jueves, 10 de febrero de 2011

Erecciones personales


En este tiempo, los días se suceden con previsible y suicida monotonía, fríos como puñales. Llegan a mí, cargados de quehaceres, muertos a la risa. Afuera, el mundo y sus cosas importantes, todo lo que me mata de absoluta indiferencia. A través de las ventanas, donde acaba el reino en el que gobierno sobre los súbditos el silencio, sobre un puñado de espectros que se hace pasar por mí mismo, contemplo la  chorrada  general y cotidiana, el vacío exterior de cada día, a otros yendo y viviendo de acá para allá, no sé porqué ni para qué, ni tampoco me importa. 

Aborrezco tanto la añeja condena de dormir conmigo mismo, tocando cada noche el culo de mis sábanas,  que me levanto por las mañanas hecho un puro esperpento, indolente y sin ganas,  con los párpados cansados de soñar y sin ojos para ver que al otro  lado del cristal vive la  nada.  Y, entonces, arrojado de nuevo a la realidad, me pongo el traje de faena, la escobilla de limpiar la mierda y los guantes de látex, y finjo  que vivo,   mientras que a este lado de la ventana deshago, cada día, la tienda de campaña  que me crece entre los muslos y en la que nunca despierta nadie. 

Y caigo entonces en las trampa de los puentes, que tiendo como un estúpido hacia ninguna parte, porque cada vez que mi alma volandera quiere salir huyendo por la ventana, para tomarse un simple café con el viento o compartir la soledad en cualquier esquina con la lluvia al tiempo que nos fumamos, en amor y compañía, un cigarrillo  lejos de las prohibiciones, me estrello, una y otra vez, contra el cristal opaco de la mala educación mundana. La otra certeza que vive al otro lado de mi ventana.

Así lleno mis días de ausencias rutinarias y desencuentros, de correos míos que pocos leen y nadie contesta, de proyectos hermosos que se eternizan a mi pesar, de propuestas que  tienen por  mala costumbre no obtener respuesta, de placeres pequeños que quiero regalar a manos llenas a quien de mí no quiere nada... Ni siquiera dar las gracias por ofrecerlos, que es lo mínimo que se despacha en la educación, presuntamente buena, que a mí me inculcaron.

Eran otros tiempos, sin duda. Ahora son tiempos de cosas tan importantes y prioritarias, que a mí, para mi desgracia, me resultan insignificantes.

Mas no puedo culpar a nadie, porque el problema no es afuera...

Soy yo, el creador de nada, que construye cada día mi vida, vacía, como este post, de puentes y llena... de erecciones personales.

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