Tengo fama de fantasma, tan esquelético
que ni siquiera llevo sábana. Tan solo la bola del mundo encadenada a los no
pies, como un fardo de sueños falsos que no os dejan ver que toda realidad es
ilusoria, que la única verdad vive en las afueras de los ojos, en los abismos
de la memoria del Dios que no recordáis
que lleváis dentro. Fama incluso de iluminado, de evanescente y fugaz como el
humo, de etéreo e incorpóreo, de lunático que tiende a nube. Que huele a nada. Fama
de no estar en la pomada, de pies renegados del suelo, de cabeza que sabe a
chorlito y de soñar despierto todo el tiempo.
Fama de viento.
Pero en días como hoy, 17 de mayo
de 2012, recuerdo, de repente, que tengo memoria, exacta y milimétrica, de tus
dedos líquidos, de los tactos volcánicos con que a veces me regalas el cuerpo que nunca tuve, con el que
vistes con una sábana de besos mi espectral presencia. Recuerdo, de repente,
que soy incapaz de evocar las caricias de nadie, pero sí tus roces
inconfundibles, únicos, e incluso la delicadeza de tus labios sobre mi falo resucitado
del olvido, la dulce marea de tu sexo sobre la carne de mi deseo, el abrazo mortal, asfixiante, del pórtico de
tus nalgas reclamando, para sí, la última voluntad lechosa de los ahogados.
Pero, en ausencia de tus tactos, sigo
siendo inexistente. Un manojo de recuerdos. Un pedazo de viento. Un delirio de
tus tactos.
Sólo un fantasma… que se hace
carne en ti.
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