Un dicho vuestro asegura que la diosa fortuna es caprichosa. Y Yo os digo que la suerte no existe más que como consuelo de mi ausencia, que todo tiene sentido, una causa, una razón de ser. Vuestro científicos lo saben y apelan siempre a causas comprobables para explicarlo todo, hasta que se topan de bruces con las Causa Esencial, la Primera, y entonces se les resquebraja el método científico y apelan, para explicar el principio de las cosas, no a la causalidad, sino a la casualidad, su prima hermana invisible, que no puede demostrarse, la muy metafísica, tal y como ocurre Conmigo.
La casualidad, lo aleatorio, la suerte, el azar, la fortuna no son nada más que palabras que delatan desconocimiento y, en consecuencia, no explican nada, no son causa de nada. Einstein tenía razón: Yo no juego a los dados con el Universo. Y no porque no me plazca el juego, que me encanta, ya que he dispuesto que todo en la vida sea juego, alegría de vivir, oportunidad única de que cada uno de vosotros pueda expresar a los demás la mejor versión de sí mismo, de Mí, que sea capaz de recordar. Y ese juego eterno, en el que vosotros camináis por la ilusión del tiempo en busca de Mis pasos perdidos, en busca de vuestra ilimitada capacidad de amar y de crear mundos infinitamente hermosos, está cargado de sentido, tiene una causa, que es primera y es última: sentir y experimentar la belleza indescpritible del juego, de la vida que os he dado.
Claro que mi causa palidece, por lo pura, por lo inocente, por lo que tiene de niño, antes las causas esgrimidas por los poderosos de vuestro mundo, a los que se les llena la boca de principios sobre el papel nobilísimos y que a todos prometen una calidad de vida, que únicamente alcanzan ellos mismos y aquellos que los adulan y los adoran. El resto, sobre cuyo sudor y cuyas lágrimas edifican vuestros ejemplares más dotados su dominio, son llamados a vivir con minúsculas y a duras penas, a ocupar los lugares más esforzados y menos dignos de la manada, a cambio de los mendrugos que garantizan, mientras sean productivos y dóciles, su mera subsitencia. Y muchas veces, ni siquiera eso.
Vuestros políticos, y salvando las distancias _perdónenme si alguno se siente ofendido, que Yo no Estoy aquí para juzgar u ofender a nadie, sino para señalar vuestras íntimas contradicciones_, son hijos también del método científico, ya que a la hora de explicar los logros, encuentran rápidamente su causa en ellos mismos, pero cuando se trata de encontrar el origen de esa crisis _de conciencia, más que económica, como ya os he señalado..._ que actualmente sacude vuestro mundo, acuden raudos a los conceptos metafísicos y culpan a los PIB, a los TAE o a los IPC de haber abierto la caja de Pandora de las desigualdades sobre las que se basa vuestra civilización presuntamente avanzada. ¡Y se quedan tan anchos!
Por ese camino, hijos míos, os aseguro que no vais a llegar jamás a un mundo mejor, más solidario, más hermanado, más divino. Ni por casualidad.
No obstante, hoy vengo a vosotros para traeros esperanza. Nada está perdido todavía. Declaro ante vosotros que la alegría es el sentido último del juego de la vida y os propongo, contra toda lógica, que juguéis a ser Amor. Aún a sabiendas de que, contemplada desde una perspectiva científica, mi indemostrable propuesta os parecerá una causa perdida.
Y todo, porque no me veis.
¡Qué gran paradoja!
No me veis y sin embargo, a cualquier lugar que miréis, Estoy.
La casualidad, lo aleatorio, la suerte, el azar, la fortuna no son nada más que palabras que delatan desconocimiento y, en consecuencia, no explican nada, no son causa de nada. Einstein tenía razón: Yo no juego a los dados con el Universo. Y no porque no me plazca el juego, que me encanta, ya que he dispuesto que todo en la vida sea juego, alegría de vivir, oportunidad única de que cada uno de vosotros pueda expresar a los demás la mejor versión de sí mismo, de Mí, que sea capaz de recordar. Y ese juego eterno, en el que vosotros camináis por la ilusión del tiempo en busca de Mis pasos perdidos, en busca de vuestra ilimitada capacidad de amar y de crear mundos infinitamente hermosos, está cargado de sentido, tiene una causa, que es primera y es última: sentir y experimentar la belleza indescpritible del juego, de la vida que os he dado.
Claro que mi causa palidece, por lo pura, por lo inocente, por lo que tiene de niño, antes las causas esgrimidas por los poderosos de vuestro mundo, a los que se les llena la boca de principios sobre el papel nobilísimos y que a todos prometen una calidad de vida, que únicamente alcanzan ellos mismos y aquellos que los adulan y los adoran. El resto, sobre cuyo sudor y cuyas lágrimas edifican vuestros ejemplares más dotados su dominio, son llamados a vivir con minúsculas y a duras penas, a ocupar los lugares más esforzados y menos dignos de la manada, a cambio de los mendrugos que garantizan, mientras sean productivos y dóciles, su mera subsitencia. Y muchas veces, ni siquiera eso.
Vuestros políticos, y salvando las distancias _perdónenme si alguno se siente ofendido, que Yo no Estoy aquí para juzgar u ofender a nadie, sino para señalar vuestras íntimas contradicciones_, son hijos también del método científico, ya que a la hora de explicar los logros, encuentran rápidamente su causa en ellos mismos, pero cuando se trata de encontrar el origen de esa crisis _de conciencia, más que económica, como ya os he señalado..._ que actualmente sacude vuestro mundo, acuden raudos a los conceptos metafísicos y culpan a los PIB, a los TAE o a los IPC de haber abierto la caja de Pandora de las desigualdades sobre las que se basa vuestra civilización presuntamente avanzada. ¡Y se quedan tan anchos!
Por ese camino, hijos míos, os aseguro que no vais a llegar jamás a un mundo mejor, más solidario, más hermanado, más divino. Ni por casualidad.
No obstante, hoy vengo a vosotros para traeros esperanza. Nada está perdido todavía. Declaro ante vosotros que la alegría es el sentido último del juego de la vida y os propongo, contra toda lógica, que juguéis a ser Amor. Aún a sabiendas de que, contemplada desde una perspectiva científica, mi indemostrable propuesta os parecerá una causa perdida.
Y todo, porque no me veis.
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