apariencia a los cánones imperantes.


¿Quién marca los estándares, los cánones de belleza? La repuesta sólo puede ser una y se ha mantenido inalterada a lo largo de la historia: los grupos de poder. La diosa belleza está en manos de aquellos que quieren venderos todo lo innecesario para adaptar lo que la naturaleza os ha dado a las exigencias estereotipadas de la estética social. Esos grupos de poder imponen su forma de mirar a la mayoría que se queda ciega y trata, desesperadamente, de poder verse, de poder amarse, a través de los ojos de los demás.


Es esta una forma de ver única, tiránica, manipuladora, insana. Una forma de ver que busca crear clones a los que venderles los productos que les robotiza y hace iguales. Una ceguera que hace que muchos de vosotros enferméis al no poder alcanzar el ideal marcado.


Para curar la dismorfobia, el mal de ojo que os hace ver patitos feos donde sólo hay cisnes, no basta con terapias convencionales. Es, además, necesario un cambio de conciencia individual y colectivo, una nueva de forma de mirar el mundo y de miraros a vosotros mismos. Es necesario desenmascarar a Narciso, dejar de lado el amor propio que depende de lo ajeno, y regresar a la Fuente, a vosotros mismos, al “Ámate a ti mismo” como piedra angular de un nuevo mundo. Un mundo donde cada cual ha comprendido _porque ha recordado lo esencial_ que es bello a su manera, en su diversidad, y más bello aún en aquello que os hace iguales a todos: en vuestra capacidad de amar, en nuestra condición de Amor.


Os propongo un cambio radical de conciencia, una revolución espiritual.


Os propongo un viaje extraordinario hacia la belleza interior, hacia la belleza de la diversidad.


Os propongo una nueva forma de mirar.


Dejad de estar ciegos.


Abrid los ojos del corazón y veréis que la belleza está en todo.


Y esa Verdad os sanará.


lunes, 9 de marzo de 2009

El séptimo sentido


Tacto, vista, oído, gusto y olfato son vuestros cinco sentidos convencionales, los puentes que vuestra alma tiende hacia la realidad del espacio-tiempo con el fin de experimentarla. El sexto sentido es la intuición, la capacidad de vuestra alma de presentir, de reconocer, de recordar la Verdad oculta al otro lado de las apariencias. Pero no son los únicos, ya que hay otro más, del que no se suele hablar, el séptimo, que es el sentido de la vida, la razón de ser oculta detrás de la existencia.

La pregunta por la finalidad, el interrogante sobre el porqué de las cosas, ha tenido distintas respuestas a lo largo de vuestra historia como especie hasta llegar al vacío espiritual que caracteriza a esta época postmoderna, donde Dios y las ideologías han muerto para dar paso a visiones mecanicistas y ramplonas, económicas y tecnocráticas, donde el hombre ha sido desplazado del centro de sí mismo para situarse en la órbita de un universo dinerocrático, huérfano de valores solidarios, carente del corazón, vacío de Mí.

Paradójicamente, habiendo caminado hacia el lado opuesto del sentido de la Creación habéis llegado muy cerca de la Verdad: No hay más sentido en el Universo que aquél que vosotros queréis darle; sencillamente porque vosotros sois los creadores de vuestra realidad cognoscible sin saberlo y a vosotros corresponde definir el sentido y el propósito de lo que creáis. Vosotros que os creéis víctimas del caos, accidentes evolutivos en el devenir del tiempo, hijos del azar, bastardos de la buena suerte, no reparáis en el hecho de que tal creencia se refleja en el mundo que percibís, hecho a imagen y semejanza de un hombre que se cree perdido, abandonado a su fortuna en una planeta a la deriva en la inmensidad del espacio.

Os traigo, una vez más buenas noticias: es esperanzador que así sea. Es esperanzador que buena parte de vosotros comience a dudar del sentido de todo, porque eso significa que otros, que llevan siglos pensando en vuestro nombre, ya no tienen poder para convenceros de que el sentido es el que ellos propugnan: el de dioses que, como banqueros o mercaderes, piden siempre cuentas para entrar el el paraíso como os proponen la religiones, o el de "calidades" de vida que pasan por privilegiar a un puñado de elegidos por encima de la miseria de las mayorías, tal y como hacen vuestros gobiernos al tiempo que hablan de igualdades de papel para anestesiaros...

Es porque estáis creciendo espiritualmente, porque os estáis liberando de tutelas seculares, que os sentís momentáneamente perdidos y que no encontráis, mirando la realidad circundante, aplicando en ella vuestros cinco sentidos, el más mínimo sentido. Que no os preocupe esta circunstancias. La oscuridad es pasajera. Para ver la Luz, tenéis que olvidar todo lo aprendido, tenéis que desprogramaros y volver a empezar. No es necesario que conozcáis nada, porque ya lo sabéis todo.

