Derrocha simpatía y dilapida risa, debido a que es íntimamente consciente de que la alegría es una fuente de energía vital, inagotable y eterna, en la que sacia su sed la felicidad. No escatima entusiasmo, pasión que se le escapa a raudales por los poros del alma, y regala, sin esperar nada a cambio, simplemente porque sí, un optimismo irrefrenable e inocente, milagrosamente no corrompido por las malas experiencias, un halo de esperanza que va dejando, a su paso, el rastro invisible de la belleza imperecedera que la viste por dentro.
Su risa huele a la flor de los cerezos y su voz sabe a los besos entregados de una geisha, pero no la que los tópicos occidentales tienden a confundir con una prostituta con kimono y nieve en el rostro en el país el sol naciente, sino con las geishas auténticas, mujeres elegantes y cultas, dominadoras de las artes, de la música, las narraciones y la poesía, el valor de cuya compañía excede, con mucho, el de las simples habilidades amatorias. Tal es Nikki Fennel, que suma a sus cualidades como “escritora, actriz, modelo y video-reportera” la de la humildad, pues la geisha que lleva dentro es todavía para ella un ideal, un camino de aprendizaje que seguir, prefiriendo definirse a sí misma como maiko, apenas una iniciada, una simple “aprendiz de geisha”.
La geisha que hay en Nikki no es sino el reflejo de su condición de sumisa, que eligió, sencillamente y sin comerse el coco, “porque es mi naturaleza” y porque desde que tiene uso de razón anda buscando una personalidad dominante que, por pura intuición y sin necesidad de darle grandes explicaciones, sepa ver quién es ella por dentro y encuentre, sin mapa del tesoro, los resortes que la lleven a besar el suelo y tocar el cielo al mismo tiempo. Y esa opción no es el fruto de ningún trauma inconfesable de diván, ni siquiera después de haber confundido el asno con el amo y de haber vivido 16 años a su lado, recibiendo coces en lugar de azotes de placer como Dios manda, ya que el presunto dominante resultó ser un “maltratador y un abusón”.
No, a Nikki lo del BDSM le corre por las venas de modo natural, le viene “de siempre”, ya que con nueve años fantaseaba con ser secuestrada por príncipes, así, sin más y a lo bestia, y no por principitos de esos metrosexuales, que a veces son ranas necesitadas de besos o bien de esos otros que te besan sin lengua para despertarla a una de las mismísima muerte, sino de aquellos que, de forma poco delicada _ por decirlo suave_ te llevan sin miramientos, a rastras a su castillo del pecado con el lujurioso propósito de encerrarte en la mazmorra y hacer contigo, dentro de un desorden, lo que les venga en gana.
Su risa huele a la flor de los cerezos y su voz sabe a los besos entregados de una geisha, pero no la que los tópicos occidentales tienden a confundir con una prostituta con kimono y nieve en el rostro en el país el sol naciente, sino con las geishas auténticas, mujeres elegantes y cultas, dominadoras de las artes, de la música, las narraciones y la poesía, el valor de cuya compañía excede, con mucho, el de las simples habilidades amatorias. Tal es Nikki Fennel, que suma a sus cualidades como “escritora, actriz, modelo y video-reportera” la de la humildad, pues la geisha que lleva dentro es todavía para ella un ideal, un camino de aprendizaje que seguir, prefiriendo definirse a sí misma como maiko, apenas una iniciada, una simple “aprendiz de geisha”.
La geisha que hay en Nikki no es sino el reflejo de su condición de sumisa, que eligió, sencillamente y sin comerse el coco, “porque es mi naturaleza” y porque desde que tiene uso de razón anda buscando una personalidad dominante que, por pura intuición y sin necesidad de darle grandes explicaciones, sepa ver quién es ella por dentro y encuentre, sin mapa del tesoro, los resortes que la lleven a besar el suelo y tocar el cielo al mismo tiempo. Y esa opción no es el fruto de ningún trauma inconfesable de diván, ni siquiera después de haber confundido el asno con el amo y de haber vivido 16 años a su lado, recibiendo coces en lugar de azotes de placer como Dios manda, ya que el presunto dominante resultó ser un “maltratador y un abusón”.
No, a Nikki lo del BDSM le corre por las venas de modo natural, le viene “de siempre”, ya que con nueve años fantaseaba con ser secuestrada por príncipes, así, sin más y a lo bestia, y no por principitos de esos metrosexuales, que a veces son ranas necesitadas de besos o bien de esos otros que te besan sin lengua para despertarla a una de las mismísima muerte, sino de aquellos que, de forma poco delicada _ por decirlo suave_ te llevan sin miramientos, a rastras a su castillo del pecado con el lujurioso propósito de encerrarte en la mazmorra y hacer contigo, dentro de un desorden, lo que les venga en gana.
Para perderse en su risa, al fin. Para convertirla en geisha.
Por eso no es extraño que Nikki haya hecho sus pinitos como actriz porno, lo que le ha valido ser improcedente y prejuiciosamente despedida de un reciente empleo al enterarse sus jefes que pasaba parte de su tiempo libre follando a diestro y siniestro, vaya por Dios, ni que forme parte, en calidad de sumisa, de la mazmorra profesional de Ama Anette, ni que, puesta a elegir opciones dentro del SM, se quede con el bondage, práctica que adora por lo que supone de indefensión y de estar absolutamente a merced de los deseos del dominante, ni que, llevada a quedarse con una experiencia deseada en el terreno sexual, no dude un solo segundo en elegir “los tríos”, porque mejor que un macho dominante, póngame usted dos.
Así es ella, la mujer cuya risa huele a flores de los cerezos, tan espectacularmente bellas y pasajeras que en Japón merecen unos días de fiesta, el Hanami, en las que todo el mundo sale al campo “para disfrutar de las cosas pequeñas y del sentimiento que nos produce la belleza de lo efímero”, tal y como ella misma señala, haciendo de sus palabras una declaración vital de principios.
Vivir y gozar cada momento como si fuese el último es la razón de ser,y el Carpe Diem que alimenta la risa cristalina de Nikki Fennel, la mujer que, por colgarse un defecto, “todo lo empieza y nada acaba”, la hembra voluptuosa que confunde su generosidad con ser “gordita”, la maestra de la alegría que sueña con ser geisha.