jueves, 16 de diciembre de 2010

Aullidos en el armario


En el fondo de armario de mi forma de sentir el erotismo _donde, a mi pesar, ha habido siempre más de nada que un poco de todo_, encuentro hoy, que me asomo por la puerta de mí mismo siguiendo un irracional impulso, para echarme un vistazo con el que no contaba, un auténtico bazar de cachivaches varios, cajón "desastre" de objetos enmohecidos por el no uso, de prendas malgastadas por la indiferencia y encuentro, por encima de todo, una ausencia irrreverente de calzoncillos.

En el fondo, mi armario es un camerino perdido entre bambalinas, en las que aguardo como un lobo, hambriento y agazapado entre estanterías desvencijadas, que el falso cordero degollado que me interpreta habitualmente en el escenario de la vida se canse de tragedias cotidianas, de comedias de medio pelo, y se retire de escena, avergonzado de no haber triunfado en el teatro de sí mismo.

Al echar un vistazo en él se apagan los focos del hastío y encuentro, aquí y allá, perchas de las que se descolgó la lujuria, la rutina colgada de cada día, y un montón de tangas viejos que husmeo con el hocico húmedo para creerme que están vivos. Mas allá, al final de la estantería donde yacen inermes las fantasías, un látigo que apenas perdió su brillo, el liguero que jamás te quité, el vestido de Lilliput que nunca te pusiste y un liguero de "cabarretera" que ya no recuerda el diámetro de tu danzante cadera.

Podría ponerme triste mirando los cachivaches de mi armario. Podría, incluso, creerme que un día viví cuando los puse en tus manos para salir, desnudos de perjuicios, al escenario de la vida. Pero no es verdad. La verdad es que aún no hemos nacido. Todavía estamos en el útero de un armario, a la espera de que las contracciones de un parto verdadero, no de una pantomima mundana, nos arrojen a patadas fuera de la naftalina.

Mientras tanto, en el fondo de mi armario contemplo, fascinado, boas emplumadas que me miran como si no me hubiesen visto nunca, zapatos muertos de la risa y subidos al rascacielos de un tacón, y puedo, porque no hay Dios que me lo prohiba, tomar café y fusta con Sade cualquier tarde, robarle la mantequilla a Marlon Brando y darle por el orto a la tontería.

En el fondo del armario, me despojo del disfraz y soy sólo un animal sin calzoncillos para darte facilidades...

Nada más que un lobo hambriento, que sigue el rastro perdido de tus tangas y sueña con ser caníbal.

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