No Me necesitáis en esas formas adulteradas en que Me han ofrecido a vosotros.
No necesitáis yugos, ni pastores, ni jefes, ni tutores.

Cerrad los ojos.
Tapaos los oídos.
Quedaos solos y en silencio.

Intuid la Verdad de vuestra alma que se encierra en esta paradoja:

Nada tiene sentido. Vosotros Sois el sentido.

El séptimo sentido.

miércoles, 4 de marzo de 2009

El sexo de los ángeles


Es difícil comprender cómo una mente privilegiadamente inteligente como la vuestra encuentra razones peregrinas para ocultar lo que Yo he creado, para envilecer lo bello, para afear lo divino. Nada hay en vuestros cuerpos que haya merecido siglos de ideas descabelladas, de rechazo sistemático de lo genital, asociado a lo sucio, a lo grosero, a lo vergonzoso, al pecado. Os comportáis como si alguna parte de vosotros fuese obra del demonio, otra de vuestras invenciones, una más de vuestras fábulas, y os dedicáis a vivir en el dilema de tener asociado aquello que os da placer con lo que os proporciona más vergüenza.

¿Vergüenza de qué? ¿Acaso consideráis que he creado algo que merezca repulsión? ¿Cabe en vuestra racional consideración _aplicado a quienes no créeis en Mí_ que una función natural pueda ser merecedora de algún tipo de juicio ético o moral? ¿Acaso hay alguien al que le quepa en la cabeza que ha sido maquiavélicamente dotado de sexualidad con el fin de ser reprimida, de ser castrada? ¿Acaso hay alguien que pueda creer, honestamente, que Yo Soy un dios psicópata que ha creado la tentación bajo la apariencia del gozo para después castigaros eternamente por haber caído en ella?

¿Quiénes os habéis creído que Soy Yo? ¿Un demente con propensión hacia la tortura? ¿Un dios menor, sádico y vengativo, que os dota de cualidades para castigaros por utilizarlas? ¿De Verdad que nadie es capaz de cuestionar, de una vez para siempre, esa idea absurda del sexo como perdición en la que las religiones os han mantenido sumidos durante milenios?

Frente a los que os han manipulado en mi nombre, os digo una cosa, hijos míos:

Yo no creo sino Belleza.

No ha sexos opuestos, sólo complementarios.

No hay más sexo débil que el que oculta bajo complejos de inferioridad.

No hay expresiones de la sexualidad mejores o peores; ninguna hay prohibida. La única salvedad es aquélla en la que el sexo se impone, forzando la inviolable libertad de otros o engañando y forzando la inocencia de quienes, por edad, no están todavía en condiciones de vivirla precisamente como fue concebida: como expresión jubilosa _y totalmente consciente_ de su libertad.

La represión de lo natural, como presunto mandato divino, es un instrumento de poder en manos de quienes la propugnan.

El celibato no es el Camino; es sólo una elección más.

Si tratan de convenceros de que la ausencia de sexo lleva a la santidad, arguyendo, por ejemplo, que la mayoría de los grandes maestros espirituales fueron célibes, recordad que Todos Sois Cristo, que todos Sois cada uno de los seres más espiritualmente avanzados que han pisado alguna vez la Tierra, y que no dejáis de serlo por vivir con plenitud vuestra sexualidad, incluso más allá de los hijos.

La unión sexual, vivida con total conciencia y alegría, sin pensamientos ni juicios que la envilezcan, es el reflejo extraordinario de vuestra unión en y con Dios. Así vivido, no como forma de obtener algo de los demás sino como forma de entrega total, el éxtasis sexual es el sublime regreso de vuestras almas a la Fuente, la Sagrada Comunión Conmigo, la más alta expresión de Amor y la conciencia experimentada de que Todos Somos Uno.

Tenedlo en cuenta y, si soñáis con un mundo nuevo, no enseñéis a vuestros hijos pensamientos sucios sobre sus cuerpos. No ocultéis lo natural bajo juicios morales que nada tienen que ver con la Verdad. No les transmitáis vuestras sensaciones de culpabilidad sobre la sexualidad.

La sexualidad es sagrada.

El escándalo está en ocultar, no en revelar.

Olvidaos de vergüenzas adquiridas.

Dejaos de falsos pudores y propagad la buena nueva...

