La mayoría de los seres humanos nos pasamos la vida convencidos de que lo que consideramos normal es la cosa más natural del mundo. Pero no lo es. Nos olvidamos de que lo que hoy nos parece de sentido común, ayer mismo era algo utópico y descabellado, aberrante y abominable, y que lo que anteayer era el pan nuestro de cada día, hoy nos resulta una completa y absoluta gilipollez.
Por poner dos ejemplos que nos pillan a todos cerca, señalar que en esta España nuestra, cuya camisa ha dejado de ser blanca, hasta hace nada educar a los niños a palos, garrotazo vil y tentetieso, era cosa bien vista y normal, que la letra con sangre entra, prácticas educativas que actualmente se tienen por delito y están perseguidas por ley. En esa misma España, el matrimonio católico era, hace dos días, la piedra angular de la normalidad y sinónimo de cadena perpetua normalizada, la de aguantar al gilipollas, borracho y maltratador de turno, porque era lo normal, hasta que la muerte nos separe. Hoy en día, esa normalidad resulta no natural y, por las mismas, inconcebible.
En líneas, generales, la historia de la humanidad es un larga sucesión de normalidades, en base a las cuales los "anormales" _los raros, los diferentes a la norma, los subversivos y revolucionarios, los locos y los individuos socialmente peligrosos, los disidentes en general,_ fueron el vergonzoso combustible de las hogueras. Tenemos un abominable historial de guerras, todas ellas santas, todas ellas bajo la cruz de lo considerado normal en cada momento, contra infieles, contra bárbaros, contra indígenas vistos como salvajes, contra homosexuales y demás viciosos, contra transexuales depravados, contra negros y tiznados de todo tipo, contra las mujeres que eran como animales... ¡Y contra la madre del cordero!...
Hoy mismo, si miramos el mundo con ojos nuevos _anormales, por más señas_, con los ojos del loco para la normalidad, contemplamos, naturalmente atónitos, que se acepta como normal un modelo de sociedad que llenándose la boca de derechos humanos, de justicia de pacotilla, de igualdades de salón, de solidaridad sólo si sobra, camina en dirección diametralmente contraria del progreso y bienestar para todos hacia el que jura ir.
Y todo porque lo hemos puesto todo del revés. Decimos caminar hacia la meta de una falsa igualdad de oportunidades y recursos que debería ser, como es natural, la salida, nuestro punto de partida. Nos es posible que todos lleguen, porque el juego está amañado, desde el inicio, en favor de los que lo tienen todo, por lo que la mayoría está condenada a morir de miseria, desesperación y hambre por el camino. Y lo vemos como la cosa más normal. Y lo natural, que sería pan y peces para todos, lo llamamos utopía.
Olvidamos que la utopía de hoy es la realidad de mañana.
Olvidamos que lo que creemos normal no es lo natural.
A título personal, esa forma de ser normal a mí me resulta naturalmente insoportable. Y me sirve para entender, por fin, por qué diablos siempre me he sentido desubicado, extraño, en el mundo de los normales. Me sirve para descubrir al lobo bajo el cordero y entender que el extraño, aunque normal, es el mundo. Un mundo que poco tiene de natural.
Reflexionad sobre ello, sólo si os place.
A lo mejor resulta que no estoy tan solo, ni soy tan raro, tan loco, como normalmente parece.
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