Me acerco a este artículo con el convencimiento de que incluso como mirón _o voyeur, o brechero o como lo queráis llamar_ soy un tipo raro de carallo. Lo digo porque me gusta mirar como el que más, ponerme tibias las pupilas de contemplar aquello que no está bien visto contemplar salvo con orden judicial de por medio, autorización papal y permiso ante notario de la mujer cuyo final de su escote y principio de su nalgas _por poner sólo dos ejemplos clásicos_ me deleito yo en mirar. Pero no me gusta hacerlo a hurtadillas, enterándome del asunto sólo yo mismo _qué sosez_, empalmado de sentirme más solo que la una robando imágenes a quien no sabe que le estoy haciendo un book que te cagas con la Pentax que Dios puso en mis ojos. A mí me gusta hacerlo dando la cara y a globo ocular abierto, como un atraco a ojo armado pero sin pasamontañas ni un maldito antifaz, dejando claro a la “víctima” que los de mis miradas no es cosa amoral o delictiva, sino puro regalo para la vista, simple placer de mirar.
E insisto, una vez más, en lo de raro, porque a mí me pone mirar a quien es consciente de que la miro, sin disimulo ni hurtadillas, sin complejos de mirón, por lo que directamente salgo fuera de los límites de la definición de voyeur y caigo en el limbo de lo inclasificable, pues lo mío con las miradas no va de prismáticos ni de camuflarme como un Rambo, entre los visillos de una ventana discreta, para pillar a la vecina haciendo pis y ponerme las botas dándole al manubrio si al azar pone al alcance de mi vista una nano-imagen de su tanga, un par de segundos de éxtasis visual, ese penoso visto y no visto, justo el tiempo que tarda la susodicha en subírselo a las caderas tras evacuar…
Yo más que mirón ocasional soy voyeur profesional y artista de la mirada, viejo verde confeso antes que voyeur sumergido e invisible. Y por eso yo, para que lo de mirar me dé un gusto que para qué os voy a contar, no necesito a una gachí inconsciente y ajena a mis deseos oculares, que eso, para mí, es como hacértelo con una muerta, y sí a una exhibicionista en potencia y con todas las letras, tan verde como yo desde su gusto, complementario con el mío, por calentar y calentarse por dejarse devorar, con premeditación y alevosía, para que nos vamos a engañar…
Mi condición de mirón fuera del diccionario exige luz y taquígrafos, y hace necesaria la presencia de una cómplice en mi juego de miradas, donde ella posa con sibilino descaro, con deleite capaz de conmover y licuar su entrepierna, de poner en pie de guerra a sus pezones, y se alza, como una diosa, sobre el taburete de los sueños para coger un libro inexistentes en la última estantería, o se agacha a coger del suelo cualquier pretexto, olvidándose de que existen las cuclillas y mostrando su culo, huérfano de bragas, al tendido del siete.
A mí me place mirar a quien se complace en mi mirada. Ésa es la gracia. Lo demás es ver la vida pasar. Mis ojos no son clandestinos ni saben de hacerse los despistados. Miran y a mucha honra. No buscan la fugacidad. Quieren detenerse y solazarse en un buen culo, unas piernas estupendas, un coño desabrigado o unas tetas reales, fuera de los engaños de la publicidad.
Mis ojos son hedonistas y pasan de que lo bien visto es no mirar. Mis ojos hacen lo que les sale de las santísimas pupilas…
E insisto, una vez más, en lo de raro, porque a mí me pone mirar a quien es consciente de que la miro, sin disimulo ni hurtadillas, sin complejos de mirón, por lo que directamente salgo fuera de los límites de la definición de voyeur y caigo en el limbo de lo inclasificable, pues lo mío con las miradas no va de prismáticos ni de camuflarme como un Rambo, entre los visillos de una ventana discreta, para pillar a la vecina haciendo pis y ponerme las botas dándole al manubrio si al azar pone al alcance de mi vista una nano-imagen de su tanga, un par de segundos de éxtasis visual, ese penoso visto y no visto, justo el tiempo que tarda la susodicha en subírselo a las caderas tras evacuar…
Yo más que mirón ocasional soy voyeur profesional y artista de la mirada, viejo verde confeso antes que voyeur sumergido e invisible. Y por eso yo, para que lo de mirar me dé un gusto que para qué os voy a contar, no necesito a una gachí inconsciente y ajena a mis deseos oculares, que eso, para mí, es como hacértelo con una muerta, y sí a una exhibicionista en potencia y con todas las letras, tan verde como yo desde su gusto, complementario con el mío, por calentar y calentarse por dejarse devorar, con premeditación y alevosía, para que nos vamos a engañar…
Mi condición de mirón fuera del diccionario exige luz y taquígrafos, y hace necesaria la presencia de una cómplice en mi juego de miradas, donde ella posa con sibilino descaro, con deleite capaz de conmover y licuar su entrepierna, de poner en pie de guerra a sus pezones, y se alza, como una diosa, sobre el taburete de los sueños para coger un libro inexistentes en la última estantería, o se agacha a coger del suelo cualquier pretexto, olvidándose de que existen las cuclillas y mostrando su culo, huérfano de bragas, al tendido del siete.
A mí me place mirar a quien se complace en mi mirada. Ésa es la gracia. Lo demás es ver la vida pasar. Mis ojos no son clandestinos ni saben de hacerse los despistados. Miran y a mucha honra. No buscan la fugacidad. Quieren detenerse y solazarse en un buen culo, unas piernas estupendas, un coño desabrigado o unas tetas reales, fuera de los engaños de la publicidad.
Mis ojos son hedonistas y pasan de que lo bien visto es no mirar. Mis ojos hacen lo que les sale de las santísimas pupilas…
Miran lo que les gusta, porque la belleza que encuentran, al final de su mirada, les recuerda a la eternidad.
------------------------------
Artículo publicado en http://www.laguiacanalla.com/contenidos/36/Abrete-mas/Mirando-la-eternidad con mi alias "Angelcaído"...
3 comentarios:
Un gran abrazo desde el Fetish Café!!
Muchas gracias... Y a ver si nos vemos pronto... ;-)
Publicar un comentario