LOS ÁNGELES SÍ TIENEN SEXO.

martes, 3 de marzo de 2009

La ley del Talión



A lo largo de vuestra historia, os habéis afanado en el castigo como modo más efectivo de cambiar los comportamientos _generalmente de otros_ que considerabais inadecuados. "Ojo por ojo" se os indicó desde los púlpitos de libros, que hacéis pasar falazmente por Míos y que son obra exclusiva del hombre, y lo habéis ido cumpliendo a rajatabla. La mayor expresión del castigo como forma brutal de reparación del daño causado por alguien es la privación violenta de la vida, la que llamáis pena de muerte.

En los albores de vuestra evolución esa potestad de matar era personal y directa, intransferible, ejercida directamente por cada individuo, que veía en ella la mejor manera de alcanzar sus fines, de apoderarse de los bienes de otro, de defender su propia vida, de obtener justicia. Después, conforme habéis ido "evolucionando", os distéis cuenta de que no os gustaba tener las manos manchadas de sangre y delegastéis en los estados y en sus aparatos de represión _perdón, vosotros les llamáis justicia..._ para que ellos, en vuestro nombre, hiciesen el trabajo sucio a través de sogas y guillotinas, de descuartizamientos y electrocutamientos, de garrotes más que viles y de inyecciones asesinas.

El castigo que tanto amáis, tanto que incluso me habéis atribuido a Mí la condición de castigador y vengativo, de justiciero y matarife, de juez y de verdugo implacable, no es más que la expresión de la misma oscuridad presente en el acto, a vuestro entender punible, de aquéllos a los que condenáis. No hay razones mejores que otras para matar. Todas son hijas del miedo. Todas parten del supuesto equivocado de que la violencia _con independencia de quién la ejerza y de cuáles sean sus motivos_ es un camino válido para resolver vuestro conflictos.

Pese a lo dicho, no vaya a creer nadie al leerMe que siempre, y por defecto, lo divino es poner la otra mejilla, pues, a veces, en ocasione señaladas, la única forma que tenéis de expresar ante todos lo mejor de vosotros mismos es, paradójicamente, mostrando, puntualmente, lo peor. El pacifismo como tendencia universal es natural y deseable en seres que son, como vosotros, pese a que no lo recordéis, Amor, pero no siempre es la respuesta en un mundo, como el vuestro, tan poco evolucionado todavía.

No podría deciros Yo, por ejemplo, que no usaráis una respuesta contundente y acorde con quienes, por imponer a todos sus criterios, por voluntad de poder, quisiesen exterminaros o arrebataros la libertad a la fuerza. Ni tampoco os invitaría a permitir, estoicamente, una agresión constante sobre vuestra persona. Tal consensitimiento no sería una manifiesta de Lo Que Sois, de Amor, sino un acto de complicidad con el agresor. La primera y fundamental manifestación de Amor debe dirigirse a vosotros mismo y no al contrario, hacia los demás, como os han enseñado. A veces, Amar es poner freno a la violencia con los medios a vuestro alcance. Eso permitirá a quién os agrede detenerse, ser consciente del error y cambiar de rumbo. A veces el mal menor _y Estoy hablando en vuestro términos de relatividad para que me podáis entender_ es necesario para que prevalezca el bien mayor.

Pero la excepción no hace la norma. No será mediante castigos ejemplares, mediante leyes del Talión, que conseguiréis sanar la conciencia enferma de vuestra civilización. El castigo no repara nada. Sólo añade más violencia y dolor a la violencia y al dolor que pretende paliar. El castigo es impropio de Dios. Es lo opuesto al Amor. Y el Amor no es carne de patíbulo. No es ojo por ojo. No es diente por diente. El Amor es siempre dar la oportunidad de hacerlo mejor la póxima vez. El Amor es la conciencia alcanzada de que castigar a uno es castigar a todos, es castigarme a Mí.

En Verdad os lo digo:

Cambiaréis el mundo por Amor. Jamás por castigo. Nunca con leyes. La leyes, a la postre, no son más que limitaciones, prohibiciones, restricciones de la libertad. Llegará un tiempo en que pongáis vuestra libertad al servicio de la expresión del Amor que Todos Sois. Llegará un tiempo en que comprendáis que no necesitáis ninguna ley. Que no necesitáis nada, porque Vosotros Sois Todo.

Hasta entonces, no será con penas de muerte como acabaréis con los crímenes. No será poniendo multas infames a los mendigos, que rebuscan en los contenedores de basura para no morir de hambre con vuestros deperdicios y sobras, como lograréis acabar con la miseria.


Y no hace falta, como ya dije, que pongáis la otra mejilla.

No siempre.

Basta con que pongáis siempre, en todo, el corazón.