Allá por la primavera de 2009, inauguré un espacio en Facebook, por necesidades puramente laborales, ya que se suponía, en mi trabajo de entonces, que debía ser uno de esos individuos al cabo de la calle de las relaciones sociales en "Interné", un gurú de las redes sociales con 83 trillones de presuntos amigos, no se cuántas legiones de fans, admiradores a manta en las cuatro esquinas del planeta y un poder para generar opinión más fuerte que el legendario Hércules.
Antes de eso, inauguré también este blog, de esos llamados a ser la leche en escabeche, que iba a tener más filas de visitantes que las oficinas del paro y que, de lo cojonudo que era, iba a cambiar para mejor este mundo de la gran mierda, porque creía yo, gilipollas al fin, que el personal andaba pidiendo a gritos otra forma de ver las cosas, otros caminos más allá de la previsibilidad.
En uno y otro caso el autor ha quedado en evidencia, pues a este espacio el que acude de cuando en vez soy mayormente yo, recreando un especie de onanismo absurdo en el que la misma mano que escribe menea sus propias palabras que, en lugar de viajar a los confines para aportar algo de luz a quien la necesita y quiera, no llegan a ninguna parte y acaban corriéndose, como el triste semen de los solitarios, sobre mí mismo.
En Facebook no he sido mensajero _ésa chifladura vocacional mía_ más que de la nada (una constante en mi vida, he de admitirlo), ni he sabido conectarme como Dios manda, como un tipo normal, que cuenta de repente que el croissant de la mañana le ha sabido a gloria y, de puro impacto emocional ante tan fantástica información, hace temblar el mismísimo misterio.
En ese espacio he vuelto a ser fiel a mí mismo, a mis rarezas cotidianas, a mis miserias de siempre, y no he encontrado mi espacio, ni acierto mundano para propagar mis desbarres, por la sencilla razón de que mis desbarres no interesan a nadie. Y lo digo como un evidencia, no como una queja, que a mí, en el fondo, en lo que el asunto tiene de ego, lo de ser popular o no me la trae francamente al pairo.
Allí, desde esa ventana en la que se suponía debía sentar las bases de unas relaciones que te cagas en las bragas, en la que debía dejaros a todos estupefactos con mis ocurrencias, mis gustos musicales, mis inusitadas cualidades, mi gracia natural, me he sentido básicamente convidado de piedra y, sobre todo, mirón accidental de los espacios de otros, un fisgón de lo que los demás se cuentan entre sí con un convencimiento y una pasión que a mí me deja, por frío e insensible, a la altura del puto betún. Bien es verdad que uno, en lo que a relaciones sociales se refiere, ha sido más bien siempre un desastre con patas.
Se me ha visto el pelo allí, a mí que me queda más bien poco, y hasta se me han visto las vergüenzas (interiores, digo) en lo tocante a éste, mi amado blog, la joyita de la corona de mis desvaríos, que ha debido marcar el récord mundial de la indiferencia, pues en dos años ha conseguido la friolera ¡de una muy amable seguidora! Y eso muchos meses después de inaugurarse la madre de todos los blogs del universo, es decir, el mío...
La cuestión es que tan duras estadísticas a mí no me pillan de nuevas, porque, sencillamente, lo que no ha sucedido en Facebook ni en mi blog es un reflejo de su creador, del que alguien, a la que amo como la vida misma, dijo con mucho acierto recientemente "es como si no existieras"... Llevabas razón, Ana: Dejas de existir, como la luna de Einstein, cuando nadie te mira, cuando nadie te ve. Tú bien lo sabes. Yo hace tiempo que también lo sé.
Por eso es coherente que estas palabras sean el epitafio de mi nunca consumada pertenencia a Facebook, un adiós estéril cuando no es el cierre de ninguna bienvenida, ya que nunca la ha habido.
Ese espacio es para aquéllos que son visibles y que a otros ven, y no para seres invisibles que no tienen, como yo, más que en lo íntimo y sexual, vocación de mirón. No voy a negarlo.
Éste es, pues, un fundido en negro por tiempo indefinido, un soliloquio de los muchos, un post lanzado al olvido, una nueva paja mental a mí debida.
Y como hoy no he desayunado croissant, me digo a mísmo lo que le solté esta misma tarde a una mujer a la que acaba de conocer y que, rota en llanto, me contó que su marido se había quedado repentinamente ciego...
_Tu marido se ha quedado ciego para poder VER...
Y lejos de sorprenderse, lejos de molestarse por la absurda e inesperada opinión de este negado confeso para lo social, lejos de negarlo y de soltarme una bofetada, sonrió y dijo:
_Entiendo muy bien lo que acabas de decir...
