En contra de mi natural tendencia a sacar el látigo y montar el Cristo cuando me caliento, he tenido, por una vez, la prudencia de morderme la uñas del alma, y de contar hasta infinito, antes de ofrecer al mundo mis personales impresiones acerca de lo que comúnmente se tiene por periodismo de investigación, presuntamente progre, supuestamente "in". Me refiero al reportaje con que la cadena televisiva cuatro nos honró el pasado viernes a través de la intrépida reportera Adela Úcar y sus impagables 21 días en la tontez supina... (perdón) ...en el Sado.
Al ver semejante esperpento de programa a uno se le cae el alma a los pies, directamente los güevos al suelo, de comprobar como, una y otra vez, la ignorancia, los prejuicios y los juicios gratuitos se apoderan de la pequeña pantalla para mantener al personal en la creencia de un mundo maniqueo _fuego que alimentan las alimañas que nos gobiernan para mantenernos borreguiles y divididos_, donde la normalidad es religión y lo diferente, herejía para la hoguera.
Mejor le hubiese ido a Adelita quedarse en su casa antes de meter las narices en lugares en los que su propia ceguera mental la inhabilitan para ver nada de nada. Había que ver las caras de susto, de disgusto y repulsión de la Úcar, mogigata venida a más gracias a su carné de periodista, incumpliendo sin querer su propia código deontológico (he trabajado trece años en prensa escrita y sé de lo que ha hablo...) de mantener una distancia objetiva para relatar la realidad y tiñendo con cuestionables perjuicios personales lo que debería ser un ejercicio de verdad, una lección de tolerancia y una oportunidad única para hacer comprender a otros que lo raro no es por definición malo, sino una opción más, una elección sencillamente diferente.
Adelita, como el 99 por ciento de los mortales, no comprendió, en ningún momento, lo que tenía delante de las narices: sí dolor alquímico que deja de serlo para convertirse en placer y no apología, escandalosamente gratuita, del dolor por el dolor, ese sinsentido que sí se da en las guerras absurdamente sádicas de los hombres y en tiempos de falsa paz, a costa de la injusticia y de la desigualdad por todos consentidas, el mundo feliz y civilizado en el que algunos vivimos a costa de que la mayoría muera de hambre, soledad, tristeza, rechazo, sufrimiento y desesperación.
Adelita es normal y decorosa, como casi todos, pero tiene menos excusa que la mayoría, pues ella va de mujer moderna y muy señora mía, de periodista de mentalidad y cartera ancha para quedarse, al final, en dama de buena cuna, jamás de baja cama, y en periodistilla de hoja parroquial. Va supuestamente abriendo caminos de libertad y tolerancia y termina por cerrar, a cal y canto, las puertas que nos acercan, más allá de nuestra culturalmente condicionada forma de mirar, a la comprensión profunda de los otros y a la verdad.
El sufrimiento absurdo y el sacrificio no son patrimonio del BDSM. Son valores de la normalidad.
Por eso Adelita vio grilletes y cadenas por todas partes, seres pequeños "obligados" a sufrir, personajes sádicos e incomprensibles a los que les gusta la violencia, y no vio, como es normal, que allí donde ella estuvo la mazmorra pierde su sentido de cárcel y se hace absoluta libertad. Debió ver pistolas en la frente, amenazas de despido o de desahucio como en la vida "normal", y no vio la libertad soberana de cada uno gozando como perros en celo y eligiendo correrse a lo bestia por caminos no convencionales
Y por eso Adelita vio, como es normal, amos y eslavos, sádicos mentales y tontos del bote que se dejan pegar, y no vio, como no es normal, a personas que eligen el papel de último en la comedia del sexo para disfrutar siendo los primeros de abandonarse con fe ciega a otro, con absoluta confianza y complicidad _infinitamente más que en las relaciones "normales"_, porque saben que ese otro, que elige el papel de primero, sería el el último en causarles verdadero daño, el primero en darles todo el placer, y más, del que son capaces de disfrutar.
Claro que la fauna BeDeSeMera elegida para hacer el reportaje (de orientación elegida de antemano, acorde, como es normal, con la línea editorial de la cadena televisiva...) tampoco contribuyó a sacarla de su personal empanada mental, ya que Adelita escogió, como suele ser normal, mayormente a presuntas dóminas de pelo en pecho, y por más señas de pago, lo que no deja de ser una variente más de la prostitución normal, dicho sea con el mayor de los respetos, "amas" profesionales que se pierden en la selva de la jerga técnica y los códigos, pero que poco pueden explicar acerca del sumo placer de la entrega, del dar y el recibir con mayúsculas, nada acerca de la esencia y razón de ser auténtica del BDSM.
Lo mejor que allí se dijo _gracias al valiente testimonio de una pareja toledana, que los tienen bien cuadrados_ es que en el BDSM, nadie está obligado a nada y que todo es un juego.
Ahí empieza la verdad que, por exceso de perjuicios y falta de experiencia personal, no nos contó la Úcar: En el juego de la vida, la línea divisoria entre el dolor y el placer es una ilusión. Y se llama libertad.
Aunque la mayoría, cargada con las cadenas de sus convencionales y respetables razones, elija llamarla moralidad.
Como es normal.
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