viernes, 25 de febrero de 2011

A propósito de Marta


Hay momentos en la vida para dar las gracias, para reconocer, ante el mundo, la generosidad de aquellos seres que, aún sin saberlo, nos han dado la oportunidad de ser mejores, de ser más grandes. 

Éste es uno de esos momentos y Marta uno de esos seres fronterizos, apostados como ángeles en un cruce inesperado del tiempo, que ha traído a nuestras existencias, a la de Ana y a la mía, no tanto pan y peces, como ella pueda quizás  pensar, sino el luminoso recuerdo de un arcano conjuro, la fe, que es el alimento de los milagros.

Marta, como tantos otros, ha dejado de ser ella en cuanto el mundo la convenció de que la felicidad es el premio de consolación de una vida llena de lucha, de batallas contra la oscuridad, en lugar, como ella sabe, de un juego que se inicia en el castillo encantado de un garaje y que deja tras de sí un recuerdo perenne de risas, de bromas en mitad de las cosas más que serias, de alegría de vivir el momento con plenitud y no con cálculo, mirando al cabrón del futuro, que te paga con la moneda de robarte el presente, lo único que hay, a cambio de dedicarle la vida.

Menuda estafa, Marta, morir cada día por estar pendiente de lo que ocurrirá el mes que viene.

Por eso Marta, la mujer entre el juego de ayer y los espejismos de mañana,  no sabe a qué carta quedarse: si caerse muerta de una vez o levantarse  para siempre viva y volar más allá del miedo,  más allá de la angustia, más allá de los gélidos números y de los cuentos de la lechera de otros, porque ni siquiera son suyos, que ya es ser puñetera con una misma.

Si aún no ha muerto, aplastada por su propia ceguera, es porque Marta también es una de esas mujeres que tiene los huevos más grandes que los de King Kong y, sin embargo, es apenas una niña necesitada de un trillón de abrazos, de un regañina a tiempo, justo antes de quedarse en mujer a medias,  en cuarto y mitad de ángel. 

Marta pretende la aprobación mundana, el éxito efímero sobre la mediocridad, el de convencer a su padre, que no lo necesita,  de que ha crecido por sus cojones y no por su alas, pero, en el fondo, sin ser consciente, anda buscando un azote de cariño, un callarle la boca de la mala leche con una bofetada de amor para despertarla, por fin, del mal sueño de ser princesa, reina lunar  y de luz reflejada entre el aplauso de los astros... 

Marta es sólo  un destello de Luz, una estrella que ha olvidado que lo Es.

Sirvan estas palabras como enésima catarsis y para recordárselo una vez más, como tantas y tantas veces en vano.Y sirvan como agradecimiento, porque estar por un tiempo a su lado ha supuesto  un regalo de su  intermitente luz, y la oportunidad de no tener miedo bajo la tormenta, de no bajar los ojos ante la tontería mundana, de no doblar la rodilla ante la estupidez relativa del aire.

Por todo eso, y por algún abrazo sin barreras de tarde en tarde, debes saber, Marta, que las distancias son ilusorias y que Ana y yo, también seres fronterizos, estaremos eperándote en cualquier esquina, como ángeles, para devolverte el regalo del don de los milagros y hacerte caminar sobre las aguas de lo que creías hundimientos. 

Dispuestos, siempre, a sacarte de quicio y a recordarte _para traerlo a la luz_ tu mejor tú.

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