Adjunto una bellísima canción, uno de los muchos regalos de mis maravillosos cinco hijos, a ella dedicada y a todos los ciegos que, sin embargo, ven.
Antes de eso, inauguré también este blog, de esos llamados a ser la leche en escabeche, que iba a tener más filas de visitantes que las oficinas del paro y que, de lo cojonudo que era, iba a cambiar para mejor este mundo de la gran mierda, porque creía yo, gilipollas al fin, que el personal andaba pidiendo a gritos otra forma de ver las cosas, otros caminos más allá de la previsibilidad.
En uno y otro caso el autor ha quedado en evidencia, pues a este espacio el que acude de cuando en vez soy mayormente yo, recreando un especie de onanismo absurdo en el que la misma mano que escribe menea sus propias palabras que, en lugar de viajar a los confines para aportar algo de luz a quien la necesita y quiera, no llegan a ninguna parte y acaban corriéndose, como el triste semen de los solitarios, sobre mí mismo.
En Facebook no he sido mensajero _ésa chifladura vocacional mía_ más que de la nada (una constante en mi vida, he de admitirlo), ni he sabido conectarme como Dios manda, como un tipo normal, que cuenta de repente que el croissant de la mañana le ha sabido a gloria y, de puro impacto emocional ante tan fantástica información, hace temblar el mismísimo misterio.
En ese espacio he vuelto a ser fiel a mí mismo, a mis rarezas cotidianas, a mis miserias de siempre, y no he encontrado mi espacio, ni acierto mundano para propagar mis desbarres, por la sencilla razón de que mis desbarres no interesan a nadie. Y lo digo como un evidencia, no como una queja, que a mí, en el fondo, en lo que el asunto tiene de ego, lo de ser popular o no me la trae francamente al pairo.
Allí, desde esa ventana en la que se suponía debía sentar las bases de unas relaciones que te cagas en las bragas, en la que debía dejaros a todos estupefactos con mis ocurrencias, mis gustos musicales, mis inusitadas cualidades, mi gracia natural, me he sentido básicamente convidado de piedra y, sobre todo, mirón accidental de los espacios de otros, un fisgón de lo que los demás se cuentan entre sí con un convencimiento y una pasión que a mí me deja, por frío e insensible, a la altura del puto betún. Bien es verdad que uno, en lo que a relaciones sociales se refiere, ha sido más bien siempre un desastre con patas.
Se me ha visto el pelo allí, a mí que me queda más bien poco, y hasta se me han visto las vergüenzas (interiores, digo) en lo tocante a éste, mi amado blog, la joyita de la corona de mis desvaríos, que ha debido marcar el récord mundial de la indiferencia, pues en dos años ha conseguido la friolera ¡de una muy amable seguidora! Y eso muchos meses después de inaugurarse la madre de todos los blogs del universo, es decir, el mío...
La cuestión es que tan duras estadísticas a mí no me pillan de nuevas, porque, sencillamente, lo que no ha sucedido en Facebook ni en mi blog es un reflejo de su creador, del que alguien, a la que amo como la vida misma, dijo con mucho acierto recientemente "es como si no existieras"... Llevabas razón, Ana: Dejas de existir, como la luna de Einstein, cuando nadie te mira, cuando nadie te ve. Tú bien lo sabes. Yo hace tiempo que también lo sé.
Por eso es coherente que estas palabras sean el epitafio de mi nunca consumada pertenencia a Facebook, un adiós estéril cuando no es el cierre de ninguna bienvenida, ya que nunca la ha habido.
Ese espacio es para aquéllos que son visibles y que a otros ven, y no para seres invisibles que no tienen, como yo, más que en lo íntimo y sexual, vocación de mirón. No voy a negarlo.
Éste es, pues, un fundido en negro por tiempo indefinido, un soliloquio de los muchos, un post lanzado al olvido, una nueva paja mental a mí debida.
Y como hoy no he desayunado croissant, me digo a mísmo lo que le solté esta misma tarde a una mujer a la que acaba de conocer y que, rota en llanto, me contó que su marido se había quedado repentinamente ciego...
_Tu marido se ha quedado ciego para poder VER...
Y lejos de sorprenderse, lejos de molestarse por la absurda e inesperada opinión de este negado confeso para lo social, lejos de negarlo y de soltarme una bofetada, sonrió y dijo:
_Entiendo muy bien lo que acabas de decir...
Adjunto una bellísima canción, uno de los muchos regalos de mis maravillosos cinco hijos, a ella dedicada y a todos los ciegos que, sin embargo, ven.
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