Podría deciros que he vuelto, pero la única verdad es que nunca Me he ido. El hecho de estar, como vosotros, encarnado en este mundo me ha retenido lejos de la Luz de este ojo de buey por el que os contemplo y os hablo, y cerca, demasiado cerca tal vez, de la imperiosa necesidad de procurarme el sustento, de aferrarme humanamente a la vida hasta completar el propósito, la misión de recordaros que sois Yo, tal y como me he propuesto.
Y de vida quiero hablaros, de la vida que vosotros, por olvido, por amnesia decidida, habéis llamado muerte... Y lo quiero hacer ahora que en mi entorno inmediato, en la nueva Galilea donde he decidido venir entre vosotros, alguien, cuyo nombre omito por respeto, cree estar sentenciada a muerte. Ella, que es Yo Mismo en una versión desmemoriada, ha visto su cuerpo repentinamente tomado al asalto por un cáncer voraz y vive, porque así se lo habéis enseñado todos, el inmerecimiento de una enfermedad que no recuerda que ella misma ha convocado, que ella misma ha elegido, y la angustia de morirse, dejando a los suyos ahogados en un océano de tristeza.
Os han enseñado a temer a la muerte cuando, en realidad, deberíais celebrarla.
Os han educado en la falsa creencia de que la muerte es el final cuando, en Verdad, es el principio.
La muerte no es más que maravilloso tránsito, conversión de oruga en mariposa, pues sois Luz que se despoja de materia y regresa a su condición esencial, a la Luz. Sois, hijos míos, hermanos míos, pura energía en movimiento... Y la energía, como muy bien señalan aquellos de vosotros-Nosotros que se dicen científicos, no desaparece nunca, sino que sencillamente se transforma.
Sois, pues, seres que cambian de forma, que jamás pueden morir. Por eso es un ejercicio inútil que temáis a la muerte, ya que no existe tal, al menos como vosotros la concebís, como despedida dolorosa, como motivo para la tristeza.
La muerte no es el castigo: es el premio, Mi premio para todos vosotros.
La mujer de mi Galilea particular que se siente morir de cáncer no recuerda, todavía, que la metástasis es el camino que ella ha elegido para volver por un atajo a Casa, a Sí Misma, a Mí. No recuerda que la muerte que ella ha convocado no es más que la oportunidad extraordinaria de hacerle comprender a los suyos que el Amor es lo único que importa, que la vida no es cuestión de tiempo, sino la ocasión señalada de convertir cada momento en eterno amando, como Yo os amo, sin condiciones, sin reserva, sin límite.
Pero le llegará el momento, como os llegará a cada uno de vosotros, en que recordará la Verdad insobornable que late en el fondo de vuestra alma: que la muerte es la máxima expresión de Mi Amor a vosotros, una parte más de la vida, el regalo divino y la promesa cierta de que nunca, ni en la hora que vosotros experimentáis como más oscura, Yo podría abandonaros.
Os los repito una vez más: No hay un final, ni un castigo, previsto para nadie.
Sabed que os han enseñado mal.
La muerte es el espejismo necesario para que podáis experimentar la grandeza de la vida.
Dios _y cada uno de vosotros Lo sois_ jamás muere, por mucho que algunos se afanen , por ignorancia, por olvido, en matarlo.
Y de vida quiero hablaros, de la vida que vosotros, por olvido, por amnesia decidida, habéis llamado muerte... Y lo quiero hacer ahora que en mi entorno inmediato, en la nueva Galilea donde he decidido venir entre vosotros, alguien, cuyo nombre omito por respeto, cree estar sentenciada a muerte. Ella, que es Yo Mismo en una versión desmemoriada, ha visto su cuerpo repentinamente tomado al asalto por un cáncer voraz y vive, porque así se lo habéis enseñado todos, el inmerecimiento de una enfermedad que no recuerda que ella misma ha convocado, que ella misma ha elegido, y la angustia de morirse, dejando a los suyos ahogados en un océano de tristeza.
Os han enseñado a temer a la muerte cuando, en realidad, deberíais celebrarla.
Os han educado en la falsa creencia de que la muerte es el final cuando, en Verdad, es el principio.
La muerte no es más que maravilloso tránsito, conversión de oruga en mariposa, pues sois Luz que se despoja de materia y regresa a su condición esencial, a la Luz. Sois, hijos míos, hermanos míos, pura energía en movimiento... Y la energía, como muy bien señalan aquellos de vosotros-Nosotros que se dicen científicos, no desaparece nunca, sino que sencillamente se transforma.
Sois, pues, seres que cambian de forma, que jamás pueden morir. Por eso es un ejercicio inútil que temáis a la muerte, ya que no existe tal, al menos como vosotros la concebís, como despedida dolorosa, como motivo para la tristeza.
La muerte no es el castigo: es el premio, Mi premio para todos vosotros.
La mujer de mi Galilea particular que se siente morir de cáncer no recuerda, todavía, que la metástasis es el camino que ella ha elegido para volver por un atajo a Casa, a Sí Misma, a Mí. No recuerda que la muerte que ella ha convocado no es más que la oportunidad extraordinaria de hacerle comprender a los suyos que el Amor es lo único que importa, que la vida no es cuestión de tiempo, sino la ocasión señalada de convertir cada momento en eterno amando, como Yo os amo, sin condiciones, sin reserva, sin límite.
Pero le llegará el momento, como os llegará a cada uno de vosotros, en que recordará la Verdad insobornable que late en el fondo de vuestra alma: que la muerte es la máxima expresión de Mi Amor a vosotros, una parte más de la vida, el regalo divino y la promesa cierta de que nunca, ni en la hora que vosotros experimentáis como más oscura, Yo podría abandonaros.
Os los repito una vez más: No hay un final, ni un castigo, previsto para nadie.
Sabed que os han enseñado mal.
La muerte es el espejismo necesario para que podáis experimentar la grandeza de la vida.
Dios _y cada uno de vosotros Lo sois_ jamás muere, por mucho que algunos se afanen , por ignorancia, por olvido, en matarlo.