Soy de esa generación que perdió la virginidad en los 80 y se hizo adulta en “9 semanas y media”, título de la famosa película de Adrian Lyne que encumbró a Kim Basinger y a Mickey Rourke (parece mentira) como mitos eróticos de aquella década y que a los universitarios que acudimos a verla en masa a los cines nos dejó con la miel de que había un sexo más allá del mete-saca en los labios y nos abrió los ojos con respecto a la sexualidad a golpe de mantequilla, fustas para cabalgar con brío y streeptease caseros de alto voltaje que, maldita sea nuestra suerte, jamás vimos luego en la realidad.
La película, que ahora cumple 25 años, armó un considerable revuelo entre las bragas blindadas de las señoras decentes de la época, fundamentalmente en EEUU y Reino Unido, que, de las bridas del infausto Reagan, el vaquero que fue presidente, y la Tatcher que tomaba litros de tachuelas y por eso era de hierro, tutelaban la moral del mundo de entonces para que no se convirtiese en una Sodoma y Gomorra de tres pares de narices.
Pero en aquella España nuestra, la de los felices y libertarios 80, sedienta de libertad, hambrienta de vida, a “9 semanas y media” la acogimos con las zanahorias tiesas y las piernas abiertas, las unas por darle candela a una Basinger inexistente, las otras por dejarse cabalgar por un Rourke que ninguno de nosotros éramos. Nos encandiló aquella película, que sugería y esbozaba una forma de vivir el erotismo en plan canalla desde diferentes ópticas que ahora forman parte, en mayor o menor medida, del imaginario de todo buen alternativo que se precie …), pero que, en aquel momento, sonaba literalmente a ciencia ficción.
“9 semanas y media” nos hizo adultos de golpe. Nos dejó “tocados” para siempre, prisioneros de escenas tórridas que han pasado a formar parte del santuario de nuestras fantasías y perversiones más inconfesables. Nos fastidió, en definitiva, la vida, porque nos apartó de la paja y el misionero para siempre, dejándonos en tierra de nadie, sin jodienda y nada contentos, suspirando por tomar el desayuno en un ombligo, porque la gachí de turno se quitase todo, absolutamente todo, menos el sombrero.
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(Entrada de mi blog, "Desde mi mazmorra: Memorias de un ángel caído", en www.planetacanalla.com)
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