Cuando Ana de Feroz y yo nos dimos cuenta de que, en lo personal y en lo sexual, tendíamos a perder la vergüenza y el decoro, a fundirnos y a caminar sin vacilar hacia tierras sin leyes mundanas, a explorar más allá de los límites con que las convenciones sociales encadenan nuestros sueños, ya nos habíamos estrellado de bruces contra ella.
Contra la frontera.
Cuando eso sucedió, ya habíamos dejado, detrás de nuestros polvos indecentes, un buen manojo de cadáveres morales, con tufo a juicio y prejuicio: el pudor y la falsa vergüenza, colgados de un pezón con la soga de sus tangas, el miedo al qué dirán, ahogado en semen en los abismos de su culo y la etiqueta de“anormales”, abatida a bofetadas contra el paredón de sus nalgas.
Ana y yo fuimos frontera sin buscarlo, desde el mismo instante en que los besos no nos bastaban para calmar el ansia de poseernos y fueron parcialmente sustituidos por mordiscos que buscaban invadir la carne, por dentelladas en el cuello del depredador que llevamos dentro, por azotes que son pura expresión de júbilo animal y por festines a base de manantial de vida en la fuente de su coño, de leche furiosa vertida en su garganta, de sudor y de risa, de jadeos y orgasmos cavernarios que no se pueden describir con palabras.
Y al vernos de pronto tan al nivel de las bestias, primitivos y salvajes, hechos unos caníbales de nosotros mismos, exploramos _imagino que para compensar_ el camino fetichista que, al otro lado de la frontera, pudiese proveernos de ropa no convencional para no tener que ir desnudos todo el día, ya que la vestimenta decente de los que nunca fuimos no la podíamos ya soportar.
Así, los pantalones se ajustaron, las faldas _ más que acortarse_, casi se extinguieron, la edad de la braga dio paso al imperio del tanga y aparecieron sobre el escenario objetos, hasta entonces desconocidos, que de repente nos parecieron amigos de toda la vida: boas de plumas, prendas trasparentes para que te cacheen por partida doble en las aduanas, zapatos que llevan por tacones rascacielos, medias de liga que sabían a cabaret, ligueros sorprendidos de no haber encontrado antes a su dueña, dildos que podrían suponer la expulsión del pais, pinzas para tomar la tensión a los pezones, rosebud anales que son una chulada, alguna fusta que poco tiene que hacer frente a la mano, y joyas íntimas que matarían de un infarto a no pocas madres.
Y, claro, sorprendido de haber por fin encontrado a Ana, me dispuse a fotografiar a aquella magnífica criatura, femenina pluscuamperfecta y legendaria, a tantas mujeres distintas en una, desde todos los ángulos imaginables y con atuendos de catacumba o de hacer la calle… Y fueron miles las imágenes en noches de exhibicionismo pecaminoso e incuantificable el placer que ella obtuvo de verse tan en ella misma, tan única y hermosa, y de verla yo con los ojos más libres, más desprejuiciados y más empalmados del mundo.
Sin duda por eso, sentimos desde entonces que los hoteles convencionales no nos hacen justicia ni nos dan juego, por lo que nos lanzamos a la carreta, cada vez que podemos, en busca de moteles, con espejos espías observando nuestros juegos, camas gigantescas, ningún horario y nadie que nos toque los cataplines.
Al otro lado de la frontera, por pura pasión, habíamos creado un nuevo mundo de pareja, un Planeta verdaderamente nuestro y formas de amarnos desmedidas que sólo admitían un calificativo… Canalla.
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(Planeta Canalla fue reinaugurado, en una nueva versión y tras sufrir un ataque destructivo de piratas informáticos, el pasado 1 de mayo... www.planetacanalla.com)
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