jueves, 19 de enero de 2012

Palabras para Julio


Hoy he tenido el placer de hablar con un héroe. Lo malo del asunto es que él no lo sabe. Sus ojos quedaron tan cegados por el horror que vivió una noche de San Juan que apenas logran distinguir que aquella madrugada no fue la de la tragedia y la muerte sin sentido, sino la del  triunfo del amor desmedido y la compasión. La gran celebración del misterio de la vida.
Julio acudió al rescate de un grupo de personas que, por imprudencia o simplemente porque su alma eligió ese momento para irse, saltaron en brazos de la muerte, pero  no se encontró cara a cara con la Parca, como su mente se empeña en hacerle creer, torturándolo una y mil veces con imágenes, sonidos y olores macabros de aquel fatídico accidente. Julio, sencillamente, se encontró de frente consigo mismo, libre de sus propios personajes, despojado de las mentiras con las que otros creen saber algo de él, libre de los artificios del ego y del humo social, nada más que con él en esencia, sin nombre y desnudo, convertido en el que socorre al herido, consuela al afligido, en el que ama al otro como a sí mismo.

Julio fue héroe sin querer. Le salió del alma sin darse cuenta. Para darse cuenta, al fin, que la grandeza crece en medio del horror, que la bondad que anida en el alma humana florece, como magia, en el lugar del espanto. Y por mucho que se empeñe su mente en recordar aquellos hechos como una película de terror, su alma conoce la verdad que se oculta tras las apariencias y sabe que lo sucedido no admite otra calificación que la de película de amor.

Aquella noche el único que murió fue Julio, el mortal que siempre creyó que era, y nació la leyenda del compasivo, el héroe inmortal que, olvidándose de sí, se entrega por amor al prójimo. El mismo que deja de llamarse Julio para adquirir el nombre de todos. El hombre que deja de parecerlo para ser sólo un ángel.

A Él van dirigidas estas palabras, escritas para contarle que algún día, en ésta u otras vidas, comprenderá la valiosa enseñanza que espera ser descubierta cualquier noche de San Juan:

Que donde los ojos ven muerte hay sólo tránsito, cambio de estado, metamorfosis hacia formas más sublimes de existencia; que donde lloramos el final hay, en realidad, la infinita alegría del inicio; que donde creemos caer, en realidad alzamos el vuelo, y  que donde la razón naufraga emerge, triunfante siempre, la magia imperecedera de la vida.

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